miércoles, 28 de febrero de 2018

Los argumentos de la creatividad



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Vengo de casa de un amigo y académico que pinta y dibuja, que se deja llevar por las entretelas de los trazos y por los carteles anunciadores plagados de imágenes que recortar, por el ensueño de la dedicación al arte por amor al arte, por las cordilleras de la línea y por los susurros de los puntos de fuga, por los ensambles del collage, por la división de los colores en lo que cada uno de ellos insinúe sobre la lámina que se esté contemplando, por la consecución de un paisaje humano descrito en unos pómulos y en unas mejillas, en el contorno de unos ojos rasgados, en la apariencia de lo que es y acaba siendo otra cosa muy distinta gracias a la mano de la creación. Cuando uno entra en la casa de un artista siente de inmediato el poder de la concentración, la seriedad y serenidad  del trato más desenfadado, las dudas y las preguntas existenciales sin resolver con tiempo de por medio para hablar de ello, el crucigrama de los latidos de la estética, la trinchera desde la que se defiende el intelecto, el hombre, el artista. Como no salgo de mi asombro me considero un afortunado. Durante el paseo de vuelta va uno pensando que es posible acariciar la concordia, estar a gusto en unos cuantos metros cuadrados rodeado de todo lo que un matiz de pensamiento interior reflejado en las paredes pueda aportar, en las hojas, en las cuerdas, en las páginas y trozos de papeles predispuestos a la continuación, a los argumentos de la creatividad.


Diario de Febrero LXIII


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Leo la nueva obra de Muñoz Molina como si cada una de sus páginas fuese un fragmento de prosa poética. La abundancia de la calle en el interior de la novela es la de los paseos por La Ciudad, la de las tardes muertas en el desencanto de la lluvia formando charcos con riesgo de que un coche lo ponga a uno como una sopa al pasar sobre alguno de ellos. El manantial de las voces que se escuchan, el torrente de carteles en los que aparecen frases evitando las proposiciones, los tirones de guante blanco, las aceras caminadas por los oídos, vistas por los zapatos, tocadas por los ojos, escuchadas por el tacto de la materia gris, son la mina del tesoro de la literatura andada. Hasta un buen rato después de haber iniciado el paseo no se da uno cuenta de que va solo, de que ha ido tan absorto en el olfato como una de esas personas que tropiezan con los demás por no dejar de prestarle atención a la pantalla de su móvil. El autor es otro, quien escribe es otro; es un íntimo apuntador del reino de las voces el que se dedica a dictar lo que recogen los sentidos a flor de asfalto, en el anden del metro o en la parada del autobús, al cruzar un paso de cebra o al inclinarse para recoger un papel del suelo. Cuando leo muchas frases cortas seguidas siento la velocidad del vistazo, el apremio de la sorpresa, la búsqueda de lo desconocido, la revelación de un mensaje escrito desde hacía años en una pared visto ahora por primera vez, con la de veces que ha pasado uno por ahí. No ha de dejado de llover en La Ciudad desde anoche, toda ella mojada por las lágrimas del cielo azul transformado en la nebulosa de la alegría, de la pura alegría de disfrutar de la buena literatura.


lunes, 26 de febrero de 2018

Diario de Febrero LXII



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Llueve sobre La ciudad. Sería muy bonito decir que La Ciudad llueve, aportándole sujeto al acto de llover, como si alguien pudiera llover, como si algo lloviera cuando lo necesitara. El sonido del agua que emana de los canalones y de las hojas de las plantas del patio es el susurro alegre de la melancolía de un rato de otoño al que ya parecía que le habíamos perdido la pista. Lo que son las cosas, esta tarde me he citado con un académico en la puerta de la iglesia de Santa María la Blanca, y durante el breve momento de espera me he topado con tres o cuatro caras conocidas, rostros que uno examina al acecho del verso de la ojera o de la oreja tocada o del descuido, del tropezón y el improperio, de la mera forma de andar o acariciarse el cabello, del resquicio por el que se cuela la tilde del acento oportuno. Debe andar rondando por las cabezas de los teóricos de los Cinco Sentidos que hay que aproximarse más a lo convertido en lejanía habiendo normalmente sido muy cercano. Un día es un papel en blanco, y de nuestra destreza a la hora de escribir en él lo que somos depende lo que seamos.


domingo, 25 de febrero de 2018

Diario de Febrero LXI



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Quisiera decorar La Nada atiborrando de luces y de sombras el inmejorable marco para el cosmos de las paredes de la irrealidad. Las botellas son soldados de Pavía sobre las repisas de los bares. Se han puesto de moda los tirantes en la indumentaria del personal de los establecimientos hosteleros de nueva apertura, con ese aire de franquicia que hace que la autenticidad se nos escape de las manos. Es de climatológica justicia poética que a lo largo de tres meses de templanza sea gozada una extendida primavera en La Ciudad, con sus noches frescas y sus amaneceres anaranjados, con sus tardes perfumadas y sus mañanas luminosas, con su  musiquilla a lomos del azahar. Las avenidas son moldeadas islas de barro al antojo del pensamiento. El saxofinista y el acordeonista que llevaban años tocando solos en la calle, cada uno por su cuenta, forman ahora un dúo. Decía Galdós que todos llevamos una novela a cuestas. Se da por sentado que todo buen profesional de la barra debe saber qué va a tomar el cliente antes de que éste lo pida, pero se olvidan de que no todo lo obvio es evidente, y a veces se llevan la sorpresa de tener que retirar una cerveza por preferir el recién llegado un café con leche o un vaso de vino o un trago más dado al poético estímulo con el que acompañar al dibujo de las golondrinas. Se presenta tan anacrónico un horno microondas sobre la barra de un bar como una de aquellas gigantescas pieles de vino de las que durante mi infancia se despachaba el mosto a granel en las tiendas de ultramarinos. Cómo no iba a nacer Velázquez en La Ciudad; los maestros de la luz están iluminados desde que nacen.

Diario de Febrero LX


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Ese algo metido en la bolsa que sirve de equipaje al viajero de las aceras sobre un radio determinado por el azar es un palo al que agarrarse, un fiel amigo de fatigas y de esperas a la desesperada, un ejemplar anfitrión de los retrasos de los vuelos, una recurrencia inesperada, un no andar uno solo, un monologado diálogo interno entre la voz de la conciencia y la del autor, un peso inerte, etéreo, consentido y consumido, acariciado, leído y vuelto a leer, subrayado y señalado por las muecas de los signos secretos del lector, en fin un libro. Un perfectamente desordenado escritorio por un lío de lápices y de notas tratando de entre ellas ponerse de acuerdo, un cuaderno con raquíticas anillas metafísicas, un anzuelo en cada uno de los versos que generosamente concede La Ciudad; un apunte, una descafeinada espera a los pies de un paso de cebra, un matiz no reflejado que formará luego parte de los juegos de la memoria, una caligrafía sostenida y desconchada sobre el impulso del deseo de escribir; una cartulina recortada, una escoba tratando de recoger la solidez de lo que el polvo se ha encargado de reunir en la definición de las pelusas, una avenida dentro del cuarto de baño, algún que otro atasco, inversiones en decidir esto o lo otro cuando no sabe uno por donde tirar, un ferrocarril con las sacudidas del estaño, con el tráfico de las tuberías, con las humedades del casco antiguo, con la colcha y el edredón como titulares indiscutibles, con la almohada en su sitio, con el radiador que viene pidiendo el cambio, a la espera de la oreja que se plancha y de la garganta que ronca; un timón escuchando las instrucciones de los sueños, en uno de esos sitios a los que tan difícil resulta acceder. El Funky es buena opción para introducirse en la enredadera del teclado, dejando atrás las correcciones, sin pensárselo dos veces, de una vez por todas, siguiendo las ondas emitidas por el charles de la voz interior. Acaba de sonar la campana de la iglesia de La Plaza. Lo bueno de escuchar música a bajo volumen mientras se escribe es que le permite a uno mantener contacto con el resto de sonidos que forman parte de la partitura clásica de la mañana. El día está nublado; se dice que lloverá en La Ciudad; la tarde anda a la espera de la contemplación de su luz. Voy a salir a dar una vuelta.



Diario de Febrero LIX



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La otra tarde, embocando la Plaza del Duque, contemplé el color de la primavera en los edificios de la calle Tarifa; es de Semana Santa, de mes de abril, el semblante cromático que en esta época la luz natural le aporta a La Ciudad. Pueden ya abrirse a casi cualquier hora las ventanas. Se agradece este acontecer de la templanza, este alargado anochecer sin tanta prisa callejera, este rumbo que va tomando la temporada. Un cliente de una cafetería acaba de tomarse un sobre de Cola Cao como si de uno de esos montoncillos de bicarbonato que el más ilustre de los fontaneros de Azufaifa se metiera en el cuerpo con un leve gesto de cabeza, acompañándolo con sorbos de agua. Me suenan todas las caras, todos los nombres. Hay un aire de resignación en aquellos que rompen sus comprobantes después de haber sacado dinero de un cajero automático. Acabo de estrenar una libreta azul en homenaje al cielo de La Ciudad, y otra verde pensando en ti, como si de una cámara de fotos se tratara, siendo consciente del privilegio que supone hacerlo contemplando La Ciudad. Últimamente me he cruzado con bastante gente joven amante del Flamenco; da gusto escuchar a algunos de ellos hablando sobre pormenores o detalles del arte en los que cualquier aficionado no caería. Sea cual sea el bar que pise siempre encuentro reminiscencias de mi infancia, de mi adolescencia y de mi pubertad, misivas de ese código interno que tienen todas las profesiones en sus gestos instintivos, en su hacer o no una mueca depende cuándo y cómo. Es una gozada comprobar cómo le crece la uña a la Luna. Hay un señor en La Plaza que siempre anda hablando de negocios por teléfono, siempre hablando de cifras y de porcentajes, de descuentos y de aumentos, de posibilidades de crecimiento y de beneficios, en voz más bien alta, cuando parece ser que todo es fruto de un delirio, de la malhumorada pose con la que adereza la locución de su personaje. Siempre hay otro que va con nosotros.

Imágenes


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Ver tu cara y tus pasos, tus manos asidas al manillar de una bicicleta, tu contorno que de memoria viene a reflejarse en la memoria; unas botas con aspecto de esos mocasines de andar por casa que calzan quienes saben encontrar la comodidad a pie de asfalto y de acera y de pedal, unos labios pintados de rojo iluminando el eclipse del encuentro en una alargada y soñolienta mañana paseando La Ciudad camino de un cajero, en un mediodía protagonizado por el contraste entre el edén de las aceras soleadas y el polo de las inundadas por la sombra, es ya uno de los regalos caídos del cielo, una boya en el mar del azar que siempre cumple su función y su papel, un no saber qué decir con la voz en un puño, un acontecimiento. Ver unos cabellos rubios y rizados como los tirabuzones de la intuición incita a resucitar, a querer que ardan todas las tardes, a pensar instantáneamente en castillos en el aire, a salir volando desde los acantilados de la libertad. Por una especie de premonición surgida a partir del momento en el que se le huele la luz al día sabe uno que se topará con la Magia. Ver unos ojos sinceros, auténticos, fieles, pertenecientes a un Ser Humano de mente privilegiada, es la mejor de las recompensas a las que pueda aspirar este solitario andante entre la gente. Uno camina por La Ciudad buscando lo que sabe y no sabe que encontrará, con esa indiferencia trufada de temor y de inocencia, con esa cautela fundida en la emoción anticipada, con ese no explicarse nada que no anhele la paz, la calma, la sana reflexión, en fin cosas a lo Tzvetan Todorov. Hay imágenes que no se pueden olvidar.



viernes, 23 de febrero de 2018

Diario de Febrero LVIII


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Se echa en falta un submundo más civilizado, un armonizado arco iris con el ozono. Somos capaces de cualquier cosa menos de ponernos de acuerdo, somos el recelo y la hipocresía, la tentación de la revancha, la limosna negada al clochard seguida de un improperio por lo bajini; somos capaces de lo mejor y de lo peor, somos la máquina más compleja. El mapamundi es un pastel repartido en función de la Ley de la Estaca. Los móviles no se apagan y las bombillas siguen luciendo el carnaval del pase de modelos de la actualidad. Los cabos sueltos son tantos que es como si dentro del cuerpo de la sociedad se hubiese generado otro organismo que supusiese la estructura, la base, el sustento, el cable sobre el que los equilibristas del tedio hacen todo lo posible para que la tensión se convierta en intensidad, a razón de ser lo que no tiene ni pies ni cabeza. Somos el mal día y el buen rollo. Estoy a punto de estrenar un pequeño cuaderno de tapas verdes, hay algo que me lleva a pensar que la solución del rompecabezas aparecerá en las notas que en él escriba, del crucigrama, del Fa menor sostenido que le falta a los guitarristas que tocan por puro instinto y de memoria. Siguen los camareros quejándose del impaciente comportamiento de los clientes en las terrazas. Hay personas que, independientemente de sus años, van por la calle con actitud de jóvenes y otras que muestran talante y conducta de viejos; no hay más edad que la que se ejerce. Se muestra La Ciudad en todo su esplendor compaginando contemplación con tragos de cerveza, esa contemplación momentánea y pasajera, eterna en el recuerdo dentro de uno de esos cajones de la memoria al más puro estilo Murakami. El escenario perfecto para ponerse a escribir un detalle en el Coltrane es con Nina Simone de fondo. A veces pienso que debieron los órganos Hammond suponer en su momento un acercamiento a la psicodelia, a lo que daba de sí la imaginación de los pianistas, de los teclistas. En la conjunción entre los coros y la percusión se encuentra la sal del Jazz diatónico como una garganta, hermoso y ondulado como la claridad de los azules de La Ciudad.

lunes, 19 de febrero de 2018

Diario de Febrero LVII


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Zumo de humo con tequila, eso tiene que ser de Sabina. La Plaza está llena de gente. Hay un párroco en el Barrio al que yo admiro mucho y con el que jamás he cruzado palabra, un Doctor Honoris Causa en eso de saber que la calma es lo más difícil de mantener; sus ojeras son de sabio, su cartera de Benedetti. Cualquiera que lea junto a mi libreta de notas que el tabaco mata se preguntará que de qué me sirve la cabeza. Un anciano, en el Bar de La Plaza, le advierte a su asistenta de que lo primero que ésta tiene que hacer cuando vuelva a pasar lo mismo es ponerle "esta" medalla sobre la zona de la dolencia, y qué le quede muy claro. Hace tiempo escribí aquí sobre un saxofonista de la calle ante cuya actuación se sintió ofendida una señora por lo según ella malo que era. Nunca he escrito a cerca de un acordeonista del Este que como todo artista hace lo que puede; esta tarde se han juntado los dos, el saxofonista y el acordeonista, y han tocado a dúo en La Plaza; y yo viéndolos y pensando olé ahí sus cojones. Un camarero de mundo me ha comentado que ha tenido que llamarle la atención a unos clientes por pretender coger la propina que acababan de dejar los que hasta hacía justo un momento ocupaban el lugar de la barra al que éstos habían accedido. Ahora suena Private investigations, nada más y nada menos, con ese trasfondo de misterio que hace únicas a las canciones que uno escuchaba en aquella época en la que la memoria estaba permanentemente aliada con el olfato.


domingo, 18 de febrero de 2018

La gran asignatura



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Uno de los impulsos de la escritura se encuentra en la mera presencia del papel en blanco, que habrá que ir rellenando de procedente de los conscientes y subconscientes aliados pensamientos con el presente material, mirándose uno en los espejos del futuro y del pasado, del pretérito y de los sueños. El oído se adapta a la inquietud en su afán por escuchar otra cosa, y mediante esa curiosidad me aproximo a Coralie Clement. Cuando encuentro el significado de una palabra en la pronunciación de otra lengua me entra  por el cuerpo una alegría comparable a la del lector que, ante su falta de conocimiento, trata de superarse en la introducción sobre obras de más complejidad queriendo entender dialécticas dadas en otros tiempos al enredo y al engorro y al aburrimiento, lecturas a las que aún no les había llegado su momento, su primer momento. Para escribir hay que tener ninguna y muchas cosas presentes a la vez, sabiendo que otras muchas posibilidades de amalgamar el mosaico de las relaciones están apareciendo al mismo tiempo que toma uno nota del perfume más relevante de los que en ese instante sus cinco sentidos le revelen, para las que siempre habrá un lugar en el subconsciente, en esa cascada de consecuencias y de ocurrencias y de gestos y de dichos y ademanes que determinan el suceso, la instantánea. Luego también ocurre lo siguiente, y es que cuando escribe anda uno más en su mundo que en la realidad, imbuido en la abstracción de la escritura. Hay una metáfora en el sonido que emite la tubería de la lavadora en su recorrido por una de las paredes de la cocina, en el trasiego de las piernas cruzándose hasta encontrar la postura adecuada, en las interferencias del teléfono, en el recuento de votos de la nevera; hay estímulos literarios, aptos para la exploración del alma de las cosas sobre el mar abierto de la poesía, en el olfato y en el instinto de supervivencia del acto de respirar. La cuestión es colocar una palabra detrás de otra siendo uno coherente con lo que escribe, y esa es la gran asignatura.



Diario de Febrero LVI



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Muchos proyectos empresariales fracasan por ir a la guerra antes de haberla ganado; todos quieren estar de moda al mismo tiempo, fijándose demasiado en lo que hacen los demás, copiándose unos a otros en una guerra fría de conceptos humanistas y rebozada por los aires del hedor a franquicia arquitectónica de sus diseños, cohibiendo la parte creativa de su capital humano. ¿Se imaginan un mundo en el que todos y a todas horas mantuviéramos los buenos modales?, el abandono de los mismos debe tener algo que ver con la degradación del concepto de justicia, a razón de la cual el individuo comienza a perder el sentido del civismo por esa inercia que lo transforma en un ser dolido, no escuchado, manipulado, salpicando en todas direcciones, coaccionado, abandonado, acorralado, indefenso, cada día más bruto. Anoche estuve en el Coltrane, y después del concierto uno de los músicos manifestó su más sincera admiración por Chick Corea. Antes de actuar los músicos calientan las manos con rítmicos movimientos simulando estar siendo dueños de su instrumento. El factor estético del comportamiento es una de nuestras ausencias más presentes; luego están los cavernícolas que confunden educación con suficiencia. Qué mal café se bebe en La Ciudad. Cada día duran menos unos cuantos euros en el bolsillo, así, en función de tanto por tanto y por esto y por lo otro y por lo tanto. Un problema sin solución es un problema mal planteado.


sábado, 17 de febrero de 2018

Los comentarios



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Escribir en un blog supone tener muy claro que la vocación es uno de los ingredientes principales de la escritura, por respeto a quienes escriben, por la propia ignorancia con la que uno se defiende en este mundo, porque escribir es un acto de la conciencia y un destape del escritor, y eso es algo que hay que hacer con mucha cautela y con la suficiente dosis de paciencia durante el periodo de aprendizaje, que dura toda la vida. Pero escribir en un blog no sólo significa publicar una entrada detrás de otra e ir viendo cómo engorda el número de retales publicados, no; escribir en un blog es una forma de terapia, una limpieza, una catarsis, una salida hacia el frente de lo desconocido, una necesidad, un banco de pruebas en el que el neófito se entrena ensayando su día a día, unas veces mejor que otras y en ese plan. Por un instintivo gesto de conciencia me lanzo a escribir lo siguiente, estimados lectores a los que me duele en el alma no disponer de fuerzas para contestarles, dirigiéndome fundamentalmente a aquellos que generosamente suelen pasar por aquí publicando sus comentarios e incitándole a uno a seguir escribiendo, escrito sea de paso; es tan importante la gratitud como la humildad. Quien escribe en un blog lo hace para él y sospechando que alguien pueda leerlo, porque es raro frecuente que tenga ningún tipo de repercusión, ni el más mínimo interés para el común de los mortales que gozan de disponer del privilegio de la lectura dentro de su ramillete de aficiones, su pseudoliteraria presencia. Romperé hoy uno de los principios que según Hemingway ha de sostener todo aspirante a escritor, que es el de no tratar de explicarse, o sea de justificarse ante el fracaso, que es el fiel reflejo de la cobardía, con la confianza puesta en la excepción que cumple la regla. Me explico: el hecho de que en las últimas entradas no esté contestando a los comentarios que todos ustedes aportan responde a que la escritura necesita de la nobleza del silencio de la escritura, haciendo por si misma lo posible por ser un pez en el agua a la vez que los estímulos vitales sincronizan con las coordenadas de la Naturaleza, un noble silencio refugiado en el nulla dies sine linea, tras de lo cual sólo quedan fuerzas para dormir uno más o menos tranquilo después de haberse mentalizado para conseguirlo. Toda mi admiración hacia ustedes.



Diario de Febrero LV


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Las tildes por debajo de las esdrújulas de esta tarde eran las manos en los bolsillos de los transeúntes, y las farolas de gas tatano pretendiéndole dar ese anaranjado y amargo tono de luz a La Ciudad cuando ni chicha ni limoná. Los resultados del Derby diario son los siguientes: la Causalidad gana por goleada. Cuenta cada día menos la experiencia en el pase largo porque el estímulo cada vez es más súbito, cosa que hay que prometerse proponerse atisbar si no quiere uno que le acabe sonando a chino la efímera actualidad; a ver, la velocidad de la luz de la vida que consumimos como consume la vela oxigeno al tiempo que es consumida. Todos contestamos en primera instancia que bien cuando nos preguntan cómo estamos. Hay quien ve las cosas de otra manera; todos vemos las cosas de otra manera. Crece a cada instante la vida como no dejan de hacerlo ni las uñas ni el cabello. Contemplo La Plaza como quien hace lo propio desde un balcón de Tirso de Molina. Una señora pide una leche manchada muy clarita y muy calentita voy a entrar un momento al servicio, y en ese sin buenas tardes se encuentra focalizado el pensamiento de lo que desde hace kilómetro y medio venía barruntando ese alma bendita que bastante tendrá ya con lo que tiene. Una de las opiniones al respecto de si por el hecho de no disponer de un contrato en regla se tenga más o menos inclinación a mostrar entusiasmo por el trabajo dice que no tiene por qué; y si me paro a pensarlo no tiene por qué, pero no creo que predomine precisamente el pensamiento lateral en ese caso; a partir del momento en el que empiezan a aparecer las exigencias, una vez que no hay otra, comienza el individuo a pedirle tomar cartas en el asunto a la burocracia, razón por la cual los juzgados y las asesorías y los gabinetes de abogados y bufetes de los mismos están tan ocupados, a la par que van floreciendo con otras perspectivas nuevas generaciones que vienen con un nuevo mensaje que aportar, con otra historia que contar, con otro cuento pero cada vez más aproximado a la metafísica de la relación entre la exigencia y la recompensa a cambio del esfuerzo. Si las empresas no empiezan a mirar en el interior de las personas acabarán avanzando a un ritmo que nada tenga que ver con la realización en el trabajo ni siquiera en el más creativo de los puestos, y eso nos llevará a la locura; y ojo que, como diría Gustavo Bueno, estamos todos en el mismo barco.


martes, 13 de febrero de 2018

Divagando



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La Ciudad sigue en su sitio, incólume, ella, sólida y fugaz, solitaria y acompañada, hija predilecta y desterrada, austera y sibarita, salvaje y adiestrada, atemperada y friolera, atenta y descuidada, progresista y nostálgica, ambivalente y múltiplo de sí misma, es un decir. La Ciudad es un crucigrama de calles y de curvas asfaltadas en dirección a la Alfalfa, un taxi tratando de sortear una esquina donde uno menos se lo espera, un milimétrico ton ni son con sentido de la picardía. La Ciudad es un mosaico, eso ya se sabe, un abecedario y un Rosario, y un perfecto desorden de los nombres más sagrados. La Ciudad tiene un toque salino que le viene de las marismas, unos cuantos puentes y un digamos que río bien acaudalado, en el que se ejercitan los remeros y algunos barcos navegan cargados de turistas, a los que durante un paseo fluvial se les informará a cerca de tres o cuatro cosas que no van más allá de lo que acapara la atención que se le pueda prestar a ese menester por parte de la la persona encargada al efecto, a los constantes defectos de puesta en escena que han acabado formando parte de lo cotidiano. La Ciudad se abastece de la espesura de la idiosincrasia, de la hipocresía y de la nobleza, de la cuenta atrás de la Semana Santa. Hay rincones poco propicios que se dan por descartados, rizos del rizo del aburrimiento, cargamentos de poesía para marineros en tierra, y hay rincones para la contemplación y el sustento del silencio, para la meditación más audaz en las ecuaciones de la búsqueda de la tranquilidad. La Ciudad y su cuerno de la abundancia, y su tolerancia restringida, y su adrenalina servida en bandeja, y su inoperancia y su en un arrebato todos a una. Me gustaría escribir todo lo que sucede en una de las esquinas de La Ciudad.


Absurdo y aburrido


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Una tarde de esas en las que no sabe uno sobre lo que escribir, por dónde empezar. Un transcribir letra a letra aquello en lo que la voz interior se esfuerza por traducir, un aluvión y una hipoteca, una soñada biblioteca, una cuesta abajo de febrero, un reguero de sonidos basados en el silencio, en la bruma, en la falta de norte acorde con la goma espuma del pan industrial, fuera de juego, con el pie cambiado, inverosímil y común, uno más a mucha honra, mezclado entre la Pipa de la paz y la cerveza, sin naipes en la manga, absurdo y aburrido, observador y contemplativo y poco más; esa apatía que le impide a uno ir a la Academia a ver un rato el partido; una indefensión célebre por recalcitrante, ausente y poco dada a los sobresaltos, un estar sin estar sin querer dejar de estar pero en qué quedamos; un lugar en el que la vida se nos va en decir que si o que no, una apropiación indebida, una despedida antes de tiempo, un cuento de Adas con árboles deseosos de ser abrazados, un consumado malherido malinterpretado; un recipiente del que no se cansa uno de beber, un ayer con sostenidos y bemoles, con aires de filarmónico sentido, con romántico murmullo de mariposas en el estómago, con náufragos que no se dan por vencidos; una de esas veces en las que puede más la intuición; un sitio que pasa desapercibido, solo en la memoria del olvido que se lleva bien con la inquietud a la espera de ser reconquistada/o; uno de esos mensajes sin recibir; una montaña y un grano de arena, unas cadenas para escalar el Everest, una mochila cargada con víveres y con algo que echarse por lo alto; una colilla malhumorada, mal ahumada en su ingenuidad; postales en las que se les rinde homenaje a la catapulta, insomnios vespertinos, inquilinos del piso de arriba que no dejan de armar escándalo o ensoñaciones recreadas por el estado de alarma sin que se haya prendido fuego la casa. Luces de bohemia, escaleras hasta el subsuelo del intelecto, hasta el coma profundo, hasta el tuétano, hasta la médula, hasta, ¡Corten!. Demoras, prisas atenuadas por la desidia, ineptitudes y mucho barro. Es hora de empezar de nuevo, se dice el caminante; es hora de decirle hasta luego a los demonios del fiscal, a la rudeza de las ruedas de molino, a las mal perfumadas musarañas, a la entretela de los visillos de las suposiciones, a las razones que nos permiten ser más acordes, menos imbéciles.


sábado, 10 de febrero de 2018

Diario de Febrero LIV


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Esta mañana, lo que son las cosas, recién salido del Supermercado del libro donde acababa de adquirir una obra de Edward de Bono, me he encontrado con alguien que lleva en sus venas la creatividad basada en el pensamiento lateral. Manuel es artista, escribe y canta, tiene su casa llena de pequeños papeles adhesivos en los que va dejando el rastro de la instantánea de su ingenio, de notas de todo lo que se le va ocurriendo, para luego trasvasarlas bajo un nuevo enfoque sobre la hoja en blanco en la que se definirá la letra del siguiente tema. Una cosa es lo que se nos ocurre y otra lo que el pensamiento sea capaz de hacer con ello. La pérdida del sentido de la orientación viene de la mano de la facilidad, o no, con la que podemos acceder a la ubicación de cualquier calle mediante una aplicación de nuestro teléfono móvil. Decrece el interés por la investigación en el paseo si al único lugar al que alumbramos es al del destino, al de la meta, al del fin que justifica los medios y los convierte en consuetudinarios, que es la excusa más cobarde. A medida que transcurre la vida se van estableciendo nuevos clichés, nuevas creencias basadas en nuevos refranes, en dichos sin atisbo de proverbio, con el peligro de justificar acciones que nada tienen que ver con el potencial desarrollo de la sociedad, sino más bien con una forma establecida de hacer las cosas ante las que aparece uno como un dinosaurio cuando las cuestiona. Lo mejor que se les puede pedir a los fines de semana es que nunca tengan una edad en la vida.


Diario de Febrero LIII


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Puede que esté siendo hoy el más frío de los días de lo que de año llevamos en La Ciudad. Bill Evans es el timón de la banda sonora, con esa especie de circunvalación entre él y el contrabajo. El piano demuestra que los dedos tienen memoria. Hay una guitarra en La Nada que toco de vez en cuando; cuando me sumerjo en esos raptos de querer tocar un Blues sin saber acabar consiguiéndolo. Lo curioso de los desiertos es que tarde o temprano nos acabamos encontrando en ellos con el espejismo de un oasis, siendo dueños de la parte intransferible de nuestro pensamiento, que desde unos minutos puede disfrutarse hasta unas horas e incluso hasta uno o varios días enteros, pasando a un estado superior en el que las cosas se ven con más claridad, sin tantas interferencias místicas, como disfrutando más de la realidad; aún así, y todo hay que decirlo, es imposible vivir una vida sin inventarse otra que pueda con esto.

Diario de Febrero LII



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Albert Einstein dijo que el primer síntoma de la locura se resume en pretender mejores resultados haciendo lo mismo. La mediocridad es la consecuencia de la falta de búsqueda de la excelencia, que se ha ido perdiendo en el contacto entre nosotros a medida que hemos sido imbuidos por los impulsos del sensacionalismo y por las anticipadas humedades del miedo, por el paraguas de la foto de marras comiendo gambas en Matalascañas y porque no seré yo quien tire la primera piedra, por el superpoblado ambiente de estímulos sobre cosas superfluas y por los prejuicios establecidos por la Ley de la estaca, sin más sentido que el del dominio y la preponderancia, que han acaparado nuestra atención y  nos han embobado con el cuento de Caperucita y del ogro y del lobo y así todo seguido hasta el final; pálpitos con los que se ha tratado de darle explicación al desarrollo más adormecido; es como si le hubiesen puesto frenos a una Kawasaki, con lo que podría una Civilización dar de sí a estas alturas del partido; ahora bien, todo depende de si uno considera al ser humano bueno o malo por naturaleza. Existen muchas posibilidades de que el cárter nos venga tocado de serie, pero aún así es una vergüenza que hayamos llegado donde hemos llegado sin haber llegado todavía. Me gustaría pensar que en ese todavía se encuentra la fe que fue capaz de hacerle al miedo encontrar a nadie cuando llamó a la puerta, y que para llegar donde nos mereceríamos estar haya inevitablemente formado todo ésto parte del camino. Hay un círculo vicioso que nos acorrala y del que dependen muchas de las situaciones que nos vuelven a pasar; es posible que se trate de una adaptación del comportamiento  a la teoría de los ciclos. Hace frío en La Ciudad. 


martes, 6 de febrero de 2018

La cuerda


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Esta tarde, charlando con mi Maestro, hemos estado dándole vueltas a lo mal conectados que se encuentran los cables de la creatividad compartida, y del deficiente encuadre sobre el que se trabaja con cada uno de los miembros de un equipo. En el  mundo de la empresa los roles mal definidos son la premonición de una pelea de gallos. Actualmente se están llevando a cabo bastantes proyectos hosteleros de próxima inauguración en La Ciudad; hoteles, establecimientos gastronómicos, sitios donde disponer de le emoción anticipada de la experiencia, que es donde debería encontrarse el precio de tanta propaganda, y a todos ellos se les pasa por alto el Personal, el Staff, la Plantilla, el Grupo Humano, los Humanos con Recursos, la Tropa que estará en primera línea de fuego, los que dan la cara, los que venden, los encargados de transmitir ese Story telling que tan de moda se ha puesto a la hora de posicionar a una marca o firma o compañía o negocio con aspiraciones a ser algo en el mercado. ¿Qué quiero decir cuando digo que a estos señores se les pasa por alto lo referente al Personal/Equipo? Pues que ningún empresario se ha parado a pensar todavía que la parte esencial de la creatividad radica en la clientela interna, en aquella que en conjunto se bate el cobre a diario y que está obligada a verse las caras durante más horas de lo que lo hace con su familia; entonces viene lo de los horarios y los papeles, lo de los convenios y lo de dárselas de buenos porque ellos van a actuar como nadie lo hace en La Ciudad; porque como en La Ciudad lo que abundan son contratos de veinte o treinta horas semanales a cambio del esfuerzo de cincuenta o sesenta o lo que la cuerda dé de sí, pues qué quieren que les diga, que lo que ellos proponen es la leche; pero la leche, saben ustedes, cuando se calienta mucho se quema, lo que pasa es que hemos sido educados en la creencia de que la leche cuanto más caliente mejor, y es cuando la comparación se confirma como la firme prueba del pretender que aún a sabiendas de que somos unos usureros pensar que somos generosos, y ahí es donde la ética se riñe con la actualidad; de forma que ya me dirán ustedes, esto no hay por dónde cogerlo. Ahora resulta que a nivel de principios empresariales lo mediocre se ha convertido en la mejor elección. Qué aburrimiento.

 

lunes, 5 de febrero de 2018

Diario de Febrero LI


Resultado de imagen de papeles arrugados

Hay días en los que la bombilla tarda más en encenderse. La llovizna improvisa una fuga sobre las hojas de una inmensa planta de hojas caducas. Un domingo gris de invierno es una estación en la que se piensa en el destino. Algo hay que hacer. Suena Miles Davis y ya no sé si es el estímulo del jazz el que acompaña a la cerveza o viceversa. Un escritorio desordenado es el mapa mental de quien frente a él se encuentra; lápices, bolígrafos, notas y cabos sueltos, libros en vertical lista de espera, un cuaderno de pentágramas sobre los que se escriben los versos de la ocurrencia, las ideas en forma de legible caligrafía, lo que después nunca se encuentra, retahílas, cuestionarios, apéndices y cuatro pinceles pidiendo paso. He recibido, por parte de un académico, el decálogo del escritor según Hernest Hemingway; no dan puntada sin hilo, ni el académico ni el escritor. El personal se va de los sitios sin decir adiós buenas tardes; la estética de lo cotidiano se nos olvida, se nos sumerge en las cavilaciones cada vez más veloces. Esta claro, en el ámbito empresarial, que ir a o lo Baudelaire significa suicidarse; por el mar corren las liebres, por el monte las tortugas. Creo que el sentimiento de injusticia está muy ligado a lo poco habitual que resulta usar los buenos modales. Escuchando a la banda de Aaron Goldberg entiende uno por qué algunos bateristas prefieren coger una de las baquetas entre el índice y el pulgar. La música se encarga de reconciliar los pensamientos, y eso es un buen argumento para no irse a dormir de vacío. 

domingo, 4 de febrero de 2018

Diario de Febrero L



Resultado de imagen de papel escrito

La partitura de la creatividad se encuentra en las notas musicales del presente continuo de la ingenuidad. La calma en estado puro sucede cuando somos capaces de encontrar el perfil de una figura en una voluta de humo. El pensamiento se clava en las paredes diseñando similitudes con lo conocido, fotografías en blanco y negro trasluciendo manantiales de la infancia, agujeros que conforman la galaxia de La Nada. Esta tarde he podido pararme a escribir en el De Quincey, qué buen sitio. El acto de escribir es uno de los placeres accesibles de la vida; la bondad de la punta del lápiz o del bolígrafo deslizándose sobre la hoja del cuaderno; el ademán y la postura y los movimientos necesarios para disponer de un mínimo con lo que escribir en el preciso momento en el que te lo pide el cuerpo. Vaya mañana de sol y de frío; y es que la poesía no sería nada sin los contrarios. Parece ser que en Azufaifa una multinacional americana ha comprado un terreno sobre el que en breve implantará una factoría para suministrar a toda Europa de la materialización de una serie de productos relacionados con el tema del plástico. A Azufaifa, como a todos, le hace falta un enjuague, una sesión, un repaso, un arreglo, una puesta al día, un aquí estamos nosotros con algo que decir; puede que con esto se incentive la seguridad de la ciudadanía y les vuelva a las familias el instinto celebrativo y tapero, fiestero dentro del perfecto desorden de una idiosincrasia que gozó de estilo propio; en Azufaifa siempre fueron importantes los zapatos y el sombrero. 



viernes, 2 de febrero de 2018

Diario de Febrero XLIX


Resultado de imagen de sabiduria

La Educación podrá siempre jactarse de haber tenido un papel imprescindible cada vez que hemos aspirado a ponernos de acuerdo, a llevarnos bien. Todo parte de la base de saber o no saber estar sólos y con los demás, de forma que andar con cierto orden por las aceras del centro de La Ciudad se ha convertido en todo un reto. Siempre he sentido admiración por los vagabundos, mujeres y hombres que van y vienen sobre la geografía del meollo ciudadano como almas en pena con la gloria bendita de su cartón de vino, con su bolsa del Carrefour con tres prendas con las que engañar al invierno. A eso se puede llegar, a eso se llega. Escucho que Fulano escribe de puta madre y con sencillez; quién pudiera. El cuerpo y el alma hacen encaje de bolillos para sintonizar la misma frecuencia, a ser posible modulada. Mutis por el foro. No es fácil disfrutar de la buena música que ponen en el Coltrane durante el descanso de los conciertos. Yo no tengo una lista de cosas por hacer, pero el día que la tenga, o me va a faltar tiempo o me va a faltar papel, dice mi amigo y Académico Javier Castro. Los viernes se dejan leer; si no fuera por esos ratos. Le he escuchado a un académico decir que uno de los errores dialécticos en el que durante los ochenta incurrían los del Opus era en el de decir tacos a destiempo, siendo ellos tan prístinos. Olé. No está el buen humor en alza, de hecho se le asumen muchos desprecios como naturales por falta de entendederas, y me da coraje. La gente mira, todo son suposiciones, conjeturas, nubes de niebla vespertina, añoranzas de lo que nunca jamás sucedió, ya me entienden. Transcurre la vida a un ritmo tan sutil que casi  no nos damos cuenta de lo que nos sucede, por muy atentos que estemos o tal vez, y precisamente por eso, despistados.


jueves, 1 de febrero de 2018

Diario de Febrero XLXVIII


Resultado de imagen de difícil

Todos los días hay una M/manifestación legal a las puertas del Ayuntamiento de La Ciudad; jornaleros, operarios, parados, regulados de empleo, asalariados por los pelos de los flecos de lo legal y de lo que no es legal y en ese plan, y como la manifestación es legal no cabe duda de que vivimos en un país democrático; a ver, señores, hay que organizarse lo mejor posible para después poder hacer nosotros lo que nos dé la gana; esa es la cosa venenosa que tiene el poder. No hay dos palabras iguales, dos versos iguales; en todo caso aparentes repeticiones que no han hecho sino pretender y no poder bañarse dos veces en el mismo río; y es que la vida es un cántaro hueco por el que no deja de entrar y salir el aire. En el Coltrane, una señora ha pedido una copa de Cava, y habiendo sido por la tarde me parece de buen gusto ese trago; el Cava, perfecto digestivo y gran aperitivo, espuma del rosario de burbujas que corona el por antonomasia recipiente del brindis. Mantener entre los dedos el cigarrillo sin encender es una pose como que incitase a continuar, a no detenerse, a mirar allá donde se encuentra el instante, a ceñirse al presente, a seguir escribiendo. Tenemos la necesidad de que se nos planteen los problemas como queremos, con nuestras coordenadas y premisas, con nuestro verso inicial, con nuestra interpretación de las metáforas; o sea que estamos necesitados de sastres interiores que nos cosan trajes a medida a la hora de enderezar entuertos y desaguisados, turbulencias, borrascas, tempestades. Buena parte de lo que más trabajo nos cuesta entender procede de nuestras propias creencias, es decir que entre Tántalo y Robinson anda el asunto. Nos gustan mucho el ruido y las nueces, el escándalo, la jauría, el vocerío, la barahúnda, el atropello, la avalancha, el terror al vacío. El muchacho y la muchacha, así es como el personal se refiere a alguien; me preocupa la poca habilidad con la que ejercemos una mínima distancia de seguridad entre nosotros, solo por el noble respeto que se merece cualquier otra persona, cualquier otro ser de esta tierra que cumplirá la promesa que desde hace tiempo se lleva prometiendo a sí misma en caso de que no cese nuestro empeño de hacerla añicos. Mañana será otro día.