jueves, 26 de julio de 2018

Una joya del olvido

Resultado de imagen de Miguel Hernández Poemas de Amor


Los libros viajan; algunos se enrolan en la travesía del olvido, en sótanos y armarios, en cuevas y profundidades, hasta que son rescatados por la curiosidad y la casualidad. Los libros vuelan, se sumergen y echan a rodar, se comienzan y se echan a un lado empezando otros, van haciéndose hueco entre los paquetes, se dejan tocar entre las cajas, se acarician junto a una estantería, se nos caen al dormirnos de las manos; los libros huelen a azar/azahar y a hierbabuena, a quinina, clorofila, mosto y adrenalina, a comercio y costumbre, a polen y aire limpio, a compañía y fragancia y hábito y ejercicio, a mar adentro, a recuerdos de épocas de todo tipo, a lo que su impronta nos devuelve de experiencia. Nada como la aparición de un libro para fechar un recuerdo. Los libros nos transportan en el tren de sus lecturas, en la intromisión onírica sobre las ciudades que pisan sus personajes; nos acompañan las vidas que los habitan, los ejemplos, las crónicas, las metáforas, las comparaciones, las ocurrencias y la perspicacia, la moraleja y el mensaje, la verdad de las mentiras, la pura alegría de leer, los lugares donde los leímos, los sitios en los que los compramos, las lecciones que nos proporcionaron y las dudas que nos suscitaron, la admiración por la obra en si, por el valor de escribir un libro, por la soltura expresiva, por la definición del crucigrama a solas de todo lector. Los libros son hermanos, ángeles de la guarda, amuletos, fetiches, miembros de la familia, mascotas, amigos, compañeros, recursos contra el desamparo en los aeropuertos. Los libros disimulan las fatigas, se amontonan, nos hacen más interesantes de lo que somos, nos camuflan detrás de esa barrera a la que solo se asoman los ojos más curiosos. Los libros se regalan por amor, por afecto y simpatía, por inercia y por no saber qué regalar pensando que siempre vendrá bien un libro. En las dedicatorias de los libros regalados con amor fraterno, perdidas de vista en la cercanía de las distancias, se ve al trasluz la radiografía de los trasbordos, de los cambios de turno y de paisaje, de las vueltas que da la vida, como en la del Poemas de amor de Miguel Hernández que Blimunda me regaló en octubre de 2009, encontrada en un camarote del Nautilus atracado en Azufaifa, que hoy se encuentra en Braunschweig. Una joya del olvido.


4 comentarios:

  1. Encontrar un libro perdido es un placer para los sentidos y para el alma.
    Salu2 librescos, Clochard.

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  2. Las personas somos como los libros,cada cuál que nos lee saca sus propias conclusiones y pocas veces coincide con el autor...
    Un abrazo libr-e!!

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  3. También se regalan para compartir el disfrute de una belleza a alguien al que crees con la sensibilidad suficiente para apreciarla.

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  4. Buenos días. 8 meses con el vaso vacío. Es hora de que usted nos agasaje con una buena copa caballero. Bien fría, por favor, con dos peces de hielo. Un fuerte abrazo. El doberman del Alabardero bautizado así por un soldado de trincheras apodado Sombrerero Loco. Salud.

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