martes, 14 de mayo de 2019

Un lugar ejemplar



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Cada vez que visito una biblioteca me sorprendo de la cantidad de sabiduría escrita puesta a disposición de los usuarios y a la que un bajo porcentaje de ciudadanos acude, aunque solo sea por la curiosidad de ver lo que allí hay y de paso, quién sabe, a lo mejor pensar que es ese un buen sitio en el que perderse/encontrarse un rato. Libros ahí colocados, incólumes a las circunstancias como pétreos seres dispuestos a aguantar el tipo durante el tiempo que haga falta, parte del pensamiento de la humanidad a nuestro alcance, para que lo primero que aprendamos sea a cuestionarnos a nosotros mismos, para no quedarnos en el abecé de lo que oímos y creemos a pies juntillas y de lo que acabamos haciendo un credo tantas veces irreversible que, por no pensar, da mucho que pensar. Por los libros no pasan los años, sobre todo por los antiguos; en cambio en los libros editados en las dos últimas décadas se palpa a distancia la mala calidad del papel utilizado, el enfermizo amarillo prematuro pasada la inicial etapa en la que aún queda lejos el nacimiento una nueva generación. La sensación de que todo tiene su fecha, su tope, su caducidad y vejez prematura, en el caso de los libros, entristece las palabras leídas por los mejores lectores, porque es como si una obsolescencia programada se estuviese preocupando de recordarnos que los libros solo se leen una vez, que los libros se marchitan a la par que los diseños de sus portadas, y eso, además de ser una aberración, es una injusticia, un despropósito, un impuesto atropello por las necesidades del mercado, como todo lo que se propone mejorarnos la vida encubierto de afán de negocio. A lo que vamos, que cada vez que visito una biblioteca me quedaría a vivir en ella, como un ratón por sus estanterías de madrugada, acurrucado durante el día en un rincón invisible en el que poder contemplar las caras de satisfacción y de sorpresa, el sosiego de quienes encuentran en ella la paz necesaria para evadirse de un mundo tan lejano al suyo, en el que habitan intentando que los acontecimientos no traspasen la frontera de sus principios y valores, en el genuino análisis de sus circunstancias en correspondencia con los escritores que parecen que le han adivinado a uno ese pensamiento que se descubre cuando se lee. Las bibliotecas deberían ser el lugar de culto al que acudir todos los domingos a por un libro, como quien va a misa, o con la acostumbrada frecuencia de quien hace la compra semanal, o de quien cumple con el ritual de completarse a sí mismo en beneficio de la relación con los demás apostando por el desconocido universo en el que se encuentran las explicaciones de lo que somos en función de lo que hemos ido siendo. Una biblioteca es uno de los únicos lugares que conozco en el que son capaces de convivir todas las culturas, todas las lenguas, todas las ideologías y todas las patrias con el preferible requisito, que normalmente se cumple, de hacerlo en silencio.

2 comentarios:

  1. Reconozco que hace tiempo que no voy a misa-biblioteca. ¡Mea culpa! Pero tengo tantos libros pendientes de leer, de los últimos que me han regalado/comprado, que no me atrevo a buscar más. No por pereza, sino por desesperación ante la idea de que no me los voy a poder leer en los próximos días. Voy apuntado títulos y conforme voy pudiendo, los voy comprando o leyendo.
    Me alegra enormemente tu vuelta, Clochard.
    Salu2 biblioteca2.

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