como una centrípeta ave adivina que canta
la estrenada claridad de un milagroso vocablo,
insinuándose mediante una luz difuminada,
ambivalente y tenue cabello de ángel filtrado
por las ventanas atravesando las tazas de azul
insinuándose mediante una luz difuminada,
ambivalente y tenue cabello de ángel filtrado
por las ventanas atravesando las tazas de azul
e iluminando de ocre los duermevelas del pasado,
poblando las mesas de una efervescente inquietud
con el atrevimiento de colmarlas de fuego moderado.
con el atrevimiento de colmarlas de fuego moderado.
La mañana pasa por la ducha, las legañas y el espejo,
por las zapatillas, los bostezos y los cigarrillos templados,
por las tostadas y el reflejo del aceite y los apuntes,
por las sábanas revueltas sobre la mermelada de la agenda,
por los lápices que le sacan punta al envite del diario,
por el día que de resurrección se viste por costumbre
a la par que se retoma la aérea línea de los hábitos.
La mañana pasa por el presente, el minuto y el pañuelo,
por el efímero tatuaje de la almohada sobre el rostro,
por el faro y por la playa y por el puerto de los atracados
barcos en el muelle de una buena y retomada esperanza,
por las boyas que en el mar de la memoria dejaron su señuelo.
La mañana es ese mundo recién esculpido y decorado
en el que quisiera uno volver a mejor reconocerse,
esa continuación de la aurora con cereales sin traslados,
ese álbum de barruntados incipientes pensamientos,
el instintivo acercamiento a las ascuas del ayer cercano,
el borrador sobre el que conseguir los planes que no fueron.
La mañana peina las canas, perfuma y reconstruye los cabellos,
activa la cafetera, pone en marcha, abre los botes de geles de baño,
estira los brazos, desentumece los huesos, desayuna, tose y estornuda,
engendra promesas mezcladas con tirabuzones de emisoras de radio.
La mañana va de la cama al reencuentro, del lavabo al armario,
del pasillo al noticiario, de la puerta de la calle a los tantos por ciento,
de la interrupción del sueño al manido y sempiterno enfrentamiento
con el reino de las voces tantas veces frecuentado de ordinario.
La mañana es el comienzo de un encolado lienzo retomado
sobre los aprendidos ensayos de luces y sombras y contrastes,
en ese traslúcido dibujo latente detrás de lo a penas esbozado.
La mañana mejora con violines y proyectos de buenas intenciones
haciendo parada entonces en los jardines de las canciones de la calma.
La mañana es un suspiro y un sollozo que dura lo que dura un vistazo,
el ramillete de unas cuantas horas, un escorzo con el mediodía al rebufo,
la intempestiva sucesión al fondo de las prisas maniatadas del antojo,
la cita que no deja de insinuarse de reojo en las manecillas del reloj.
La mañana es un pedazo de sol aclarando las dudas y las sombras,
una pincelada de nítido blanco que de sonoridad bautiza al silencio,
el sendero del más pegadizo y sano recorrido de columpios y trapecios.
La mañana arropa en su ternura de proyecto, de salida y de rosario,
en su desmedida cara de un nada acontecido ni dado por supuesto,
en su contagiosa atmósfera de un manifiesto y pulcro todo por delante,
en su talante para afrontar la página en blanco colándose en sus huecos.