martes, 6 de agosto de 2013

La historia se repite




Cada año la misma historia, el mismo pánico a las llamas, los mismos augurios y presagios de que volverá a arder el monte; es como otro de los acontecimientos sin los que parece que el verano se viera desprovisto de autenticidad; otro asunto tan fijo como un implante en la mandíbula de lo cotidiano, como la corrupción y el sosiego con el que los locutores de los noticiarios informan a cerca de otro desfalco: algo que acaba perteneciéndonos con la misma naturalidad que cualquiera de nuestros gestos instintivos. Fuego. Parte de la fauna se escapa por los pelos, sólo algunas de las reses que quedan sin ser asesinadas en ese otro deporte nacional que es cargarse la escopeta al hombro y echar la mañana del Domingo en un coto de caza, privado, tratando de demostrar quién tiene mejor puntería; el Rey se lleva el primer premio, desde luego. Se privatiza el asesinato de animales del mismo modo que se firma la escritura de una casa, con dinero de por medio para que nadie se llame a engaño y las bocas no encuentren nada indecente a lo que acogerse para el malicioso y perverso juego de la murmuración. Tras la chamusquina de todos los veranos también se esconden chantajes y negocios a cuyos ejecutores no les cabe la menor duda de que con una buena suma de por medio el amparo de la presunción de inocencia será su tabla de salvación.
En 2012 fueron quemadas en España más de 210.000 hectáreas de bosque. Sólo en La Gomera fue devastado por el fuego el 10% del total de la superficie de la isla. Según todos los cálculos en 2013 alcanzaremos de nuevo la media, lo habitual, lo normal, la cifra que se considera corriente, el número de agrestes alvéolos destruidos que más o menos se esperaba, que aunque se encuentre algo por debajo de los escalofriantes datos del pasado año no deja de ser espeluznante. Nos avisan de las precauciones a tener en cuenta, de los hábitos que no hemos de olvidar, de las maniobras prohibidas en caso de acampada, pero no se nos dice nada a cerca de la falsedad de unos cuantos mitos en torno a todo este desastre: mitos como el que incumbe a la autoría de los incendios, a la facilidad con la que se localizan a los culpables y la dedicación con la que se trabaja durante el resto de estaciones para que una vez llegado el verano las labores de extinción se lleven a cabo de la mejor y la más rápida de las maneras.
Cuando yo era un niño aún se podía escuchar eso de que la península Ibérica podía ser atravesada por una ardilla saltando de rama en rama a través de sus árboles. Eso mismo contado hoy parecería una historia perteneciente a un tiempo remoto encontrado en un libro de cuentos. Poco a poco, sin darnos y dándonos cuenta, a pesar de esa consuetudinaria apariencia de normalidad con la que se destilan algunas catástrofes, el patrimonio forestal ha ido disminuyendo y con él el aporte de CO2 tan imprescindible para el desarrollo de todo tipo de vida y para el necesario equilibrio de esa gigantesca cadena de acontecimientos llamada Naturaleza. Los pulmones ecológicos de los que dispone el planeta, entre unas y otras ofensivas maniobras como las de la industria química o maderera, las especulaciones con el terreno en pos de injustificadas construcciones, los recortes de los perfiles costeros et caétera, se encuentran al borde del cáncer terminal, y con ello nosotros detrás. La flora se encuentra tan debilitada que hemos llegado al extremo de que, debido a la juventud de algunas especies rebrotadas una y otra vez tras sucesivos incendios en las mismas zonas, dichas variedades posiblemente no aguanten el siguiente asalto.
Y uno, para encontrarle solución a la presunta falsedad de los mitos de siempre, se pregunta quiénes son esos depravados mentales que se atreven a prenderle fuego al campo. Pues, muy en contra de lo que nos imaginábamos hasta ahora, resulta que tan sólo el 1,5% de las personas que provocaron intencionadamente un incendio son capturadas y juzgadas por su delito. Pero aún hay más, se está hablando estos días de algo tan particularmente conmovedor como que algunas cuadrillas contra incendios han podido ser las ejecutoras de alguna que otra intentona de prenderle fuego al campo con intereses a terceros, me imagino que a cambio de una buena remuneración para que la triquiñuela del desacato a la responsabilidad profesional y la falta de conciencia sea un todo sin fisuras tan compacto como la perfecta imbecilidad y el desaforado espíritu de destrucción que como un mal demonio nos habita. De paso, mire usted por dónde, sube el precio de la madera y han sido ahorradas una serie de faenas de deforestación para fines tan poco lícitos como levantar un edificio en mitad de un parque natural, que no hubiera sido posible llevar a cabo sin un plan de este tipo de por medio; y para rematar el contenido de las barbaridades la inversión de dinero público, en dispositivos de vigilancia y en agentes de protección y faenas propias de la prevención de riesgos, esta temporada ha alcanzado el récord y ha dejado especialmente desprotegidos de efectivos a aquellos organismos encargados de poder hacer algo legal, legítimo y de buena fe para que el humo no nos lleve en volandas sobre una nube incandescente.


4 comentarios:

  1. Siempre he creído (y lo seguiré creyendo)que la "casi" totalidad de los incendios en intencionada.
    Salu2 forestales, Clochard.

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    1. Dyhgo:

      Sabemos de la misa la mitad o menos, como sucede con todo lo importante.

      Salud.

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  2. Yo que vivo en una zona con mucha naturaleza y me llena de paz,relajo y satisfacción ver el verde natural,oír los pájaros oler la naturaleza y sentir el oxigeno como renueva el aire y la vida,me resulta increíble que exista gente tan malintencionada y destructora...Y lo del pagar por matar una vida no tiene nombre...Un abrazo natural!!

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    1. Qué suerte tienes, y también de que afortunadamente por allí no sean muy habituales los incendios forestales. Me da mucha pena de nosotros mismos cada vez que veo el estropicio, lo que somos capaces de hacer.

      Mil abrazos.

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