viernes, 31 de agosto de 2012

Fuego.






Fuego, fuego, fuego. Arde el monte, arde la tierra repleta de rastrojos que no han sido quitados antes del verano, arden las orillas de los cortafuegos amenazando traspasar la frontera de lo imprevisible, en circunstancias normales. Las temperaturas estivales, altas, muy altas, y el dios Eolo se han puesto de acuerdo. Son arrasados la montera, el árbol, la mata, el jardín del bosque talado y quemado, desvestido de verde, enmascarado, traspuesto, disfrazado por la realidad del colorido lejano. ¿Cuándo, cómo, por qué tanta miseria, tanta injusticia con el medio ambiente, tanta desdicha de pensamiento vengativo, tanto pasmo por parte de las autoridades, tanto asesinato al oxígeno, tanta desmesurada axfisia y cobarde?.

Arde el orgullo del hombre en su cobardía, en su insensato acontecimiento, en el bautizo de las llamas por la espalda; desde el Ampordá hasta la sierra madrileña, desde la costa del sol hasta Almería, desde Galicia a León y Cantabria. Arde España entera y pocos acuden al rescate desde el congreso. Las llamadas de alarma son atendidas por miembros de organizaciones que se sienten impotentes. Acuden voluntarios, vecinos, atrevidos y valientes, los que valen, los que quieren ver cesar el espectáculo del mundo envuelto en cenizas, descompuesto en un mar caliente de tristeza. Son desalojados pueblos enteros; señora, vamos, vamos, casi sin que les de tiempo a coger nada.

Arde la atmósfera, la capa de ozono, un planeta perdido en la galaxia que se jacta de haber llegado a Marte mientras se autodestruye, mientras la sangre llega al río de la mano de la injuria y el vandalismo, del chantaje y el odio con el que seres mutilados de alma engendran el terror sobre el campo. Arden las colas de las ardillas, los ladridos de los perros, las amapolas y las rosas, los pájaros, las hormigas y los osos. Arden las cordilleras vestidas de luto. Desaparecen los pinos y las encinas, los alcornoques y las hayas, los robles y abedules. Arde la jungla con sus bárbaridades dentro, consumida en una falla campal, en una hoguera de desconsuelo y desengaño, en la fogata de la oscuridad, sobre la lumbre de los despiadados atentados entre los que nace este infierno.

Arden en la parrilla los funerales de la arboleda, el duelo de la espesura, el llanto del boscaje, la rabia del parque natural, la queja del cerro, el letargo de la sierra, la colina, el pico y la loma; y los malditos recortes aún tiene la cara dura de esgrimir míseros argumentos que encierran el no querer saber nada dejando muy a las claras que estamos indefensos mientras nos gobierne esta cuadrilla de canallas. Fuego, fuego, fuego.

jueves, 30 de agosto de 2012

Primera conjugación.




Precisamente ayer, después de haber escrito una entrada referente al tema de los nuevos ebooks, mientras paseaba por las calles de Coníl de la frontera, me encontré, a cielo abierto, a eso de las diez de la noche, con la presentación de un libro, Tiempo de ruido y soledad, de pasta, tinta y papel, de Felipe Alcaraz, ex dirigente de IU. No puedo negar que fue una gran alegría, una recompensa para el trayecto. El lugar elegido para el acto fue una especie de plaza, junto a la que se encuentra un muro en recuerdo de los caídos en la guerra incivil española de 1936. Quién sabe si esa pared no fue la de las balas y la pólvora y el terror.

Lo primero que me sorprendió fue la afluencia de público en un acto representado por un miembro de la misma familia política que gobierna el ayuntamiento de este pueblo. Con mi llegada alcanzaríamos la cifra de veinte, así por encima, de entre los más de quincemil habitantes que conforman el censo actual, mas o menos, sin contar con el turisteo que puede hacer que la cantidad ascienda a mas del doble. Pero ya deberían olérselo, porque sillas no sobraron más de dos.

De modo que los allí presentes sentíamos la fortuna de los elegidos, el silencio interior de la templanza y el privilegio de asistir a una clase de historia que bien hubiera podido durar toda la noche, si no hubiese sido porque había un partido de fútbol del que convenía no perderse demasiado. Atendíamos con sosiego y expectación las explicaciones que Alcaráz nos daba a cerca de los antecedentes de la crisis actual y de sus augurios sobre los próximos más que difíciles tiempos que se avecinan; pero observé que estábamos todos tan desencantados, tan cansados de mentiras, tan hastiados e impotentes que, a pesar de los aplausos, cada uno, después del acto, se fue de allí con el pensamiento cargado de la  preocupación en torno a qué estrategia aplicar mañana, hoy, para que los diez euros que le quedan en el bolsillo le den para comer tres días y tres noches.

Luego vino el camino de vuelta, en el que uno va pensando y tratando de recordar todo aquello que le ha resultado  conveniente no olvidar, todo lo que poder utilizar como mecanismo de defensa contra el abatimiento, como desinhibidor del ánimo, y de lo que fue dicho me quedo con muchas cosas solo que con un trasfondo de impotencia, porque el mismo Felipe Alcaráz aseguró sentirse derrotado pero no vencido, como tantos países que han tenido que pagar con miles de vidas, bloqueos y aislamientos, sus proyectos de esperanza política, o como es el caso de la actual Grecia, de la que el autor afirma estar empezando a mejorar. Bueno, menos da una piedra.

De la misma forma que confieso mi alegría ante el encuentro de aquella oportunidad brindada por el azar, confieso mi posterior retirada desangelado, porque a las sencillas preguntas que un par de obreros allí presentes realizaron no se les dio una respuesta sencilla de entender, sino que se camuflaron con aires de historia y utopía que para nada sirvieron ni dejaron satisfecho a ese señor, sentado junto a mí, que preguntó por la manipulación de las noticias y al que se le contestó, sin dejar que terminase de decir lo que quería, con idas y venidas sobre tener que seguir luchando, que la historia no se acaba en tres años y que queda mucho por hacer, todo ello aderezado una y otra vez con los nombres de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Lo preocupante, lo que me entristeció fue la afirmación y el convencimiento que allí se proclamó del inminente cambio de vida, de que las cosas van a ser completamente diferentes, yendo en ello incluido el manto de incertidumbre que provoca dicha premisa para los que lo único que queremos es vivir tranquilos sin tener que arrodillarnos delante de nadie. Y entonces porqué no ir dando algunas de las claves de como afrontar la nueva situación, porqué no ir reconociendo que con cuentos de Adas no se va a ningún lado, porqué no admitir y reconocer. Tal vez porque la demagogia es el cuchillo que corta el pastel desde el sillón y el mando a distancia que dirige a las gentes que salen a la calle verdaderamente a luchar.

Luchando: gerundio de luchar, de la primera conjugación, verbos terminados en -ar, de la lengua española.




miércoles, 29 de agosto de 2012

A,E,I,O Book.





Seguramente, hace unos años, algunos se echaron las manos a la cabeza cuando les dijeron que pudiera ser que pasado cierto tiempo, no mucho, podríamos hacer tantas cosas sin salir de casa como para no acordarnos de que existe la calle, sin que nos de la luz del sol en la cara, solo acompañados por una máquina que nos proporciona todo lo necesario, lo bueno y lo malo, suficiente para que el mundo tenga constancia de nuestra existencia y movimientos, y junto a la que pasear sentado o charlar un rato son cosas tan sencillas y habituales como que aumente la tasa de nuestro colesterol en sangre si no ejercitamos nada mas que los dedos y nuestra dieta se basa en salchichón y cerveza. Leer el periódico, enviar informes de trabajo, comunicarte con familiares o amigos mediante correo electrónico, escribir, publicar, buscar el significado de una palabra, ver una película, irte a las antípodas por un momento o comprobar qué temperatura hace en !@#$%^&*ón, son muchas de las cosas que podemos hacer tan solo con ejercitar presión sobre las teclas del ordenador y dejarnos llevar por el paisaje cibernético.

 Sin duda existen, dentro de los adelantos de los que disponemos, motivos para sentirnos felices y afortunados; herramientas que nos facilitan la vida, instrumentos con los que llegar más lejos en menos tiempo; pero no puedo dejar de sentir cierta nostalgia por alguno de los más cotidianos actos que poco a poco están perdiendo su aroma, a papel de diario en la cafetería, y dando paso a una nueva forma de hacer las cosas; mas o menos individualista, eso no me preocupa demasiado siempre y cuando el individuo saque de su experiencia un grado de acercamiento a sí mismo, de autoconocimiento, mediante el que ser mejor para después compartir sus partes más pulidas con el resto de conciudadanos, solo que me temo que no nos encontramos en la mejor época para que se fomente esa actitud, porque ni el ciudadano quiere, educado bajo el prisma de lo material en el que encuentra la balanza de todo cuanto es merecedor de ser sopesado, ni las proclamas de un esperanzador socialismo se lo han propuesto durante todo el tiempo de que han dispuesto para intentarlo debido a los constantes suicidios ideológicos de los dos últimos siglos que han degenerado en un pestilente centralismo de tiranos capitales. pero entre col y col un libro y un nuevo paisaje, un refugio en el que no morirnos de frío a cuyos tabiques parece que no le tardará demasiado en llegar el momento de la reforma de la mano del Ebook.

El ritmo de vida generado por la insana competencia, que determina las modernas formas de actuar, es uno de los factores determinantes para que proyectos como el del libro electrónico encuentren cabida en el seno de la rueda consumista que encuentra en cualquier moda su fetiche para el triunfo. La comodidad aportada por un avance, que bien empleado será, como todo, una delicia, pero tras la que habrá que ver de qué manera se orientan las perspectivas de uso del mismo, una vez no sea utilizado para leer lo que verdaderamente pueda contribuir a un desarrollo de las facultades humanas con las que alcanzar un mínimo grado de concordia y desarrollo personal con los que sentirnos más a gusto, servirá a buen seguro para la difusión de la cultura pero también para la divulgación de pasto para que el ganado no se enfurezca y permanezca adormecido, por mas que las reminiscencias del recuerdo nos lleven a oler la pantalla del aparato. Y tendremos que acostumbrarnos, no nos queda otra, a pesar de que, por otro lado, constituya el útil ideal para la difusión de basura; porque siempre ha existido una tendencia a encontrar aburrido el contacto con la página mientras que la moda, la innovación metida por los ojos, normalmente resulta un sendero perfecto por el que encaminar al rebaño a hacer lo que sea dictado, en este caso a leer lo que se diga, que también puede ser.

 La enciclopedia Británica ya ha anunciado que cerrará las puertas de su publicación en papel, y no hablamos de prensa rosa, manteniendo su vigor al día en la red. En EEUU por cada cien ejemplares encuadernados se venden ciento dieciséis digitales. Por contra en España todavía no hemos llegado tan lejos, o tan cerca, y solo un 0.2% de las ventas se hacen sobre el nuevo soporte. Aluden los expertos en la materia del comercio a la falta de tiempo, a la imposición de las obligaciones laborales, al aumento de las preocupaciones y el estrés en el que desenbocan las prisas, y a todo lo derivado del actual modus vivendi, para vaticinar que el libro electrónico será la manera más fácil de acometer la lectura en cualquier lugar. De ahí que digan también que lo que se demanda y se está imponiendo es el párrafo corto, las sensaciones de breve pero condensado recorrido, lo suficientemente largas para que quepan en el hueco de la pequeña pantalla de manera que el lector no sienta, además del agobio de las martirizantes rutinas a las que se encuentra encadenado, la angustia de ver como se le amontonan las letras en los ojos. Así pues la poesía podrá encontrar un filón, sobre todo en países como España en los que debajo de una piedra salen poetas que no leen versos.

por otro lado se están realizando proyectos para poner en marcha la maquinaría de la venta de libros leídos; es decir, de grabaciones que uno pueda escuchar mientras conduce o mientras trata de conciliar el sueño sin necesidad de soportar el peso de un ejemplar entre las manos. Quedarían muy bien estas obras si fuesen acompañadas de música de fondo, como las antiguas radionovelas en las que tras un llanto aparecía una hermosa melodía con aires de reconciliación para que el oyente se hiciera una idea más acorde de los sucesos. En cualquier caso parece ser que lo que más preocupa, a los directores de marketing de las nuevas técnicas de lanzamiento del producto en sí, es que se puede incurrir en el delito de la piratería, aunque afirman que "no sería tan grave como en el caso de la música". Ahí la llevas Villegas. Socio, que esto es un negocio.

Otro de los aspecto es el concerniente al precio, quedando claro que cualquier adquisición será siempre más barata que en el antiguo formato encuadernado. Y como último ingrediente de las ventajas, presentadas por quienes se sienten muy interesados por que esto salga adelante, se nos muestra el siempre estimulante aspecto de la innovación dentro del ámbito de nuestras vidas en las que lo sucedido hace un par de horas es carne de cañón del olvido. Ni pincho ni corto, no me cierro en banda ni mucho menos. Todo se andará, y yo con ello tomando la parte que mas me ayude a sentirme cómodo con las ventajas de lo moderno, pero lo que menos me gusta es que no se repare en los beneficios nada mas que en lo referente al bolsillo de los inversores que se encuentran detrás de cada proyecto, y que no se mida el pensamiento a la hora de apresurarnos a concebir las nuevas ideas rompiendo las bases de la columna vertebral del hábito de la reflexión y el aprendizaje, implícito en la práctica de la lectura, desbrozando el bosque de las buenas raíces de las costumbres con las que se adquieren cultura y formación cívica, pregonando un discurso ideológico-mercantil sin escrúpulos ni consciencia. Por lo demás, lo dicho, haré uso de sus ventajas.

martes, 28 de agosto de 2012

El campeón Santiago.





Cualquier lectura, fundamentalmente de novela, cuento o relato, puede ser entendida desde una panorámica personal en relación con lo que sucede en el transcurso de la trama. Desde el punto de mira de las cosas que nos pasan y le pasan al protagonista de una historia nos ceñimos a una parte de comprensión que el mundo nos tenía reservada y se nos muestra para goce y disfrute, y como acompañamiento en el transcurso de los pensamientos que tratan de dar solución a ese tipo de metafísicas cuestiones sin cuya salida de dudas el alma no parece quedar tranquila, y que pueden encontrar un sentido en el sitio menos pensado de la mano de uno de esos seres que habitan en la literatura. La semejanza entre las andanzas sobre las que se desenvuelven los personajes y las que nos acontecen a nosotros entra a formar parte de los mecanismos de persuasión con los que el autor nos mete de lleno en las páginas de una obra, de modo que parecen ir pasando los acontecimientos, en esa vida al mismo tiempo aparte y paralela con sede en las fabulaciones de la literatura, de una forma casi tan tangible como lo pueda ser la vida real que uno tiene al lado y encima del cráneo.

Hay personas a las que no hubiéramos conocido si no es por la afortunada y fortuita decisión que un buen día nos llevó hacia el estante librería de un familiar o al arsenal de una biblioteca en busca de un tesoro al que acudiríamos con la premeditación de un detector de metales, preciosos en este caso. Existen sujetos con los que hemos mantenido conversaciones mediante los renglones, y una vez cerrado el libro nos los hemos llevado a pasear y a tomar unas cañas. No están ahí pero no dejan de estar. La familia se agranda y no pide comida, solo ser atendida, leída. Me sucedió con monsieur Maursault en El extranjero de Albert Camus, con Mr Aschenbach en Muerte en Venecia de Thomas Mann, con, siempre con, Oscar Matzerath en El tambor de hojalata de Günter Grass, con Biralbo en El invierno en Lisboa de Muñoz Molina o con toda la familia Buendía, allá en el  Macondo de García Márquez en el que cabe entera la lava volcánica de la literatura, en esos Cien años de soledad con los que el mismísimo Harold Bloom entrega la cuchara. No puedo olvidarme del Raskolnikov de Crimen y castigo de Dostoievski, con su pelo y con su lana, ni de tantos otros a los que les debo la camaradería con la que amablemente fui atendido entre el humo de mis cigarrillos Samson y los techos a la espera de esa cómplice sonrisa del descubrimiento.

De esta forma, mediante el recorrido de un lado a otro por las latitudes del planeta de los libros, que se nos instala en forma de voz interior olvidada de las dedicaciones de cualquier otro apetito en tanto haya hojas a las que continuar atendiendo, acompañados por el susurro de los juicios de los personajes que se nos pegan a la piel, vamos trazando un árbol genealógico en el que se van diseminando las diferentes zonas de las virtudes y defectos que nos tiene en pie, emparentados con esa prole de personajes de cada uno de los cuales extraemos algo en claro: familiaridad, comunicación, simpatía, apego, y una común entrega en beneficio de que las sacudidas que sufre la cabeza con las elucubraciones mas personales acaben por encontrar una sombra bajo la que ampararse del calor o un cruce de caminos que nos presente la posibilidad de una mejor hoja de ruta.

Hay lecturas que bien merecen ser releídas inmediatamente después de haber cerrado el ejemplar por su última página, para tomar una más firme posición de consciencia del valor que atesoran y para revivir nuevamente esa aventura que se condensó sin tregua y a la que nos pegamos como una lapa, en la que pusimos nuestro empeño por la mutua salvación tirando del carro del que el protagonista tira, y fantásticamente remando en la misma dirección que éste, mano a mano, codo con codo, linea tras linea. Para quien Haya leído El viejo y el mar de Ernest Hemingway  no hay titubeo a la hora de considerar al campeón Santiago, a ese anciano que duerme sobre papeles de periódico y cuya mejor compañía es la de un jovenzuelo orgulloso de ser alumno suyo, como el más firme representante de la condición humana, en su lucha y orgullo, en la insistencia de sus esfuerzos, en la odisea que representan esas más de dos solitarias jornadas sobre el mar a bordo de un bote con el objetivo de capturar un pez digno de reconocimiento tras ochenta y cuatro días de mala suerte, ni podrá evitar su admiración por la fiel causa de un ser cuya auto exigencia no salpica a nadie y cuyo merecido descanso, tras una llegada a puerto a la que a penas sobreviven el espinazo y la espada del más grande animal marino que se recuerde haber sido pescado por los hombres del poblado, sienta igual de bien a quien es testigo, linea a linea, de lo ocurrido. En él, en el Campeón Santiago, apodó que se ganó a "pulso", se encuentran reunidos todos los matices que puedan ser encontrados en la personalidad humana en esa rutinaria batalla de la supervivencia, no solo en busca de un trozo de pan, sino de una superación personal a la que no le importa llegar a la cima de vacío cuando el alimento obtenido en todas las etapas de la experiencia es recompensa más que suficiente para sentirse tranquilo y realizado.



lunes, 27 de agosto de 2012

La página en blanco.






El reto de la página en blanco es una constante. El aficionado a dejar escurrir la punta de su lápiz o bolígrafo sobre el papel suele recurrir a diferentes provocaciones tales como inventarse las escusas con las que cada día sembrar de tinta o carbón la superficie que se encuentra como en la parada del autobús deseando montarse en alguna noticia, por vulgar que ésta sea, seamos sinceros, y a la que se le rinde el mismo respeto que a un cercano miembro de la familia. Acaba el devoto de la expresión escrita en una especie de encierro del que quisiera salir indemne cada día con el respaldo de una satisfacción en forma de consuelo. Con a penas un par de folios se puede curar la impaciencia, la dolencia, el resquemor de tener algo que contar, aunque después se cierren las tapas de un conjunto de papeles con anillas y se adivine en su futuro uno de los huecos de un armario. Si tal es el caso uno puede recurrir a colocar un blog abierto, por una de sus impolutas y vŕgenes todavía hojas, a la espera sobre la mesa en la que toma el desayuno cada mañana, para iniciar en ella el camino, el reguero de ocurrencias, anécdotas, cosas que no pueden ser olvidadas, proyectos de cuentos, bocetos de entradas, listas de la compra, rimas, canciones, despedidas en forma de verso, preocupaciones o detalles que no puedan permitirse el lujo de abandonarse al olvido de los sueños. Puede que ese cuaderno que aguanta la calma de la desnutrición de su superficie sea un diario; buena forma, por cierto, de invocar las ideas y de dejar caer sin contemplaciones todo lo que se nos pasa por la cabeza.

Pero si uno se pone a escribir un diario se le pasan muchas cosas por la cabeza y corre el riesgo de abandonarse al tedio de la parte chunga; ya que las íntimas confesiones suelen forma parte de los secretos de la soledad del escritorio en el cuarto de estudio. Entonces se pueden llegar a necesitar más cuadernos, cada uno de ellos para una cosa, para un tema o para un estilo; para poner en orden en forma de vivencias con sentido cronológico todo lo que vaya formando parte de lo que ha sido reflejado en ese ir y venir entre las olas del pensamiento que dispara y no cesa. Pero hay que canalizar. Hay que ponerle freno, corregir, distanciar, mesurar, recapacitar y dar con la clave de una posible trama que interese tanto o mas que la fidelidad a esa serie de acontecimientos con los que esperamos que una tarde se desate la cuerda que oprime a un montón de imágenes y símbolos. y así, como la adicción a los cigarrillos, suceden las cosas que pasan del tintero al mapamundi de la cuartilla o el Din A4, tanto da; el caso es tener donde hacerlo, porque una vez picado por el insecto, una vez envenenado hasta los huesos no se le pueden conceder demasiadas licencias al arte de la divagación silenciosa y enterrada en los interiores de esa cueva que lleva a cuestas el pensamiento caminado. No hay nada más bonito ni que tenga tanto riesgo de ser perdido como pararse a plasmar algo en la servilleta de un bar.

Por eso cuando cae en mis manos algún diario propiamente literario, alguna de esas obras en las que pasan los días y los meses aglutinando el argumento de una vida, sin desmerecer el de todos cuantos se sienten atraídos por este hábito, pienso en lo superflua de mi dedicación en el mismo aspecto, porque se trata de un dejarse llevar, el mío, que roza el desfiladero de la escritura automática, muy al contrario de lo interesante que resulta el examen de este género con el que la complicidad con el autor se genera desde la primera línea. Recuerdo la lectura de La Tregua, de Mario Benedetti, con el acercamiento propio de un tiempo común, en comunicación, comprensión y empatía con esa etapa de confusión de las proximidades de la jubilación y sus añadidos familiares, teniendo yo la mitad de edad que el protagonista; o Diario de un jubilado, o Diario de un cazador, ambos de Miguel Delibes, en los que el mano a mano con lo cotidiano, con lo sencillamente relevante para la gente del pueblo, acomete abrazando ideas de unidad sentimental y pedagógica. En Días de diario, de Muñoz Molina, paso a paso se va dando testimonio del parto de una nueva novela, El viento de la luna, durante esos días entre cuyos quehaceres se encuentran otras muchas cosas, amen de las reflexiones que el autor considera resaltables; y, si ya de por sí es una pluma con el que la complicidad se consigue facilmente, en este caso el acercamiento es de charla de antes de ir a dormir o de conversación de sobremesa. Ana Frank, en su Diario, realiza un despliegue de iniciativa lingüística y sinceridad narrativa que sorprende venida de la mano de una niña de doce o trece años en aquellos tiempos en los que los judíos eran la peste a exterminar de la faz de una Europa sobre la que las esvásticas y los Duques se forjaban como insignias dignas de respeto y conmemoración.

 Y así, a lo largo de la historia, encontramos el mundo de la literatura lleno de este tipo de testimonios que atestiguan la necesidad del hombre de comunicarse con él mismo mediante la palabra escrita, o al menos de hacer uso de la reconfortante tarea que supone dedicarle unos minutos a esta operación verbal de monólogo interior cincelado sobre la llanura de un papel. Una de las más bellas maneras de enfrentarse a la página en blanco, al mítico reto que una vez desenmascarado y bien acompañado de sinceridad puede contarnos mucho, lo más importante de lo cual es aquello de lo que no teníamos la más mínima constancia de que se encontrara con nosotros, es mediante la escritura de un diario.


domingo, 26 de agosto de 2012

La huerta del Edén. Antonio Muñoz Molina.

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  • De la misma forma que Diario del Nautilus y El Robinson urbano se nos presenta La huerta del edén como recopilación de artículos de Antonio Muñoz Molina. En este caso el tema principal es Andalucía y la crítica en torno a cuestiones que el autor considera de imprescindible información al ciudadano y dignas de ser mejoradas. Con el estilo propio del maestro en estos asuntos del día a día, en una magnífica exposición del lenguaje periodístico, Muñoz Molina muestra el camino de la ética con su siempre sincera e ilustrativa pluma. Las frases que aparecen a continuación son algunas de las que en su día llamaron mi atención y que ahora me gustaría compartir con vosotros. Salud.
    Lo que significa la expresión judía gane den es simplemente huerta en una llanura irrigada. 

    En los árboles lo que encontramos es una afirmación simultanea de eternidad y de paso del tiempo, de permanencia y crecimiento, de vida y majestad. 

    En la paródica Andalucía de estos tiempos no hay intolerancia más cerrada que la de la fiesta.

     por la lectura y los buenos modales y la reverencia hacia los lugares públicos, que son los lugares donde uno ejerce con plenitud su humanidad civil. 

    A España se le nota enseguida que le ha sobrado patriotismo de la sangre y casi nunca ha tenido patriotismo de la savia. 

    Dice Stendhal en un pasaje de su diario que el arte es una promesa de felicidad. 

    añorando esa patria imposible que no es de este mundo, según escribió nuestro Luis Cernuda, que también entendía algo de exilios. 

     Que casi no haya biografías en España no es un problema de ignorancia, sino de soberbia. 

     Uno debe sentirse compatriota inmediato de todo aquel a quien acusen de extranjero.

     Sólo en los trenes vuelve a sucedernos con toda su intacta plenitud el sentimiento magnífico de la partida y el regreso. 

    Marbella es como la riqueza imaginada por los analfabetos y los pobres. 

     ¿no dice Juan José Millás que si los poetas del 27 llegaron a convertirse en una generación fue porque se hicieron muchas fotos juntos? 

    La ignorancia es peligrosa sobre todo por las ocasiones de éxito que ofrece a la demagogia. 

     Es cierto que el ejercicio de la razón muy pocas veces depara consuelos infalibles, y que el miedo y el dolor nos exigen sobre todo narcóticos que nos alivien a cualquier precio. 

     España es un país que tiene muchos más centros de arte contemporáneo que arte contemporáneo en sí mismo… 

     ...y traficantes del comercio más bajo que existe, que es el comercio de la ignorancia, del miedo y del dolor. 

     Lo que se ha descubierto en las últimas décadas es que el desarrollo económico incontrolado y la introducción de los adelantos tecnológicos más sofisticados son perfectamente compatibles con la perduración e incluso con el resurgimiento de las supersticiones más negras. De las lacras vernáculas más esclavizadoras y aberrantes. 

     Gracias a las tecnologías de la comunicación la mentira es una de las industrias más lucrativas de los tiempos modernos… 

     ...con esa angustia un poco indigna de quien concede demasiada importancia al hecho de ganar y al de perder. 

     En España no suele haber término medio entre el olvido absoluto y la conmemoración abrumadora. 

     La memoria no es nada si no tiene una utilidad práctica sobre los hechos del presente. 

     En un país donde nadie quiere estudiar nada, y donde la paciencia y el gusto del aprendizaje han desaparecido sin dejar huella, la historia es un tebeo que cada cual adapta a sus intereses, y como la ignorancia es galopante y contagiosa, resulta que cualquier barbaridad que se diga sobre el pasado no va a ser contrariada, a menos que se invente contra ella una barbaridad aún mayor. 

     Andalucía, con las provincias y los límites que ahora tiene fue definida no en el pasado mítico de Tartessos o del Califato, sino en 1833, a raíz de la división provincial de Javier de Burgos. 

     Uno de los muchos misterios de la economía que mi torpe inteligencia no sabe comprender es que siendo tan caro el aceite de oliva sean tan pobres y tan atrasadas las tierras en las que se produce.

     En catorce años de gobierno autónomo, de primacía de la izquierda, los dos vicios capitales del señoritismo han sido prácticamente lo único que se ha socializado en Andalucía: el fanatismo folclórico-religioso y el desdén por el trabajo. 

     Nietzsche aseguraba que los pensamientos más valiosos eran los pensamientos caminados. 

    Un oculista me dijo una vez que si hay tan pocos campesinos que sufran miopía es porque se han pasado las vidas mirando distancias despejadas. Mirar lejos descansa, escribe Rafael Juárez. Sólo mirando lejos, atentamente, con pasión, con ternura, parece que puede ir uno aprendiendo a mirar en sí mismo.


     No conviene olvidar que el cuadro de los fusilamientos de la Moncloa es la obra de un afrancesado de corazón.

     …ese desdén que suele dedicarse a quien se obstina en un amor no solicitado, y por lo tanto más bien embarazosos.  

     Si hay algo peor que una causa perdida es una causa que no esté de moda.


     Desde luego que la injusticia existe, y la desigualdad, y la pobreza, y que apenas cabe decencia posible sin un sentimiento tenaz de rebelión. 

     No hay ni una sola forma de crueldad que no se ejerza en contra de los débiles 

     la resonancia de voces infantiles, que tienen siempre una confusión populosa de pajarerías. 

    De todas las formas posibles de heroísmo la más difícil es la rectitud de conciencia, la simple dignidad personal de los pobres. 

    España, según su historia, es una madrastra cruel que de vez en cuando expulsa a sus hijos, pero que también sabe maltratarlos y renegar de ellos cuando sus hijos sobreviven y vuelven.  

    Antonio Machado dijo que sólo la tierra en que se muere es nuestra.   

    En Úbeda soy un transeúnte entre muchos, alguien que se pasea y saluda a un conocido y entra en un bar a tomar algo con amigo al que siempre hace años que no ve. En Mágina soy único dueño y propietario.   

      Pero Mágina no está encerrada dentro de una urna o de un libro. 

  •  En otro tiempo yo creí que la literatura podía edificar mundos cerrados y perfectos, como el Tlon y el Uqbar de las enciclopedias falsas de Borges.

sábado, 25 de agosto de 2012

Estampas bostonianas y otros viajes. Rosa Montero.



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Partiendo de la base de la admiración que siento por esta mujer, en cuyas letras me resulta fácil encontrar esa voz que guía la lectura, y que por una u otra causa mi vida ha ido de un lado a otro, de viaje en viaje, siempre encontrando nuevas formas, costumbres, maneras, hábitos, fiestas y personas con las que tratar de hacer una nueva familia, después de haber leído fundamentalmente artículos y novelas de la autora un buen día cayó en mis manos Estampas bostonianas y otros viajes, obra en la que se habla de diferentes lugares y de los pormenores de las distintas maneras de vivir que en ellos se encuentra, he decidido exponer algunas de las frases que llamaron mi atención para compartirlas con vosotros.
 EEUU, parte de Canadá, Irak, China, los campos Saharahuis y Australia son los escenarios que protagonizan los capítulos en los que la lectura se une a la imaginativa vivencia que atrapa al lector en esos lares a los que desde el sillón del estudio solo se puede llegar con la mente bajo la brújula de la información aportada por Rosa Montero. Salud.

He aquí el verdadero sentido de los viajes: perder tu sentido, salir de un pequeño mundo cultural, contemplar las cosas con una mirada ajena. Viajamos porque queremos ser otros.


Los verdaderos viajes conllevan un cambio en la conciencia.

Decía Simone de Beauvoir que, si vas de viaje una semana a un país, puedes redactar un libro sobre el lugar; si permaneces un año, sólo una breve crónica; y si te quedas una década, eres incapaz de escribir nada.

pero, además, la revolución Bass ha prohibido la poligamia- con la excepción momentánea del hombre casado con mujer estéril- y ha llenado los barrios de guarderías gratuitas, una reivindicación por la que luchan infructuosamente las feministas españolas desde hace tiempo.

Lo que pasa aquí es que hay una burocracia tremenda: nadie se atreve a tomar decisiones por sí mismo, todo ha de pasar por Saddam Hussein y Al-Bakr, y esto crea a veces situaciones ridículas.

Con el tiempo he llegado a apreciar mucho más el sentido de la meritocracia de la sociedad estadounidense, y por contraposición al chanchulleo, el amiguismo y el nepotismo de nuestra tradición hispana; y también ha aumentado mi aborrecimiento por su afán vengativo, que está en la base de la ignominiosa pervivencia de la pena de muerte. 

Estados Unidos es un todo que se devora a sí mismo. El resto son tinieblas. 

A fin de cuentas, los norteamericanos han improvisado un país sobre la marcha. De un conjunto heterogéneo de italianos, irlandeses, rusos, chinos, africanos, judíos, indios, polacos, ingleses y otros etcéteras, cada grupo con su cultura y sus creencias, han tenido que construir una homogeneidad, una convivencia. 

Me cuentan que en el primer curso del MIT (instituto tecnológico de Massachusetts) no se dan notas, sino sólo aprobados o suspensos, para evitar que los estudiantes se suiciden. 

Los norteamericanos utilizan la palabra retired para referirse a los jubilados. Es decir, retirado. Apartado de la actividad, del centro de las cosas. Y nosotros, en cambio, utilizamos la palabra jubilado, que viene de júbilo, de alegría. Es una concepción de la vida completamente diferente. 

En una sociedad como la norteamericana, en la que la productividad y el trabajo son el meollo de todo, el abandono de la actividad laboral es el vacío. 

Todos los países industriales vivimos instalados en esa absurda esquizofrenia entre la avaricia y los derroches, entre la avidez y el desperdicio. 

Un atragantarse de noticias para poder vivir desinformados. 

Vivir allí con la paz que te proporciona el ser una extraña, el no participar en la despiadada competencia o en aquellas costumbres sociales que no te agraden. 

Australia es un país tan joven que incluso tiene cumpleaños. 

El aislamiento físico se ha visto potenciado además por el aislamiento psicológico, porque Australia, colonia británica hasta 1901, ha tenido siempre vocación europea y alma inglesa. 

Aunque la relación de Australia con el reino unido es más bien la del niño adoptado que ansía que su madrastra le quiera como quieren las madres verdaderas. 

Antes de su conversión (hace medio siglo) al cristianismo, los inuit eran animistas: el aire, las aguas, los hielos, los animales, todo poseía un alma que había que cuidar y aplacar. El respeto al entorno siempre formó parte de la cultura esquimal. 

Confucio sostenía que la función de las hembras era la procreación y que no debían aprender a leer ni escribir. 

Alaska es una tierra rudimentaria y bella que se parece enormemente a su propio tópico. Todas las señales de tráfico del país están destrozadas a balazos. Todas las emisoras de radio ponen música country. Todos los pueblos están rodeados de chatarra, de coches destripados y lavadoras roñosas. Exagero, pero muy poco: sólo lo justo para atinar con la verdad.

viernes, 24 de agosto de 2012

La fatiga del recuerdo.




En esos ojos que parece que miran al horizonte, al infinito, se aprecia una verdad callada; tal vez un algo desposeído de toda conciencia tocada de presente, puede que algo de limbo y ensoñación. En esos ojos se ve que las estaciones transcurren como si no se sucediesen, como si esa medida que llamamos tiempo hubiera dejado de existir y su utilidad no fuera más allá de la nada en la que parece encontrarse todo. Desde ellos se otea la lejanía de lo cercano de una forma muy parecida a lo que supondría tener una nube delante que no molesta, y dentro de cuya atmósfera creada de la textura del insomnio hay algo de una paz indicativa de cansancio y resignación sin esfuerzo, de inercia y templanza y súbito destello de inteligencia y lucidez que viene a remover la balsa de aceite en la que parece encontrarse todo sin atender a leyes ni morales porque la quietud embelesada se superpone a los acontecimientos.

Es una contemplación en la que no se observa. Es un vistazo en el que no se fisgonea. Es una llanura simuladamente pensativa y serena en la que lo que gobierna es la médula del sentimiento, que por menguada y escondida que se encuentre resiste el envite, y la mecánica capacidad de respirar. Eran unos ojos que pertenecían a un anciano totalmente despierto en su sueño, sin aparentar estar atolondrado sino sencillamente tranquilo y carente de preocupaciones que le hicieran no dejar de explicarse esto o aquello. Era un señor de edad, un octogenario sentado en el banco de un parque desde primeras horas de la mañana cuando era ya casi media noche, y junto a él se encontraban un miembro de protección civil y otro del cuerpo de policía tratando de sacar de su boca al menos su nombre; pero no decía palabra ni asentía ni parecía estorbarle nada. Se dejaba llevar, se comportaba con docilidad, como si sus más íntimos sensores le dieran el visto bueno a la compañía de aquellos dos uniformados caballeros.

En mitad del paseo hasta uno de esos coches oficiales en cuyo techo aparecen una luces que a este señor para nada sorprendían, en el que le trasladarían a algún lugar en el que poder atenderle, fue donde los encontré; fue donde me di cuenta de lo que había sucedido y de la carga de felicidad que irradiaba el semblante de aquel hombre con aspecto de venir de haber echado un rato al dominó con sus amigos. Se sentía escoltado, resguardado y seguro; era como el embajador de otras vidas desconocidas en mitad de aquella acera en la que el corazón volvió a poner las cosas en su sitio al cruzarse con una señora de pelo blanco en la que reconoció algo muy familiar: el amor; tanto que quedó por unos segundos en una perfecta pose de estatua que señala algo muy querido, con la delicadeza propia del maestro que muestra una imagen y le concede longevidad a los instantes de admiración de los alumnos. para él era ella, a pesar del Alzheimer; para él era la verdad aunque no supiera cómo contarlo; para él era lo más importante que le había pasado nunca, era la huella que se resiste a ser borrada, porque de lo demás se encontraba fatigado de acordarse.


miércoles, 22 de agosto de 2012

El paisaje de la playa.





Hay una costa sinuosa como los márgenes de un pastel, una sombrilla y una nevera, una playa entera, un crucigrama el cielo y la arena, una nube como el detalle de un mantel y una piedra como un pan de centeno. Hay un sol que broncea la piel, unos brazos que se calientan y serenan, una boca que se moja de hierba buena y miel, un cuerpo rebozado en agua salada y esmeraldas tonalidades de laureles sin cadenas.

Hay un barquito de vela y un tripulante, una red de pescador con gorra de comandante, una china y una roca, un chiringuito que desemboca en el espeto de sardinas, una propina para el camarero, un mes de enero que no se lo imagina. Hay un bote de crema y un tapper de ensalada, un dedo untando las quemaduras con pomada, un sendero sin cerradura, un faro que reina sobre el pedestal de un acantilado divisando la trama de la historia y la jornada.

Hay un caminito de madera, una ducha a las afueras, un reguero de apartamentos superpuestos, amontonados, toallas tumbadas bajo la humedad de los cuerpos embadurnados, castillos de arena, niños que imaginan, adultos que regresan a su infancia contemplando una cometa, fragancias de yodo azul, un duermevela al contraluz en plena siesta, huellas que desdibuja la marea, espumas que acarician las orillas y vuelven al fondo del mar sin cortarse la coleta.

Hay algo de libertad, algo de paraíso y de inmensidad, algo de profundidad y de consuelo en el ir y venir de las olas. Hay una tremenda belleza en el horizonte, en esa linea que parece que separa, en esa brisa que nos ampara, en ese prescindir de las prisas y de la impiedad de sus agallas. Hay algo parecido a la paz y a la ausencia de murallas, algo semejante al vente y no te vayas, y quédate en la voluntad del albedrío de los caminos de estas aguas.

Hay una pala y un cubo de plástico, unas gafas de sol y un bikini con rayas, un camarón, una lectura de lado, un refresco, un chapuzón con aleteos de delfín, una lancha que surca el océano, una calada de humo marroquí, un aliento frotando la espalda. Hay un mensaje en las calas, una cercanía con el puerto pesquero, con su bote y con su malla, con su anzuelo y su zarpar y su arpón inofensivo al bienestar. Hay una isla que no se deja tocar, a la que se llega con los ojos y de la que se torna al despertar y de la que se recuerda el paisaje de la playa.

Hay abrazos.




Hay abrazos que cruzan fronteras, que derriban murallas, que atraviesan las afueras, que mueven montañas, que concilian el sueño, que apagan el fuego, que te hacen ser tu dueño sin que se te atiborre de ser el ego. Hay abrazos que riegan las plantas, que quitan de las penas las telarañas, que se tejen con los hilos del silencio, que curan la desesperación y la tristeza, que acometen los dolores de cabeza y hacen primavera los inviernos.

Hay abrazos que ni la distancia los detiene, que se sostienen como las claves del sol y la sombra de la música, que se levantan más allá del cielo, que desayunan besos de tornillo, que se perfuman con amapolas de tomillo, que huelen a rosas y a la leve escarcha del rocío. Hay abrazos que sostienen la esperanza y devuelven el brío, que atestiguan el testamento del cariño sin darse nunca por vencidos, que caminan sobre la arena de la playa y sobre las piedras del río.

Hay abrazos que señalizan el camino de la dicha, que comunican una sonrisa y un anhelo, que marchitan la angustia y la rutina del desastre, que se sumergen en los mares del consuelo y acarician el polen de las flores reparando los avatares del desgaste. hay abrazos que sirven de brújula, que encienden la llama del concierto y resucitan las cenizas del recuerdo conveniente, que combaten contra las terribles pesadillas y las vencen sucumbiendo en ellas los bloques de sus hielos, que crecen en un campo abonado por los cantos del jilguero.

Hay abrazos que comen y que beben, que respiran hondo y transpiran transparencia, que disponen de paciencia y del buen gusto del esmero, que se cubren con la manta del afecto, que desempeñan el papel de los placeres predilectos. Hay abrazos que siempre serán dados, que recorren el universo de los cuerpos, que transitan por la venas de lo amado, que se derriten en un suspiro y se rehacen en el mejor de los encuentros. Hay abrazos con cuyos lazos la soledad no se duerme en el desierto.

Hay abrazos en la flora y en la fauna de la piel, en el ayer y en el mañana, en el hoy que preside el presente de la miel, en la fuente de la sinceridad y la verdad de porcelana. Hay abrazos hechos de retazos de lágrimas de la alegría que se contagia, de la energía positiva sin rencores, de los ventiladores que ventilan pasadizos y corredores y los recubre con un velo de benevolencia. Hay abrazos para unas manos y para unos brazos, para una cara y para unos ojos y para un organismo entero. Hay abrazos que de infinitos no reparan en pararse a partir de cero.

martes, 21 de agosto de 2012

pasajeros del suelo.




Cada vez que paso por una estación de autobuses, o de trenes, reparo en esos individuos que parece que esperan sobre el suelo su destino a cualquier lugar, que les da lo mismo ir hacia el norte o hacia el sur, que piden de ventanilla en ventanilla unas monedas para un bocadillo o para hacer una llamada, para completar la cantidad que les falta para un billete con el que salir de allí o para juntar el suficiente dinero que les permita compartir una papela de revuelto con la que alcanzar el sueño del exilio voluntario sobre las aceras de este mundo.

 Suelen ir acompañados por un perro fiel que soporta sus peroratas, que los mira y parece que los entiende aunque la acuosidad de sus ojos delatan la profundidad de la tristeza y algo mas de cordura que sus dueños. Me pregunto que habrá en esas abultadas mochilas en las que parece que cabe una vida entera de roces y sacudidas, ennegrecidas por los baches del camino cuyas manchas van dando fe del kilometraje. Pienso en cuál será el próximo anden, tal vez a mucha distancia de este lugar, en el que vuelvan a concederle una siesta a sus cuerpos vagabundos y castigados con las secuelas de una malograda existencia.

Las estaciones antiguas acentúan la escena de la desgracia de estas personas. Sucede esto, por ejemplo, en la de El Prado De San Sebastián de Sevilla, en la que los murales dibujados en 1941 por Juan Miguel Sánchez dan fe de la edad de las instalaciones y a los que parece que se hubiera adherido una capa de melancolia congénita de la que les resultará imposible desprenderse. Bajo estos paisajes de grandes dimensiones sucede la vida de las taquillas en las que hacen cola los viajeros junto a los que con frecuencia aparece un  individuo con cara de loco y manos del color del hollín, con uñas afiladas, pocos dientes y barba de un par de semanas. Todos tan cerca y tan lejos. El contraste se muestra como el reflejo de una acusación de la que convendría que cada cual sacara su particular análisis aunque el desdén y el asco sea la posición más frecuente por parte de la generalidad que tiene demasiadas cosas, muchas de ellas banales, en las que pensar como para ponerse ahora a hacerlo sobre un tema tan escabroso, y que da muy buen resultado para fomentar el morbo o para utilizarlo como recurso a la hora de iniciar una conversación durante esas asperas esperas en las que las piernas vigilan el equipaje.

Aun se pueden escuchar expresiones del tipo que lo que ocurre es que no quieren trabajar, que son unos vagos, que a esta escoria la quitaba yo de el medio en un santiamén y que en otros tiempos no pasaba esto. También se escuchan voces que proceden de las discusiones que un par de ellos, unidos por las rutas del camino, tienen en torno a cualquiera de sus manías protagonizando las miradas de soslayo y el silencio de los que casi ni se atreven a clavar sus ojos  durante más de tres segundos en la situación; momento en el que pienso, siendo yo uno de cuantos allí se encuentran, que ese silencio en el que cada cual mira para otro lado es tan vergonzoso como el mas feroz de los egoísmos y que, en el fondo, somos merecedores de semajante escena de pobreza espiritual cuya montaña ha sido creada por millones de granitos de arena cada uno de los cuales es el representante de los que aprobamos esta manera de subsistencia que nos ha sido dada a entender como buena y que hemos aprobado, dirigida por la prole de incautos e indeseables gobernantes de todos los tiempos. Por desgracia no puedo imaginarme una estación sin clochards ni enganchados aunque cada vez que los veo encuentro algo de mi en cada uno de ellos.

lunes, 20 de agosto de 2012

Diario del Nautilus. Antonio Muñoz Molina.



  • Aquí se muestran algunas de las frases que pueden ser encontradas en Diario del nautilus, obra de Antonio Muñoz Molina en la que se recopilan una serie de artículos escritos para el periódico Ideal de Granada. La obra fue publicada en 1985, después de El Robinson urbano (1984), y en ella nos encontramos ante las primeras muestras del genio narrador de A.M.M.

    Recuerdo haber oído hablar de ella al autor, y de saber de su existencia mediante otras lecturas de él mismo, pero no lograba encontrarla en las librerías, de modo que accedí a comprarla mediante internet poniéndole así, si cabe, un poco más de romanticismo al asunto ya que mi visita a una oficina de correos de un pueblo de Cantabria en un día de febrero húmedo y ventoso fue acompañada con la emoción anticipada de la adquisición de tal tesoro. Espero que disfruten al igual que lo he hecho yo a lo largo del par de lecturas que hasta el momento le he dedicado, aunque pienso que la mejor manera de gozar la obra es ampararla bajo el siempre dulce tacto de la lectura entre las manos, en su totalidad.

    Quienes piensan, como Gustavo Adolfo Bécquer, que la soledad es el templo de la conciencia...

    quedando tan deslumbrado por ella que sólo supo preguntarle si era una mujer o una diosa.

    Debemos a los surrealistas la certeza de que las ínsulas más extrañas no están en los libros ni en los mares del sur, sino en la topografía mediocre de la realidad.

    la ciencia ficción, que es un género tan imaginativo como la prosa de los boletines oficiales…

    Sócrates desdeñaba la escritura, porque temía que los hombres, al confiarse a ella, olvidaran el tranquilo ejercicio de la conversación y la memoria.  

     Todo hombre plácido y solo en su biblioteca es el capitán Nemo.

    porque nunca es más valioso un placer que cuando se sabe condenado a extinguirse.

    mi nombre es nadie, dijo Ulises al cíclope que lo perseguía, y fue esa hermosa mentira lo que le permitió salvarse.

    Baudelaire…que había reclamado el derecho a la huida y el derecho al desorden....

     En su lecho de muerte, Balzac llamaba al médico que solía curar a los enfermos de sus libros. 

     Acaso nadie pueda, como pedía Montgomery Clift, descender a los infiernos y regresar ileso.

    la historia atroz del castillo de irás y no volverás…

    ha perdido la memoria…que es la mayor desgracia que puede ocurrirle a un escritor, la memoria es el sentido que nos permite escuchar al tiempo, materia última de la escritura, y también de la música y de las imágenes del cine.

    Uno escribe para combatir el olvido, para rescatar en las palabras el tiempo gastado por los relojes… 

     Yace la vida envuelta en alto olvido, escribió, aludiendo al sueño, don Francisco de Quevedo… 

     con la desesperada elegancia de los hombres solos…

     no se puede amar impunemente la belleza… 

     No es el amor quien muere, somos nosotros mismos. Luis Cernuda. 

    un polvo amarillo como de ala de mariposa… 

     como Afrodita, que vino al mundo en las playas de Chipre… 

     ese entusiasmo que para nosotros no es sino una vana exageración de la alegría, pero que significa, literalmente, la posesión por un dios. 

     porque uno siempre teme el despertar cuando alcanza el fruto de un sueño. 

     Alguna vez tuve la tentación, eficazmente desmentida por la pereza… 

     La adolescencia…esa forma de íntima y larga mentira que sólo merece crédito, o disculpa, cuando se convierte en un libro, en una película donde el recuerdo sea levadura y pretexto para la imaginación… 

     La adolescencia es iletrada, pero también es temeraria.

    Con esa errante fatiga de los museos que tanto se parece al tedio y al desengaño… 

     Borges, en uno de esos sonetos suyos que son como retratos de Rembrandt… 

    Juan Rulfo suele decir que escribió Pedro Páramo porque tenía ganas de leer ese libro y no lo hallaba en su biblioteca. 

     Desde hace diez años, el pintor catalán Palau Ferre quema uno por uno sus cuadros a medida que los va terminando… 

    Pero la poesía ilumina al lector o es iluminada interiormente por su inteligencia, y a sus jardines no se accede nunca por invitación colectiva. 

     y cuando corren el último pestillo con el gesto rotundo de quien escribe el punto final… 

     Hay continentes enteros que me ignoran, escribió Pascal.

    Decía Ramón Gómez de la Serna que en el limbo todos los días son domingo. 

     En las ciudades provinciales uno escribe siempre sobre el agua. 

    Para De Quincey, el crimen es el único arte que cimenta su gloria en el secreto del autor, y Jack The Ripper, que nunca fue descubierto, es la oscura obra maestra de sí mismo. 

     Sabemos desde el Romanticismo que la sociedad moderna niega enconadamente los placeres del arte. 

     el crudo brío de obstinación que tiene el andar de ciertos cojos temerarios,… 

     Marcharse es tan fácil como cerrar una puerta o no decir una palabra en el momento en que debimos pronunciarla,… 

     Dice Borges que ante los espejos nos convertimos en rabinos fantásticos que leen los libros de derecha a izquierda. 

     No es casual que tan delicado mecanismo lo inventase Leonardo: cuando una muchacha cabalga sobre ella, la bicicleta es la Gioconda de las máquinas. 

    Si en un lugar o catálogo del tiempo quedara memoria de cada uno de los instantes en que un hombre se sabe libre y poseído por una plenitud tan alta que nunca pudieron anunciársela sus más temerarios deseos, de tal modo que hubiera efemérides íntimas y a la vez generales de la felicidad, en todos los calendarios vendría señalado con la tinta roja de los domingos el día de 1656 en que Velazquez terminó de pintar Las Meninas. 

     Más helada que nieve, pues no sin motivo la llamaron sol de los muertos, la luna… 

    Diccionarios, grandes baúles que uno abre para exhumar las cosas y enumerarlas y nombrarlas sin otro propósito que la confirmación de su existencia. 

     Uno prepara sus cosas, no exactamente para escribir, sino para reconocerse en algunos gestos menores, abre la máquina, sitúa pulcramente el papel en el punto de partida, vierte en la copa la justa dosis de alcohol, de hielo, de desidia, y desde ese instante la soledad cobra la forma de un rostro y la literatura se vuelve carta sin destino y renegada confesión,…

sábado, 18 de agosto de 2012

El mar como compañía.




Tenía tantas ganas de sentirse solo que eligió el mar como compañía. Los barcos que desfilaban en el horizonte, debajo de la linea de separación entre el agua y el cielo. La música procedente de un chiringuito cercano, en el que no cesaba de sonar música caribeña. Los nudistas bajo su sombrilla, tan limpios de alma como la desvestida representación de sus cuerpos. La arena, siempre cosquilleante y juguetona. Unos niños levantaban un castillo, con sus palas de arquitectos de la fantasía.

 Las olas, y su vaivén arrojado en la terminante espuma que retrocede y se esfuma para convertirse de nuevo en transparente líquido y salado. Un peñón en la lejanía de lo que parece ser un acantilado, una enorme roca desde la que poder tirarse y nadar en las profundidades de la libertad. El faro atento, testigo de batallas y de faenas de pescadores, de noches de niebla, centinela de la costa señalando el acercamiento a tierra.

 El sendero por el que se accede, que comienza a formar la imagen del deseado paraíso en el que instalarse por unas horas y la inabarcable cantidad de oxigeno con el que inundarse los pulmones. El mar como compañía y como amparo, como amigo íntimo al que confesarle los pesares y los pecados, los traspiés que no han sido borrados, las reflexiones más profundas, la imaginaria poesía que busca un papel y no lo encuentra, el rescate, la tabla de salvación a la que agarrarse para encontrar el punto de fuga desde el que proyectar la perspectiva.

 El mar como compañía, como brújula y testigo, como lienzo en blanco y guión de las paces necesarias para ponerlo todo en orden y empezar de nuevo. Las gaviotas mensajeras de los vientos. La brisa que aproxima la entrada del levante. El sol implacable, bronceador empedernido, hermano de la luna que de noche sembrará de plata las orillas del Atlántico. El mar como compañía, como semilla del huerto de la iniciativa, como germen de la resurrección, como ventana abierta al aire fresco, como rejuvenecedor de las telarañas del cerebro. El mar perdido en la inmensidad en la que encontrarse. El mar como compañía.

viernes, 17 de agosto de 2012

Tres minutos de permiso.



Todo comenzaba en la petición de un permiso con la escusa de la inminente necesidad de ir al baño. Después aparecían los pasillos vacíos, inundados de un silencio de puertas y paredes tras las que se escuchaban explicaciones de maestros con leve sonoridad de voces conocidas, a las que se podía asistir como un oyente espía. Andaba por los corredores, libre por tres minutos, contemplando la quietud de lo que a la salida se convertiría en alboroto. Golpeaba un par de veces con los nudillos y salia corriendo. Bebía agua y me detenía a observar los murales y dibujos del último concurso. Todo tan de hielo y tan fresco, todo para mi. Recorría la galería de la segunda planta pasando por un laboratorio que casi nunca se utilizaba. Luego bajaba y me acercaba a la más pequeña de las clases situada como al final de un túnel, aquella en la que estaban los alumnos que habían sido agrupados bajo el común signo del record de suspensos. Evitaba ser visto a través de las ventanas cuando me aproximaba al salón de actos, junto al que se encontraban las aulas del porche de la entrada. Desde allí se accedía a una especie de oscuro callejón que dirigía al parvulario y el despacho del director, y ese instante era de máxima emoción debido al en cualquier momento acecho del conserje. En estas experiencias de explorador del sigilo del colegio se agudizaba mucho el oído y la capacidad de la observación para el paseo, y uno se sentía un privilegiado de la soledad sobre aquel característico aroma en estado puro de la escuela.

Los lavabos olían a rancio y se acumulaban en ellos las huellas de las travesuras junto con la humedad de los grifos mal cerrados. Los atravesados corazones por una flecha que unía dos nombres eran  los tatuajes sobre madera de la infancia. Las persianas rotas recordaban la trastada cometida por uno de los compañeros el día que pretendió saltar al patio por aquella abertura por la que dificilmente cabía un cuerpo. En otras se apreciaban las secuelas de los temibles balonazos de los más grandes, de los de octavo, y echabas cuentas de lo que te faltaba para ser uno de los mayores, de los que tomaban apuntes sin escuchar el dictado del profesor y escribían en cuadriculados cuadernos de anillas que no eran permitidos en los cursos iniciales. Y cuando mejor te lo estabas pasando, cuando parecía que el tiempo se había detenido a tu merced, se oía un grito, un inconfundible alarido made in Doña Santos o en Doña Encarnita, cuyas señales retumbaban en la distante cercanía de cualquier recoveco, y despertabas de aquel ensueño para regresar a tu pupitre con cara de niño bueno como si no supieras nada de todo lo grabado en la retina de tus ojos, dando fin a esos tres minutos de turística inversión sobre la afonía del colegio en la que te habías refugiado sin utilizar papel higiénico.

miércoles, 15 de agosto de 2012

400 euros.


Ayer se le dio un respiro a parte de la ciudadanía, aquella que se encuentra en el siempre desagradable trámite de hacer de tripas corazón para tirar adelante, a la espera de la llamada que le confirme un empleo con el que salir de la ruina provocada por la longevidad de la ausencia de ingresos. Ayer parece que suspiraron todos aquellos que lo están pasando muy mal debido a su falta de ahorros, a la inexistencia de recursos económicos; los que se están salvando del hambre gracias a otros miembros de sus familias y a algún que otro amigo siempre dispuesto a echar un cable. Ayer un montón de personas que superan los cincuenta, y a los que el mercado está poniendo contra las cuerdas, supieron que no se quedarán sin los cuatrocientos euros con los que ir sobreviviendo, mientras los políticos, unos y otros, parecían sentirse muy orgullosos y como a la espera de ser felicitados; sintiéndose salvadores de la miseria que ellos mejor que nadie están, de una u otra manera, contribuyendo a crecer. Circo romano, pan para hoy, prorroga para la desesperación, desmesurados y vitalicios sueldos post-cargo para quienes ostenta ahora alguna cartera o lo hicieron en el pasado. Treinta años de cotización para que ahora te digan que te dan una ayuda, serán miserables.

Con esa cara de hermanitas de la caridad, a la espera de que sus acciones sean aprobadas por un dios que si existe parece que no tiene ninguna prisa en hacerlo saber, se presentan las autoridades y nos dejan caer que las definitivas condiciones se sabrán en breve, pues se encuentra madurando en el tintero la forma de  cómo decir algo que no gustará a nadie, cuando le hayan dado los últimos retoques a todo lo que se escribe con letra pequeña, a todo eso en lo que se encuentra la trampa de quien hizo la ley, y presumiblemente habrá que ir a trabajar a la Conchinchina. Cuidado, que no se puede esperar nada bueno, digamos que nada que lleve a los dirigentes del gobierno a empatizar con la estabilidad de las familias que, además de en el sueldo, se encuentra en el continuo y feliz desarrollo de sus circunstancias que pasan por estar unidos, por vivir juntos. Pero la cosa no está para ponerse a pensar en esto, en lo que hay que pensar es en lo que hay que pensar, en salvarle el culo, de cara a la imagen que se le está dando al resto de países, a los que no pueden consentir que desde la cúspide de la pirámide europea se les esté azotando diariamente con el discurso de los recortes y del tener que ponerse las pilas para que esto no acabe en desastre, en un desastre provocado por la inicial desigualdad de condiciones, de niveles de vida, entre los que decidieron formar parte de una misma moneda sin plantearse que antes de firmar tratados y actuar como megalómanos se deberían sentar algunas bases en orden a las cuales poder desarrollar un proyecto común, que como digo, partía con muchas desigualdades.

Ahora hay que esperar el dictamen final en el que parte del pueblo, el que vota y da el poder, el objeto de la manipulación, verá reflejado su próximo futuro que, después de la agonía y la incertidumbre dada por la vergonzosa y falta de compasión demora de la decisión de aplazar el corte de este subsidio, se promete poco alentador conociendo como las gastan los que ahora se llevan el balón al recreo. Veremos a ver.

martes, 14 de agosto de 2012

Viajar en Braille.





Mucho se ha visto a lo largo de la historia, mucho se ha contemplado y observado y, con papel en la mano o en ausencia de éste, se han difundido, de generación en generación, de boca en boca pasando por los oídos, vivencias en cuyo mensaje iba implícita la enseñanza de las costumbres y de los credos, de los miedos y de las leyes, de las consecuencias de los sucesos, de todo lo que tenía que ver con la vida, y precisamente en esta transmisión fue predominante el papel de los ciegos, desde esas zonas del fondo del alma en las que se encuentra el terciopelo de los sentidos, esa parte a la que solo pueden llegar los que han de mirar tan adentro como no nos cabe imaginar a quienes vemos sin dificultad. El primero de los grandes poetas, Homero, era ciego, y desde sus profundidades humanas nos mostró una concepción del mundo, del destino y de la muerte, en la piel de unos personajes, en los vaivenes de unos viajes, en las luces y las sombras de unos paisajes, cuya fuente de inspiración no pudo ver sino sentir. Tal vez fue recompensado por alguno de los dioses con ese maravilloso don de la transmisión, pues eran muy generosos en este aspecto, con los invidentes, los moradores del Olimpo.

 En la edad media los ciegos llegaron a formar un gremio, como caja de resistencia, y pedían pero daban algo a cambio; contaban historias, narraban cantando, cantaban narrando fechorías, anécdotas, cuentos y fábulas, leyendas. Aparecen, igualmente, ilustres personalidades en el campo de la música, en el mismo siglo XVI de nuestro Lazarillo de Tormes, como son los casos de Antonio de Cabezón o el teórico Salinas, que no veían, cuyo arte traspasó las fronteras y obtuvo el aplauso y reconocimiento de los eruditos de aquel tiempo en toda Europa. Se dice que el primer peregrino que llegó a Santiago de Compostela era un ciego acompañado de su hijo, guiado además de por éste por una indiscutible sensibilidad y sentido de la orientación hacía lo sagrado, hacía la belleza que quería encontrar, y que a buen seguro fue capaz de encontrar antes de llegar, dentro de sí.

 Han existido ciegos míticos, y crueldades en torno a ellos, como la justificación por parte del evangelio de que la ceguera tenía su origen en el pecado de una vida anterior o en el de los progenitores del afectado; o faltas de equilibrio legislativo con las que salieron muy perjudicados los ciegos, como la situación originada a partir del momento en el que, durante la Ilustración, se les equiparó en facultades, para obtener el sustento mediante el ejercicio de una profesión, con el resto de ciudadanos ante una evidente falta de medios y de posibilidades. De todo ello nos da cuenta, de muy instructiva manera, Javier Mina en su libro "La mirada fósil", así como de otras muchas vicisitudes  y curiosidades en torno a todos los ámbitos de la vida en relación con los ciegos.

Alguna vez he tratado de ponerme en la piel de un ciego, de imaginarme cómo actúan el tacto, el oído y el olfato desde ese plano cargado de interrogantes, cómo interviene la emoción de la belleza figurada, y es tal el cantidad de sensibilidad que imagino necesaria, y de la que no dispongo, son tantas las cosas que me muestra esta nueva perspectiva que presiento un universo entero en el mero acto de palpar para reconocer un objeto. Es majestuoso ver cómo un ciego roza con las yemas de sus dedos la cara de una persona para reconocer en ella a un ser querido, adivinando su estado de ánimo y reparando en la aparición de alguna arruga. Para eso nadie como Ray Charles, que acariciando las muñecas de las damas adivinaba su aspecto físico y el talante de éstas. Y la sagacidad con la que aprecian los aromas, y esa especie de meticuloso radar instalado en las aurículas capaces de detectar el mínimo roce, y la inigualable capacidad receptiva de sensaciones a flor de piel de la que disponen estas personas, todo me da la impresión de que precisamente por poder ver se me escapan muchas cosas que no puedo sentir de ese modo tan particular, de esa única forma con la que llegar a parte de la esencia de las cosas, tan sincera, tan arraigada en las entrañas de la percepción.

La sinceridad sensitiva y comunicativa más evidente en nuestros días, en la que se auna toda la grandiosidad de la ocurrencia y la inteligencia fotográfica de quienes se lo han de figurar todo, a base de sentimiento, viene dada de la mano de una periodista francesa llamada Sophie Massieu, ciega y con un alma de trotamundos que viaja de país en país, de ciudad en ciudad, transmitiendo lo que siente, siendo la protagonista de un renombrado programa, del canal franco alemán Arte tv, en el que mediante un radiante y puro semblante cargado de belleza, y una libre descripción de lo que siente en cada momento, nos da fe de hasta dónde se puede llegar en el terreno de la percepción, detectando modos, formas, placeres, hábitos, idiomas, floras, faunas, climas, temperaturas, humedades, fríos, calores, texturas, sonidos, aires, cimas, llanuras, todo lo concerniente a las características de cada nuevo lugar en el que se encuentre, todo de primera mano, de los primeros ojos de un alma radiante y receptiva como la de Sophie Massieu con la que el testigo de la transmisión queda en buenas manos, en buena cabeza y en buen corazón, continuando los puntos suspensivos de la sensibilidad para regalarnos sus vivencias como la mejor imagen del poder del corazón que mejor ve.



lunes, 13 de agosto de 2012

Yayoflautas.







La propensión al entusiasmo durante la juventud es una de las fuentes de riqueza del espíritu, acompañada con muchas ganas de descubrir, de aprender, de volar, de disponer de voz y alcanzar un sueño. El vigor de la mente, su estado de permanente energía posibilita la acción, el progreso, el hecho de plantearse metas sembrando el camino con las semillas de la ilusión. Durante la mocedad todos sentimos la textura del aire y de los rayos del sol, el valor de la vida, y poco a poco se va configurando el esquema en el que se cuadrará la aritmética de nuestra forma de pensar. La adolescencia es un terreno abonado para que las ideas tomen forma, en la que se dispone de la virginidad necesaria sobre la que asentar las preferencias y embebernos de sentido común, en esos momentos en los que se descubre el mundo más allá de lo que nos han ido diciendo con anterioridad, cuando uno se da cuenta de lo que realmente le interesa y de lo que preferiría no ver, en esos años en los que se encuentra la causa por la que nunca dar nuestro brazo a torcer, en esa senda de lucha con la que creer que se le puede aportar algo al mundo en cuyo recorrido ir instalando las aulas de la universidad de la vida.

En los tiempos que corren no es difícil que cualquier ser humano que goce de los beneficios de la delicadeza y la sensibilidad, que son muchos, se encuentre acorralado por la sarta de mentiras a las que se nos tiene sometidos y al callejón sin salida al que nos han encaminado, como borregos, creyendo de nosotros ser una inocente e ignorante grey a la que, con un poco de miedo en el cuerpo y chantaje emocional, resulta fácil hacer pasar por el aro. Pero tanto ha ido el cántaro a la fuente que ya no se puede más, ha acabado por romperse, no se puede seguir permitiendo el desfalco, el abuso, la continuación con un sistema cuyo desarrollo se ha esforzado cada vez mas en incrementar las diferencias entre los que tienen y los que no. De ahí, de ese completo desacuerdo con las circunstancias y sus procesos, nació el movimiento de la indignación que día a día ha ido aumentando sus puntos de expresión a lo largo y ancho del planeta. Marruecos, Túnez y Grecia fueron de los primeros, después las plazas de nuestro país, España, se fueron llenando de jóvenes con las mismas ganas de protestar y de aunar esfuerzos, luego se sumaron Inglaterra y Estados Unidos, en este último caso manifestándose dos veces diarias a las puertas de Scothland Yard, y así sucesivamente, sin prisa pero sin pausa y con mucha razón en el mensaje, hasta que podamos ver a millones y millones de personas no dispuestas a tragar con el actual despilfarro de manipulación de los mínimos derechos con los que poder desarrollar una ciudadanía limpia y libre de resquemores. El afán asambleario ha ido en aumento y a pesar de quedar mucho por recorrer, debido a la gran desigualdad y a que parece casi utópico hacer entrar en razón a quienes se sienten dioses, la pertinaz admiración por la causa, por parte de cuantos luchan en pos de ponerle freno al engranaje de miserias y catástrofes humanas, va en aumento y a ella se han agregado los que se sienten igualmente jóvenes: los Yayoflautas.

Los Yayoflautas son señoras y señores de entre sesenta y ochenta y largos años de edad, muchos de los cuales han invertido bastante de su anterior tiempo en alguna causa digna del honor de la entrega que necesita el anhelo de la igualdad, que ahora se han adherido apoyando, de manera igualmente asamblearia, a todos esos jóvenes a los que la presidenta de la comunidad de Madrid, Desesperanza Aguirre, llamó perroflautas, apelativo parte del cual acogieron con orgullo y utilizaron para bautizarse. De entre estos Yayoflautas, cuya familia va creciendo y cada vez son más las provincias en cuyo seno se encuentra un brote del movimiento, destacan María Molina y Felipe Aranguren, como tantos otros, que no cesan en el empeño y en sentirse llenos de ese entusiasmo propio de la juventud, en ese claro ejemplo de que no hay mas edad que la que se ejerce, en esa manera de afrontar la realidad a base de un claro inconformismo que no conoce la jubilación, en ese sentido de la responsabilidad que lleva a algunos hombres y mujeres a que no les dé lo mismo lo que pueda suceder al día siguiente de haber desaparecido; porque les importa el ser humano y un mañana que muchos de ellos no conocerán pero al que quieren aportar un ejemplar granito de arena en forma de solidaridad, porque se resisten a pensar que las cosas no vayan a cambiar nunca y porque no están dispuestos a admitir que la impotencia se apodere de quienes, fuera de la condición laboral empeñada a lo largo de muchos años, ahora han de limitarse a contemplar el espectáculo de la desdicha de un pueblo harto de ser engañado. Sin duda, un espejo en el que mirarse.