lunes, 25 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XLIII


Resultado de imagen de navidad

La creatividad forma tan parte de nosotros como el aire que respiramos; quiero decir que  no dejamos de decidir desde que nos levantamos, y en ese intríngulis se debaten los pasos del presente, la resolución de problemas, la toma de decisiones urgentes y no tanto, la elección de la película que veremos y la interrupción de una lectura por aburrimiento. Ahora bien, de un mínimo de intuición disponemos, y de un poco de salsa mariscada para los eventos que se lo merezcan, también; se acepta Mariscada como metáfora. No es tan fiero el león como lo pintan. Pueden suceder tantas cosas como pocas, todo es cuestión de percepción, de interés, guiándonos siempre por el impulso del descubrimiento y de la imposible pero perpetua tarea de la búsqueda de la verdad. Las efemérides tienen una parte siempre nostálgica para la celebración de la cual aún, creo yo, no hemos encontrado la mejor solución, o algo que se asemeje más a una concordancia establecida con apego y sin el sello ni la patente de corso del comercio a discreción, sin ese furor implícito en las celebraciones que tan obligados nos someten a hacer lo que no queremos. La Navidad se adecua a los recuerdos de la infancia y desde ellos emana nuestro sentimiento de gozo tan solo con ver las bombillas encendidas, después la vida se va encargando de cargarse el misterio y de hacer que sean muy pocos los que realmente disfruten del aroma, del aura y el halo y la magia de estas fechas. No hay que creer en nada para disfrutar de la Navidad, hay que sentirse parte suya, como inconscientemente lo somos de la Semana Santa y de la Feria del pueblo y de tantas fechas que trufan el calendario de pinceladas rojas, adaptándolas a nuestra existencia, a nuestro compartir una serie de tradiciones de la manera más cabal posible, cada cual en su sitio respetando el sitio de los demás. Feliz Navidad.



miércoles, 13 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XLII


Resultado de imagen de bohemia

En la tele, por lo que veo, siguen emitiendo esas crueles imágenes de niños famélicos y de presidentes que creen ser los dueños del mundo, que se creen ser los grandes capitanes del monopolio posmoderno, de bombas y guerrillas y odio y diabólica maldad de enfurecidos por decreto, de lo poco que acaba calando el mensaje de la algarabía del hambre en la raigambre del sentido de justicia. Unos tanto y otros tan poco. Se trata de sobrevivir; y una paradoja: quien vive soñando no es capaz de despegar sus pies del asfalto. Somos de aquí, y ha sido dicho ya por activa y por pasiva que la tierra tira; la tierra tira y La Tierra gira sobre su eje viendo pasar los ciclos lunares, jugando a los bolos con los meteoritos, llevándonos en volandas aunque nos movamos menos que la ceja de un Santo. Le he escuchado decir a un señor en una conversación que él trabaja en un bar aunque ojalá trabajase en el campo. En el bar de La Plaza se puede aprender de pesca si uno sabe por dónde entrar al trapo, si sabe uno cómo pelear la dorada. Las aceitunas son un inmejorable acompañamiento de la cerveza, y los cacahuetes también. Me llama la atención el influjo que sobre el intelecto ejerce la música Barroca, es tan bonita la sensación de libertad que no mira uno ni la hora. Según me acabo de enterar han echado a un camarero de un sitio de por aquí al lado por robar propinas; cómo estaba el jefe, me ha dado la corazonada de que no decía toda la verdad, pero a los acomplejados de inferioridad les sucede como a las cucarachas, que sólo van a la mierda; vete tú a saber. Se para uno a pelar la cebolla y se da cuenta de que en la bolsa de abajo hay más pescado. Ahora ando entre Fernán Gómez y Umbral, y el Manual Thinking de Luki Huber y Gerrit Jan Veldman. Hacía mucho tiempo que no salía a la calle sin teléfono, y ha sido toda una experiencia; se escucha, se huele, se atisba, se imagina y se da las buenas tardes y se saluda a los vecinos mejor sin teléfono, y se palpa en la piel y en los huesos y en el cerebro mejor la humedad de La Ciudad por estas fechas así, sin teléfono.

martes, 12 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XLI


Resultado de imagen de curiosidad

Una pareja de extranjeros espera la salida de su autobús, con paciencia, hasta el punto de que el señor acaba reclamándole con un muy amable gesto un brandy al camarero, a pesar de haberse de haberlo podido quedado allí sintiendo las vibraciones de lo que da de si La Ciudad en un aledaño cuchitril a la Estación. Sorry; La buena pronunciación de esa palabra deja de tener importancia a partir del momento en el que se vuelve excusa acostumbrada; la cortesía es un jarrón de porcelana que puede tener innumerables imitaciones. He visto a un joven tirando de un cargado carro de cachivaches, con una guitarra al hombro, que me ha parecido ser un profundo admirador de los payasos, vestido con el colorismo propio del Circo y con un sombrero agujereado por los roces del camino de los navegantes en tierra firme de la fantasía, como si en sus oídos sonase Grover Washington Jr. La calma es lo más difícil de conseguir. Hay que hilar muy fino para encontrar placer en la inconsciencia, hay que tener mucho talento. Depende de la zona de La Ciudad se ven más o menos banderas de España pendiendo de ventanas y balcones; esta tarde ondeaba una en la calle Mármol a la que le faltaba muy poco para tocar la fachada de en frente; los signos y los símbolos, hay un libro por ahí que desde hace unos días me atrae en torno a eso, a los símbolos. Cuando escucho Blues, o Rock, cedo siempre a la tentación de imaginarme ser el baterísta de los No Name de L´Ampordá, el lugar en el que por kilómetro cuadrado más artistas he conocido hasta ahora. Ando dándole vueltas a los conceptos Líder y Referente y, llamémoslo como lo queramos llamar, no existen más recursos humanos que los humanos con recursos. Avanti con la guaracha, sólo por la curiosidad de saber qué pasará.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XL



Resultado de imagen de melancolía

Quedé tan embobado y enfrascado de Noviembre que se me ha ido el santo al cielo, y acabo de corregirle el título a cuatro o cinco de las de este blog últimas entradas, somnolientas todavía bajo el influjo de ese mes tan hermoso, tan flor del torso del verano. Los olvidos dan pie a que se escriba sobre ellos, o sea que no nos olvidan, que están con nosotros. He visto unas imágenes en la tele del bar de La Plaza viniendo a decir que ya están  encareciendo los precios de los manjares más cotizados por Navidad; quien avisa no es traidor. En el cruce de caminos del final de La Calle he escuchado cómo un hombre le deía a un policía que, partiendo de la base de que él no es racista, se había percatado de la presencia de un negro con muy mala pinta en la Plaza Nueva; es obligatorio el punto y coma para pararse a pensar en lo que estaba pensando este señor. Cada tarde soy testigo del vuelo de un avión dibujando la perspectiva del horizonte a la altura de las nubes entre dos de los edificios del final de La Calle. Una cerveza le da a uno un empujón, un arranque, unas ganas de echar mano de la cámara de fotos. En el bar de La Plaza, lugar en el que no se puede consumir nada que proceda de afuera, me muero de ganas por comerme el cartucho de almendras que me has regalado. La FIFA debería otorgar el dichoso Balón de oro cada año a un jugador diferente, como se entrega un Cervantes o un Princesa de Asturias o un Nobel, no esta monserga de estrellas acostumbradas a que jueguen para ellos. Qué insustancial es nuestra presencia en el mundo y cómo nos ponemos. Sale la doce más uno, dice el cocinero en el pase; la superstición está entre nosotros, forma parte del traje de luces de la faena diaria. El ser más civilizado con el que me he encontrado hoy ha sido una joven oriental. Ya hay quien nutre sus conversaciones con lo que van a pedirle a los Reyes Magos. Si tú fueras mi tío ya te habría cambiado, le dice a un asiduo e impaciente cliente un camarero. La gracia de la impertinente pertinencia de La Ciudad es un arte al que se accede, o bien a través de una educación de un buen en si mismo entorno cargado de experiencia, o con muchos tiros dados y una paciencia de d/Duna. La melancolía toca el violín y el trombón, lo que le eches.

Diario de Diciembre XXXIX


Resultado de imagen de mapamundi

Hace un rato La Alameda estaba hasta la bandera. He parado en el Coltrane a escuchar unos temas y a saludar al personal. El Jazz estimula. El Coltrane es mi sótano de Chicago, mi Birdland. En La Ciudad no se bebe buen café, no se tiene cultura cafetera, mucho hábito si, pero gusto ninguno, las cosas como son; la vida en la calle va de la tostada al botellín pasando por la caña y la Manzanilla, por el Fino y el Oloroso de las mariposas del triángulo de las Bermudas donde se produce el milagro del vino. Suena Matt Bianco, entre la Bossa Nova y su Latino sofisticado. Los melómanos son una especie a la que conviene arrimarse. Se habla tan alto en los bares que nos e da cuenta nadie de que acaba de pasar por la esquina un bicho emitiendo su bramido de motor receloso y obsceno, incongruente, desproporcionado. El Festina que me regaló mi padre funciona como un reloj. Estoy a punto de completar una Moleskine, va a ser la primera vez en mi vida; empezar he empezado muchas, algunas de ellas de ese tamaño que viene a ser la cámara de fotos de quienes gustan tomar el apunte veloz de los fotogramas de la vida, pero terminar ninguna, sólo esta de la que he disfrutado como de la más fiel compañera durante los últimos infinitos e inclasificables e imponderables meses. La Calle es una fiesta de fantasmas. Sobre los surcos de las uniones de los adoquines del asfalto de El Barrio se aprecian los destellos de los minúsculos charcos que se han formado tras la lluvia emanada de los cubos que han volcado las amas de callejones como el Rubens. Ahora parece que lo de nombrar a una ciudad capital de un país es algo que puede sacárselo uno de la manga, de hecho todos disponemos de nuestro propio mapamundi en el que ir tejiendo la cercanía de nuestras lejanías, en función del reparto que nuestra memoria geográfica conserve. No dejo de asombrarme.  

domingo, 10 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXVIII


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Al atardecer me he cruzado con unos tipos que lucían gafas de sol; parecían detectives, lo mismo hasta lo son. Hay un bar en la calle Tarifa que ofrece a sus clientes la posibilidad de hacer ellos mismos el pedido mediante una carta que hay que rellenar, como quien va a unas elecciones del Senado, junto a un bolígrafo por una cuerda a un servilletero atado. Acaba de pasar un nigeriano vendiendo bolsos que tiene cara de Santo. Creo que los Vagabundos son Santos, que los Músicos callejeros son Santos, que los Arquitectos y los Pintores y los Taberneros son Santos, que los artistas son Santos evangelizando el ambiente con su presencia, untando la tostada con la mantequilla de la generosidad y con la dulce mermelada del saber estar. Los escaparates se han vestido de color navideño. Hace días que se encendieron las bombillas. Algunos negocios han optado por pasar del tema. Le he escuchado decir a un camarero: "Me cago en todo lo cagable", toda una obra de arte en el desafío que supone abarcar la inmensidad de las cosas que a uno le puedan molestar. Se da uno cuenta de que se encuentra al principio del camino del aprendizaje cuando le cuesta asimilar las reacciones que a sí mismo se provoca. Hay un bebé entretenido con el diapasón de una tablet, de su tablet, de la tablet del bebé para que no se mueva ni haga ruido ni nos moleste, para que se quede ahí sentadito y en su mundo, en un mundo inundado de referencias sensitivas procedentes de la tecnología, en un mundo en el que los demás nos podemos tomar las cañas y las gambas con gabardina tan ricamente y sin el prejuicio de desatender al ser indefenso que se encuentra en el carricoche. Una pareja de flamencos acompasa la mirada de los viandantes con un quejido atroz de melancolía. Los bucólicos suelen enterrarse en su asombro, por eso son los más conscientes de no tener nada, de no ser nadie, de no pertenecer a este mundo.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXVII


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Escuchar un piano es una delicia comparable a la de contemplar la simetría de los ejercicios de los trapecistas del Circo del Sol. Hay unos dedos que acompasan el silencio acariciándolo con dulzura, con esmero cotidiano de artista involucrado, de alma esfumadiza entre las notas de una melodía sutilmente afín, improvisada en los aderezos de un sólo y de un nada más, y de uno de esos mensajes que la armonía le lanza al presente continuo de lo que nos traigamos entre manos. Chopin. Los renglones de una partitura parten de la base de la hermosura acorde con la proporción de un dibujo de sonidos imaginados. El piano aflora la sed de la naturaleza auditiva, la hace cónyuge de la fabulación y entonces ya está, ya es cuestión de que haga acto de presencia la intuición, alineando y desviando la estrategia premeditada, saliendo como debajo de una piedra plagada de puntos suspensivos puestos ahí de una forma deliberada, perfectamente encuadrada en el enfoque de la sinergia, en la condición sine qua non coser esos pedazos de pespuntes magistrales. Creo que el Jazz comenzó con Bach.

Diario de Diciembre XXXVI


Resultado de imagen de sueños

Me acompañan los libros que me ven llegar con cara de incrédulo. La mañana ha sido productiva. El mediodía lo he visto desde la ventana; ya luce Diciembre. Esta tarde La Calle estaba atiborrada de gente, no se podía dar un paso sin ir esquivando cuerpos y bolsas y carros e indecisos pasos aburridos de llevar corbata. El entrenador del Betis ayer era un prodigio, un talento, un tío que había entendido cómo juega el equipo, y hoy es un demagogo y un político que hace el ridículo; con razón en la sombra te hielas y en el sol te asas; en La Ciudad pasa uno del trono a la alcantarilla en un suspiro. No entra dentro del ramillete de virtudes del personal el agradecimiento. Me paro a pensar en lo que se le estará pasando por la cabeza al presidente del Gobierno e imagino a un equipo de consultores dando el callo, exprimiendo su intelecto, aportando ideas, sugiriendo alternativas, pensando en verde, sintiéndose en cierta forma poseedores del germen de las decisiones, y me pregunto cuál será el sentido que le encuentren a su trabajo. No es fácil hacer amigos. Cada vez es más frecuente recurrir a vaciar el monedero para pagar un café o un tinto de verano. El otro día le escuché decir a una camarera de la estación de El Prado: "Dígame, señor..."; quedé estupefacto ante la consideración que aquel anciano acababa de recibir, lo compartí y lo celebré, me sentí reconciliado con el mundo, no me lo esperaba. Todas las caras me suenan, todos los rostros me transportan a un momento indefinido. Hago esfuerzos por entender mi caligrafía y no siempre lo consigo; el caso es que hay más belleza en una hoja en blanco que en un cuaderno cerrado. llevo unos días escuchando música Barroca camino al y de vuelta del trabajo, y la cosa funciona; sale uno de la audición enfrascado de conexión con el suelo que pisa, a lo Neil Amstrong despegando de Conde de Barajas para aterrizar en la calle Florentín, alunizando en la Avenida de Málaga.

Diario de Diciembre XXXV


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Escucho hablar al personal, y sabe de todo, de todo sabe a pesar de que quod Natura non dat Salamantica non praestat. Cómo me gustaría alargar las frases sin equivocarme. Ayer pasé por la Academia y había partido. La Academia los días de partido es un palco de la Bombonera. Me gusta visitar bares porque me crié en uno de ellos, y eso es como el gato salvaje al que tratan de adiestrar en casa. El murmullo de iglesia que se apodera del bar de La Plaza tiene algo de conventual, y algo también de ese justito subir el tono tras el resarcimiento del deber cumplido de la cita con la que ya se ha hecho algo por la vida; una textura particular y muy de barrio, de círculo, de cosa que no se sabe qué es pero que adereza con soltura costumbrista el retrato de La Plaza. Mirando a la calle desde la barra se ven los gorros, boinas, gorras y sombreros con tendencia a lo perenne dentro de lo efímero de la belleza del invierno del otoño. El Salmorejo es uno de los platos que se pueden tomar, bien hechos, durante todo el año en La Ciudad. La tranquilidad de una tarde de Jueves, con su aire de antesala de día festivo, con su prólogo de lo que en la imaginación da de sí el fin de semana, tan efímero y tan eterno, tan sostenido en el recuerdo de un cuenco de garbanzos con arroz, lleva en volandas a los espejos del deseo hasta desembarcar en el puerto del placer, ese estar uno en la cama hasta las tantas. Hay qué ver lo que da de si el comportamiento humano. Los décimos de la Lotería de Navidad cada año se venden más rápido; el desasosiego por el sosiego nos persigue y en esas estamos viéndolas venir a ver si cae la breva. Sigo redactando sobre mi oficio y eso me complace y me reconforta; se aprende mucho.  

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXIV


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Yendo uno a ejercer esa sana costumbre de tomar unas cervezas puede encontrarse con el inconveniente de la impertinencia; esas cosas pasan por ser uno tan valiente, por pensar que la paz consiste en estar uno tranquilo. Las situaciones incómodas son un sopor a no ser que a uno le vaya la marcha; pero para eso hay que tener cuerda, guita, manga ancha y mano izquierda, ganas de querer perder  el tiempo con los encuadres de los que tanto le cuesta salir al personal, en fin seguir llenando la taza recreándose uno en contemplar cómo rebosa la infusión de la paciencia. Hay que vaciar la taza de tanto en tanto, hay que limpiarle el fondo y supervisar el estado de su asa, ver en la porosidad de su cáliz hasta qué punto han calado las escurridizas gotas de café que cada mañana tatúan el rostro del  a esas horas recipiente más deseado. He pasado por la librería de la calle Tarifa que tan buenos momentos me aporta, que tanto bienestar despierta en mi mente acelerada por muy pensando en las musarañas que vaya, inmiscuyéndome en esa atmósfera de abundancia como un buzo en busca de corales. La temperatura ha bajado diez grados como mínimo, centígrados, retrógrados, analgésicos, estornúdicos, tosíticos y moqueantes, bufandíticos. Se las regalo. El ambiente es de incertidumbre, nadie da nada por supuesto por mucho que se le vaya la boca en una conversación con ese tipo de opiniones cargadas de un categorismo inculcado de desde la infancia, puede que desde la lactancia. Eso te lo digo yo. Por ahí ni se te ocurra. Lo llevas claro. Pero vamos a ver. Hasta aquí hemos llegado. Es de cajón. No hay más chinches que la manta llena ni vuelta de hoja. El hogar transmite bienestar solitario, que depende cuándo viene muy bien. Tomar notas en el bar de La Plaza puede resultar sospechoso; La Ciudad es cerrada en sí misma, en sus círculos concéntricos, en sus portales y zaguanes y cancelas de forja, en sus cofradías y hermandades, en sus conciliábulos de descafeinado con churros. Esta tarde huele a otoño cargado de invierno, a brasero de cisco y a tortas con chocolate; esta tarde se viste de franela a cuadros y de lana, de algodón condensado, de plástico y plumas. Hay pan para hoy.
 

Diario de Diciembre XXXIII


Resultado de imagen de memoria

Ando por La Ciudad como quien no quiere enterarse de nada. La Ciudad tiene su Plaza y su Academia, su Calle, su Avenida, su Parque y su Rotonda, su Quisco y sus Churros y su Parada, su Pasaje y su Taberna y su Tasca, su Hotel y su Tienda y sus Jardines, sus Esquinas, su Centro y su Muralla, su Jueves chamarilero y su Viernes Santo, su Portada y su Farol, su Fachada y su Virgen y su Cristo y su Santo y su Cardenal, su andar por casa de la curiosidad, su esquela en el diario y su adrenalina en los semáforos que casi nadie respeta. La Ciudad es un tema, con mayúsculas. Esto de no saber nada le da a uno cierta tranquilidad, indefensión también, ese tipo de madurez cargada de vulnerabilidad con aire de cautela, de sostenimiento de una melodía acorde con las circunstancias, aguantando esto y lo otro, lo que viene siendo el motor Diesel de canalizar el pensamiento hacia el lado de la indolencia, amodorrado contra la almohada, perfumado por tu piel entre las sábanas. El ruido del presente se acompasa con la música clásica de los morfemas amorosos, y eso es algo; bienestar, ritmo, colapso de ideas, platonismo en vena, cirujanos del corazón, incienso y mirra y todo lo que desprenda buen olor, almíbar y pan de centeno, aguacates y chorros de aceite de oliva. Siempre escribe uno sobre lo mismo, sobre el paisaje con figuras de sus figuraciones. Los lapsos de ocurrencia no tienen la menor importancia; hay que apuntarlo todo en un cuaderno. Ya lo dijo el Gabo: quien no tiene buena memoria se hace una de papel.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXII


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La primera vez que pisé La Ciudad fue una mañana de finales de Septiembre del 96. Había viajado en autocar durante algo más de tres horas. El viaje empezó de noche y fui testigo de la claridad del día llegando a Córdoba; iba con ganas de descubrir el Mundo y el mundo de todo lo concerniente a lo que de momento viene siendo mi profesión, y venía también con ganas de descubrir el mundo mundo, lo que para mi resultaría ser Nueva York, Dublín, Moraira, Moralzarzal, Marbella, Ibiza, Donosti, Mallorca, Huesca, Lladó, Murcia, Madrid, L´ampordá, Cantabria, Huelva, Cádiz, Asturias, Igualda, La Carolina, eso: el M/mundo, La Ciudad; la gente, las apariencias, las luces y las sombras, las calles atestadas, los escaparates diseñados a la última, los músicos ambulantes, el murmullo de las plazas y los árboles salpicando de naranja la mirada, la festividad de un apartamento compartido por estudiantes, la idiosincrasia de lo que se resumía en la célebre y bella palabra Duende, las formas y maneras de muchas personas juntas cruzando esquinas de un casco antiguo religioso como él solo. Esperando en los semáforos aposté por la corrección que aquí resulta insulsa a no ser que se lleve al terreno de la proximidad conseguida y conquistada y reconquistada. El aire que tiene aquí la lengua castellana es de Maestros: las vidas de Luis Cernuda y de los hermanos Machado, de José María Izquierdo y de Joaquín Romero Murube, de Manuel Cháves Nogales y de Bécquer, de Blanco White y de Alfonso Grosso. Vine a descubrir el nombre de muchos lugares y eso, en fin, el mundo así muy someramente resumido. Llegamos a La Ciudad y yo estaba dormido; alguien me movió el hombro para despertarme. La luz era tenue y clara, difuminada en la incomparable atmósfera de los andenes de  la estación de El Prado de San Sebastián. Esta mañana, desde una de las ventanas de la Avenida de Málaga, he podido comprobar que era esa la luz que lucía aquel día de finales de Septiembre del 96.