lunes, 30 de octubre de 2017

Diario de Octubre X


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La realidad tiene sus desvaríos y sus entuertos, sus focos de felicidad y sus edenes, sus pisos en el séptimo cielo, sus huertos de la sabiduría y sus carreteras en dirección a la rutina; sus  mínimos y máximos,  sus sueltos y ligeros, acelerados, indecisos, aterrados, contentos con lo que tienen, otra cosa es el idealismo; por eso nos asombramos tanto de lo que/nos acontece, o no; en ese asombro hay algo de interés/sana tendencia por cuestionarse uno las cosas. Estamos programados, y dentro de esos márgenes habrá quien se las apañe para salir desapercibido en su plan último, en la ilusión de su vida, en su austero y humilde proyecto de humanidad. Cada cual a su bola y yo en el país de las Musarañas. Los jardines no echan de menos el invierno, se conforman con este pausado otoño constantemente trufado de verano. Las islas de la soledad son refugios contra los terremotos terminales de la múltiple y absurda sobre/supra conexión con el eufemismo que viene a decirnos día a día como quien nos dice buenas tardes. Hoy nos es hoy en este diario; hoy es mañana, es ayer, fue anoche, volverá a serlo y así sucesivamente en esta coartada de la letra escrita. Escribir nos aumenta la visión pero nos aisla de un margen comunitario, porque todo no se puede tener; leo que Saul Bellow era un tipo huraño y egocéntrico, ensimismado en su trabajo como si nada existiera fuera de él. Se acaba el mes, vuelan los días a ras de suelo, quedan difuminadas las semanas en las nubes de este otoño tardío y efímero como la fragancia de una rosa que sobrevolase el pensamiento, la memoria, el órgano del olfato. Ahora me ha dado por escribir a mano, excepto las entradas de este blog. Nunca antes había sentido la necesidad del dibujo de las letras con tanta intensidad; me divierte y me enfrenta a mi mismo en ese juego de no parar hasta encontrar la idea. Escribir a mano implica un acto de soledad con muchas más posibilidades de ser acompañada por el paisaje de cualquier lugar en el que uno decida parar a desparramar unas cuantas palabras sobre el cuaderno de viaje de La Ciudad. Hay en estos días un aroma impreso en mi mente; tu aroma.

viernes, 27 de octubre de 2017

Diario de Octubre IX


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Me pongo a escribir y se me vienen a la cabeza esa multitud de orgasmos diarios de los que no somos conscientes; porque vivir a flor de piel sea o no sea cosa de unos pocos parece como si se nos estuviera queriendo decir otra cosa. Aquí todos sufren/sufrimos el mal de la desesperanza, por injusticia, por acumulación de documentos, por desvaríos de la enranciada inoperancia de quienes se supone que pueden hacer algo. Hasta cuándo esta manera, esta forma, este insensato aturdimiento. Me desvelo por lo que me pregunto, no por lo que me meten por las orejas. No hay mal que por bien no venga, bendito sea Dios y a verlas venir.  El fluir del tránsito de los días oscuros tiene un fondo de amargor eterno y sin ley que lo sostenga; cómo se explica eso; no sé, no me atrevo, tengo mis dudas. En éstas tengo la posibilidad de ordenar mis libros, por materias y almas, o por almas y materias, todo es cuestión de probarlo. La simpatía, y esto he de escribirlo en otro lado, ha de ser  condescendiente,  a ver si me explico: parece que lo tuviera que ser. O sea que todo se camufla; ya no es que no tengamos dónde caernos muertos, ya que es que le atribuimos distintos grados a la simpatía. Si se nos va de las manos la simpatía estamos perdidos, pero la simpatía en estado puro y duro de roer y dulce como un copo de maíz garrapiñado, a esa me refiero. Entre unas cosas y otras le dan ganas a uno de quedarse callado, a lo suyo y a su antojo advenedizo de la comodidad de los perezosos, en su huerto de libros y de humo de las Musas de la Música y el subconsciente más fructífero. El asidero más a mano es en el que poder seguir respirando, siendo uno al fin y al cabo y al principio de ese fin desorientado, mágicamente orientado por el Amor. No sé quien lo dijo pero me hubiera gustado decirlo a mí: mientras otros esperan en el final de la vida la muerte yo espero el comienzo.

Diario de Octubre VIII


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Hasta  qué punto se nos acaba la mecha es algo que hay que plantearse. La mecha es un camino que puede estar equivocado de raíz, por los influjos de una tendencia masoquista a ampararnos en el desvelo y en el mal endémico de la desidia, de modo que al tanto con la mecha. La mecha, nuestra mecha, es algo a lo que se le prende fuego con la energía de nuestros instintos, de como mínimo proponernos tener las cosas claras. Ahora suena Once upon a time in the west, bonito tema con el que abre aquel fantástico directo llamado Alchemy, y tengo ya la mecha suficiente; esto me lleva a pensar en la cantidad de mechas sin encender y plagadas de sentido común que nos rodean, ausentadas de la participación, en huelga de celo por desencanto, arrinconadas viendo crecer la hierba en las aceras. La mecha, la que me lleva a escribir y la que nos lleva a la obligación de vivir, es un devenir que ha de tener claro desde el principio que las cosas son como son pero, ojo, sin de dejar de plantearse porqué son así y no de otra manera. Esto de ponerse a escribir en plan filosófico y sin aparentemente nada que contar es un sufrimiento lúdico del que siempre sale uno con la sensación de estar vistiendo un traje al que no le han sido metidos los dobladillos. Esa inercia inconcreta e inexacta del mero fluir es un ingrediente básico de la emoción, sin la que nuestra forma de actuar deviene en inapetencia programada. La mecha me atrae porque en ella encuentro el comienzo, el ajuste, la razón, el punto a partir del cual se inicia la página en blanco, el destello de lucidez que uno no consideraba propio, la meta en sus alrededores, la impasible contumacia de los vagabundos llamados Diógenes que tan a las claras nos demuestran su hipérbole real. Entre tanto sosiego espiritual se le van a uno las ideas de la cabeza; es irremediable, o no, el caso es que digo yo que tendremos derecho a administrar nuestra hambre, nuestra presencia.


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Diario de Octubre VII


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La indecencia se despacha en los despachos y en las reuniones en las que lo más importante es el tiempo que pase para que quienes se encuentran afuera (fuera de esa partida de ajedrez en la que consiste la constitución de un equipo en estos tiempos en los que valorar solo el fuerte del individuo ya está pasando factura) piensen que se está hablando de cosas importantes. La indecencia es supina cuando creemos que el resto son tontos, que no tienen a dónde ir, que de esta apática situación de status quo en la que la mayoría se encuentra no es tan fácil salir. Hay un algo de posesión en los sistemas directivos actuales que les hace confundir la libertad porque ni siquiera piensan en ella. La libertad es un bien que debería legalizarse, un acto reflejo del instinto de supervivencia intelectual. Me da miedo pensar en el devenir del pensamiento libre porque no dejo de asombrarme de la cantidad de gente que escribe en los periódicos, de la cantidad de cartas al director y  de breves ensayos en forma de artículo que aparecen en las páginas de los diarios, atiborrando el hueco como si de un terror al vacío se tratase, pero después nada pasa salvo el tiempo. Todos tenemos acceso a quejarnos y a decir lo que pensamos, a explayarnos por las explanadas de esta boca es mía, solo que con una sensación de inercia mortecina y a fuego lento, a descrédito de la esencia, a amapola holandesa decorando los campos ficticios para las abejas, para las hormigas, para los bichos raros, para los insignificantes insectos del orden del día. Se están cayendo algunos de los recortes de cartulina que adecentan el blanco cal de las paredes de mi apartamento; parece que las cosas nos hablasen, que nos transmitiesen el sentido último de lo inerte y etéreo, de lo superfluo y común, de lo por desconocimiento llamado accesorio por no caer en la cuenta de la estabilidad que depende de esas minúsculas partículas que nos acompañan. La lente del interior de los poetas es un crucigrama sin descifrar muy dado a asombrarse del mecanismo de un lápiz.


Diario de octubre VI


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Por hache o por bé, como quien no es capaz de abandonar un vicio, voy dándole cuerda a mi transitoria y lenta y osada e inexperta andadura por los confines de este blog, de estos Peces de hielo que se convertirán en piedra o en longaniza, en esmalte o en guorever nunca me atreví a escribir. No sabe uno lo que dice ni lo que escribe, todo se lo inventa el subconsciente; hagámosle caso a lo que nos pide el alma, pues. Ponerme categórico se me antoja antojadizo, hijo  no querido, otra cosa; ahora bien, decir jelou sin ser un sinvergüenza es un detalle que hay que tener en cuenta en el desierto. La de veces que me dije no sé de qué escribir, ni de cómo escribir, ni de a cerca de qué escribir sin repetirme, ni de no cómo es que no me imagino el mundo sin escribir; pero siempre escribe uno sobre lo mismo, amasando pensamientos en una espiral centrífuga hacia la explicación de cuanto sucede. La paciencia nos aporta la secuela de lo algunas veces conseguido, hay que atreverse a mirarlo, a no dejarlo escapar. Voy alternando las lecturas, y entre ellas destaca La llama doble de Octavio Paz; qué erudición más bien expuesta, qué lucidez y sentimiento le ponía este hombre a sus pensamientos, qué cabeza más bien amueblada. Por otro lado tengo a mi vera Una habitación propia de Virginia Woolf; siempre me atrajo lo de la habitación propia, lo de ese sitio en el mundo en el que poder uno estar a sus anchas con sus castillos en el aire, con sus fabulaciones y notas y libros y lápices a mano. Hay en mi mesa un  recipiente, una pequeña olla, llena de frascos de témpera, y sobre la mesa camilla del estudio una carpeta en la que duermen los dibujos que de un tiempo a esta parte he ido elaborando como quien se mete en el interior de un mar que le devolviese la mirada. Se pone uno a dibujar y sólo por el placer que le producen el sonido de las cerdas del pincel se instala ya en esa esfera a parte de la existencia que se ve nutrida y completada por el acto del dibujo. Todo lo que tenga que ver con el arte tiene que ver con la medicina, con la aproximación a un mejor estado corporal y mental.


Diario de Octubre V


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Resurgir de las cenizas, como el Ave Fenix, tener la vida por delante y el instinto de creación a mano, la posibilidad de hacer y no sentirse uno maniatado por los sentimientos de pertenencia laborales, hurgar en las heridas para extraer el poso de lo que hemos aprendido de ellas, ir y venir con brújula, con volante, con timón, con faro en el horizonte sobre el que encaminar nuestros pasos con aire de utopía; puede que sea ese el instinto protector del intelecto, la piedra angular del movimiento de nuestros cuerpos en mitad de esta marabunta de imágenes y sonidos que nos adormecen sobre el mapa de la política de consumo devenida en forma de vida. Contemplar un día cualquiera es sacarlo de su ordinaria calificación; parece como que si por el hecho de que los días viniesen uno detrás de otro fueran fuente inagotable, pero la máxima de Tempus fugit nos alerta de las consideraciones más oportunas al respecto de la existencia. La reflexión no descansa, de ella emana la poesía y el trance, la igualdad de la diferencia, la importancia de los actos que provocan el cambio. Ya no puedo ponerme a escribir sin gafas; a leer es algo de lo que aún soy capaz; sin ir más lejos el pasado domingo leí sin la ayuda de las lentes una obra entera de una sentada, con la incomparable presencia del ruido de las voces de la Alameda de Hércules sacudiendo el trajín de las terrazas, al amparo de un Gin tonic y con la sensación de abandono propia de quienes aún creen en el papel en blanco. Ahora parece que el otoño ha llegado de verdad, de una vez por todas, refrescándonos las sienes y el cuello, con ese frescor mañanero que inunda las calles de un manto de romanticismo, de ajetreo sostenido por la bajada del mercurio. Estos días son de delicada porcelana, de ensueño poético gracias a la transpiración de los poros, al tejido de una melena y al soniquete en los oídos de la trompeta del Miles Davis que viene a recordarnos que estamos vivos.

Ejercicio respiratorio


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Es muy difícil ponerse a escribir estando emocionado, porque la escritura necesita de una emoción memorizada o anticipada, esculpida en la serenidad del escritorio mediante la pulsión de la voz interior, pero no inherente al instante en el que se genera el texto, otra cosa es ese apunte raudo y furtivo que colocamos en la servilleta de una bar a altas horas o a media mañana, ese vistazo que tiene que ser recaudado por temor a no volver a ser recordado. Por supuesto que el acto de la escritura tiene algo de emocionante, incluso en el mismo momento de ejercerla, en ese verse uno sentado y expresando palabra tras palabra, por el mero vicio de escribir, lo que le viene en gana o considera oportuno, pero sosteniendo el impulso creativo sobre esa avalancha de impresiones que atiborran el espacio de la mente y le hacen a uno salir a dar un paseo para que las cosas se vayan poniendo en su sitio, eligiéndolo, amoldándose a la alegría, a la pura alegría de escribir. Escribir es un ejercicio respiratorio del que se saca en claro que todo se relaciona, las lecturas y las vivencias, los gestos y las poses, las miradas, el ruido y el silencio, la calle y el hogar, los sueños y la tangible realidad que se nos va de las manos a cada instante. Últimamente me ha dado por reflexionar en torno al aspecto intimista que pueda denotar la escritura en un blog, pensamiento que ha venido de la mano de la emoción, de no poder ponerme a escribir sobre cualquier cosa al sentirme embargado por una sensación de ir andando unos centímetros por encima del suelo, liberado, abstraído del presente en una nube contemplativa, y he llegado a la conclusión de que esos materiales procedentes de ese estado son una fuente que bien pudiera formar parte de un relato, de diferentes cuentos, o sencillamente de un diario en el que atestiguar lo que a uno le corre por dentro. La escritura de un diario es una confesión que uno mismo le hace a la existencia, siempre con la esperanza de ir aumentando el contenido con ese resumen que al final de cada jornada nos vuelca el subconsciente. Escribir un diario es una forma de desahogo y de inventiva, de sentirse uno fiel a los acontecimientos, y es al mismo tiempo una magnífica terapia contra el frío del invierno y el sopor del verano. Escribir un diario es ordenar el pensamiento, hacerlo fluir por cada uno de los días en los que cabe una vida entera.

domingo, 22 de octubre de 2017

Reflejos del diario


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La patria y sus pecados, y sus perversiones sociales y sus malos nombres, la patria y lo que nos inventamos en torno a ella como si de un animal imaginario se tratara con el cual resarcirnos de nuestro anhelo de compartir; ¿quién no es patriota viendo un partido de la selección de su país? la patria y sus soldados dispuestos a defenderla, y su pan y su circo pero su poco darle de beber a los perros sedientos de cultura, esos mejor que no opinen mucho no vaya a ser que; la patria y su bandera y sus murallas, y sus fósiles en las carreteras y en las prisiones civiles del nunca jamás; la patria y lo que nos cuentan que es y que precisamente no hemos aprendido con estimulantes razones hacia el conocimiento; pero eso no es la patria. La patria es el lugar en el que uno pone los pies en el suelo cada mañana, el libro que lee y acaricia como se acaricia a un gato de los sueños de la infancia. La patria es el reloj que no nos deja dormir y el despertador que no se atreve a sonar si nos encontramos sonámbulos, recién salidos del traje de buzo de la noche. La patria son los pellejos y el pelo, las arrugas en la frente, el mentón que sobresale en su dibujo, los ojos que nos miran por dentro; la patria es lo que uno se forja a su alrededor cayendo en la eterna insatisfación de querer que eso se extienda por esos senderos suyos del pensamiento. No, amigo, qué te has creído. La Patria, lo que ellos llaman patria, es algo cuyo concepto nos suena a chino a los españoles, y de ello emana un sentimiento de pertenencia a un algo que nos une, pero por puro instinto, y de ahí que aquel que guste de exhibir el color de la bandera española en un reloj o en el fleco del cuello de un chaleco sea tachado de extremista; o sea que nuestra desconfianza deviene de un cúmulo de complejos de inferioridad y de mediocridades que han sido las que se han ido encargando de hacernos estar donde estamos; pero eso es o no fácil decirlo, así podríamos estar hasta mañana; ganas de escribir y sin tener ni idea. Soy patriota en el sentido de que, miren ustedes, hagan con España lo que quieran, pero, por favor, mientras se ponen y no se ponen de acuerdo dejénnos que disfrutemos de ella y de su mapa inmenso de placeres, de sus fragancias y sus flores ostentosas y desapercibidas como el Duende, de su cruce de caminos que sabe cómo entendérselas pacificamente; hagan ustedes lo que quieran pero cuídenmela, no la hagan polvo, conserven el espíritu de su belleza tranquila y fervorosa al mismo tiempo, hagan uso del pasado como fuente de argumentos sensatos que  nos posibiliten aprender de nuestros errores, pudiendo limpiamente mirarnos a la cara y evaluar los daños cometidos, bajándose ustedes del burro compartiendo la agonía, el aburrimiento, el desinterés por todo lo que no sea interés reflejado en el falso espejo de ustedes; cárguense de razón/sinrazón y discutan, levanten los brazos, insúltense, pero cuídenme a España, con todo lo que ello conlleva de humildad, de demostrar ustedes lo españoles que dicen que son; qué cosas, lo qué hay que oír, pero al tanto que esa es la realidad que se desvanece entre cortados y tostadas con aceite, entre zumos de naranja a granel y limosnas de pacotilla, entre esto y lo otro y la carga a cuestas cada cual de su novela. La Patria, con o sin mayúscula/s, es el lugar en el que descansa el razonamiento iluminándose con música clásica, por armonía, por desidia sostenida, por apatía, por calma chicha sin marejada por unos días, por necesidad de tranquilidad para comprender lo que pasa. Si fuesen ustedes capaces de salir del paso cuidando a España, a la España que sea o que venga o devenga a ser o de la que solo sea un reflejo, habremos dado un gran paso en la Historia. Y si tras de ello somos capaces de influir la misma fuerza a nuestras ideas que las que hacen que la perspectiva sea la que es, empezará la gran época del desarrollo humano. Más herramientas no se pueden tener.


viernes, 13 de octubre de 2017

Cumplir años

 

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Cumplir años es una dedicación
ordinaria a la que nos sometemos
queriéndolo y sin querer,
viéndonos pasar y suceder,
viéndonos en el reflejo de los gestos
que se han hecho tan nuestros
como nada de lo que nos pertenece.

Amen de la inexorable cualidad
del paso del tiempo todo fluye
sin detenernos en la contundencia
de lo minúsculo llamándolo superfluo;
es decir que le restamos trascendencia
pero no dejamos de tenerlo en cuenta
arrinconando ese material en un desván
al que acudir cuando la recapitulación
quiera pasarnos a limpio su diario.
Lo más duro es enfrentarse al final
de la primavera que uno creía eterna,
como si tener veinticinco fuese
tan fácil por el mero hecho
de que se le hubiese ocurrido
a Oscar Wilde, a Peter Pan,
a Robin Hood, a Dorian Gray.

Hacerse el sueco a sabiendas de que
lo más probable es que salgan al paso
las secuelas de la memoria que
nunca se desprende del olvido
es hacer de tripas corazón,
ingeniárselas para reconciliarse
con uno mismo y con el mundo,
porque al fin y al cabo
aquí estamos vivos y coleando,
sorteando las curvas y los relojes,
los apuntes de la pubertad,
los juegos de la infancia,
las maletas de los traslados,
los diccionarios del pecado,
las fronteras de las revoluciones,
el idealismo de la caverna,
el paisaje de la escuela,
los porros de la Universidad,
las madrugadas rompeolas,
las fragancias que nos impulsan
al precipicio no sin
pensárnoslo dos veces,
el recuerdo que miente
más que un epitafio.

Cumplir años es lo que viene a ser
el ritmo cotidiano y sonámbulo
de una rutina más bien peligrosa
a no ser que se disponga de
un chaleco salvavidas
y de otro antibalas,
y de una de esas barras por las que
descienden los bomberos
tras haberse jugado el pellejo.
Hay quien tiene vocación de joven
y hay quien prefiere llegar a viejo
antes de lo prescrito
por los prospectos de la costumbre;
hay quien se asoma al balcón
para contemplar el paisaje urbano
y hay quien no sale de casa;
hay quien desmiente lo que fue
mientras otros se inventan su pasado
y su presente y su futuro;
cumplir años no tiene la menor importancia
si en cada día cabe una vida entera.



martes, 10 de octubre de 2017

Cuánto


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Cuánto diluvio y espanto,
cuánta inercia de mal vivir,
de escribir y no escribir
o sentir que no es uno el que escribe;
cuánta certeza contenida,
cuánta inclemencia sostenida 
en los páramos del esperpento
detenido por falta de voz,
por no saber decir que no,
por no vaya a ser que.
Cuánto instrumento enmudecido,
decencia mal ejercida,
creatividad por los suelos,
algarabía de medio pelo,
dimes y diretes mal enunciados,
insurrecciones que dicen adiós
te pongas como te pongas,
justo ahora,
sin pelos en la lengua;
y qué hacer después.
Cuánto de todo junto,
abundancia que nos sale
por las orejas, y por 
los ojos estando ciegos,
por las piernas estando
lisiados perdidos del corazón.
Cuánto que decir y ya ves,
si no hay cómo llegar a 
las avenidas del desierto
en el que encontrar un oasis
y una frase de gratitud,
una llama que encienda el silencio,
un ascua que recobre el fuego,
un maniquí que se ponga en marcha.
Cuánto que celebrar
a causa de la derrota,
sin la cual no hubiésemos sabido
a lo que saben las a penas 
sostenidas palabras
del hilo telefónico.


lunes, 9 de octubre de 2017

Un crucigrama


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 La vida es un sendero
un valle de vivencias encadenadas
una montaña rusa de sensaciones
una patria un libro un encuentro
un beso con los brazos abiertos
un antes y un después
una manera de ser y no ser
he ahí la cuestión.
La vida se resuelve en crucigramas
palabras que conectan detenidas
la fragancia de dos cuerpos
haciendo posible lo supremo
lo  deseado la conquista
la almohada que no duerme sola
acariciando los sueños con desvelos.
La vida  es un orden y un desorden
una armonía y un arrebato
una tendencia un oficio un poema
grabado en los confines del alma
un ensayo y un error un medio
en si misma para vivir
despejando dudas
adquiriendo certezas
excavando las minas de la riqueza
explorando algodones y clavos ardiendo
resumiendo en un suspiro la eternidad.
La vida nos devuelve ella sola
lo que le damos y le negamos
como por el arte de la inercia
de un sentido para el que todavía
no hemos encontrado solución.

viernes, 6 de octubre de 2017

Escuchar tu voz


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Siento devoción por los Nocturnos de Chopin desde que leí el diario de Wladyslaw Szpilam, el pianista del Gueto de Varsovia. Son pocas las mañanas en las que, junto a la taza de café humeante y el primer cigarrillo del día, no aparece Chopin para alegrarme esos estiramientos del despertar que consisten en ir poniéndole a uno a tono con el presente recién pintado. Hay qué ver cómo se nos escapa el tiempo. El tiempo en la música lo es todo, y el silencio la culminación de su esfera. Sale uno al paso de la escritura como medio para resarcirse, para encontrarse mejor, para sentirse vivo en esta época de intempestivas algarabías vocingueras. Como más o menos todos, o digamos que una inmensa mayoría, hago de mi capa un sayo, me adormezco sin quererlo, me narcotizo con fantasías. La música clásica es una de las fantasías más productivas para el desarrollo del intelecto que hayan existido nunca; y ahí voy, sin acordarme si quiera de lo que acabo de escuchar, sin pararme a pensar en el momento de la creación de esa melodía que me hace mejor de lo que fuese si no fuera por Chopin, nadando entre libros que se adocenan y no se leen, y se miran y se tocan y se dejan hojear, acariciar, en este acantilado de ensoñaciones diarias desde que tenía catorce. La fragancia de las teclas de un piano es comparable a la mejor de las valerianas con las que sucumbir al esfuerzo diario yéndose uno a dormir tranquilo, en paz con los vivos y con los difuntos, con las autopistas del desenfreno y con la calma del hogar, con todo lo que tenga que ver con seguir teniendo ganas de escribir gracias a una voz. La voz, la música, el presente; parémosnos a pensar. Una de las cosas que se aprenden de la lectura de la buena literatura es a responsabilizarse uno de lo que dice; otra cosa es lo que escribe. Qué lindo escuchar tu voz.

jueves, 5 de octubre de 2017

El veranillo del membrillo


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Podríamos decir, con el calendario en la mano, que el verano ha terminado, pero se extiende a lo largo de unos cuantos días más en los calores de San Miguel, en las calles soleadas de La Ciudad. Parece como si en esta época anduviésemos a la espera del ansiado frescor del otoño, una vez que han pasado cuatro tórridos meses de desesperación mercuriana, de oleadas de lágrimas de San Lorenzo, de pieles resecas y cuerpos anhelantes de la humedad por fuera y por dentro. Esta etapa del año, con aroma a comienzos de curso, es el comienzo también de una nueva organización de los hábitos que se nos irán pegando al cuerpo con esa indolente tendencia a la que se acoplan los gestos al menguar de las tardes; pero de momento seguimos en el camino del melón y la sandía, del melocotón y la sangría, de la cerveza y las camisas de manga corta, en esa celebración del júbilo de la claridad que nos da la vida, que nos la muestra en la textura del resplandor tardío del verano. En La Ciudad todos los cambios de estación tienen algo de primavera, algo de renacer y despertar, algo de místico porque somos conscientes de la fuerza que las tonalidades de las fachadas desprenderán como adaptándose al cuadro al óleo del paso del tiempo. Hoy, ayer, cuando comencé a escribir estas líneas, curiosamente nos hemos encontrado con un día gris en el que hasta han caído unas cuantas gotas; se han visto los primeros paraguas que ya no están. Poco a poco tarda menos en enfriarse el café; ya no hay que dormir con las ventanas abiertas de par en par toda la noche, ni con el ventilador del techo dándole un aspecto de helicóptero al apartamento. Ahora todo tiene un halo de fuga, de traspaso, de frontera, de linde con el líquido venidero, y en su templanza se acurruca el ánimo desentrañando las claves de la poesía urbana, de la vida de las esquinas, de la inclinación de las ramas de los árboles, de la algodonosa presencia de las nubes que se atreven y no se atreven. El veranillo de San Miguel, amarillo y frugal como el de la canción, nos predispone al viaje sobre un cascarón de nuez por el mar de la distancia, por los horizontes de la utopía de Eduardo Galeano que nos sirven para ir hacia delante.

martes, 3 de octubre de 2017

No tenemos arreglo


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Con el país que tenemos, con la variedad de recetas de y de cánticos, de himnos de fraternidad y de odas a la alegría, de invenciones y originalidades, de gramática parda y de sentido de la subsistencia; con la cantidad de dialectos y de costumbres, de sombras y de ensayos, de lugares comunes y de edificios, de escritores y de intelectuales de toda índole, perdón por el uso esquemático; con la de profesores y de currantes y de obreros y de hormigas sabias conocedoras de la parte noble de su naturaleza, de religiosos y de ateos, de agnósticos y de clérigos progresistas; con la cantidad de cruces de caminos que el tiempo nos ha ido poniendo sobre el plantel de la historia, con la de escarmientos que nos hemos llevado y lo difícil que nos resulta no caer de nuevo en la misma piedra, en el anzuelo, en la manzana contaminada de fundamentalismo; con la de hábitos e inocencias, de disparates y de aciertos, de chistes y de murmuraciones, de signos de fe y de contradicciones, de campeonatos y de asaltos a mano armada; con la de insultos al prójimo que nos han salido caros y la de insurrecciones fallidas por falta de coraje. Con la de reyes y princesas y políticos de tres al cuarto, con la carcoma de un pasado que se doctora en presente dividiendo en partes desiguales un territorio formado por el anhelo de la libertad. Con lo que da de sí y de no la convivencia en la que parece como si se nos olvidase el todo por el todo que cada cual lleva en sus genes desde que la cosa empezó con los aires de la competencia; con el arbitrio mal conquistado por las conciencias, con la supervivencia por bandera que tan poco nos cuesta colgarnos de la solapa, porque somos así, porque está en nuestro código de barras y en nuestro adeene. Con lo que significa la palabra humano, con el destrozo de racimos de uvas que hemos visto destrozar delante de nuestros ojos, con la de funerales mal celebrados, mal compuestos, mal diseñados por las ansías del relleno, de lo que se utiliza como a escombros con los que tapar el agujero de la locura más contumaz y paranoica. No tenernos arreglo, somos tercermundistas, querámoslo o no, pensemos lo que pensemos si es que pensamos algo. Con la de canciones y proverbios y poesías, y alirones visca el Barça, y viva er Beti manque pierda, y la de chabolas y de rascacielos que le hacen sombra a la necesidad. Con la de listos y de tontos que hemos sido, con la de dios y por la virgen y por todos los santos. Con la de frágiles que somos y la importancia que nos damos, que vete tú a saber de dónde viene. Con la de heridas e insensateces y de cabos sueltos y de reproches y de trabajo que tenemos por delante, pero nada, no hay manera, somos así.