lunes, 31 de diciembre de 2012

Ruidos y nueces.




Sucede en ocasiones que uno se siente asaltado por un ruido procedente de la vivienda de al lado, en esos momentos en los que reina la calma sobre una lectura, o sobre una cabezada a media tarde, o sobre la contemplación del paisaje urbano a través de la ventana, persiguiendo el parsimonioso revoloteo de las aves que sobrevuelan los tejados, y se para a pensar que habitamos tanto en compañía del silencio como del murmullo y los sonidos que se siembran a nuestro alrededor. Mediante estas señales se puede uno imaginar lo que estará sucediendo en el piso de arriba, o más allá de las paredes en las que se cobijan los sueños con su pelo y con su lana. A menudo son frecuentes los mismos síntomas a las mismas horas, la rutinaria exhibición de latidos mundanos y ordinarios de los trajines de la vida; músicas determinadas, ollas a presión, lavadoras, broncas más o menos argumentadas con ecos de voces a las que les suponemos un significado, llantos de bebés, portazos, tacones indiscretos, sillas que chirrían sus patas sobre el terrazo, mesas que son movidas sin miramientos ni duda alguna, alarmas de despertadores que despiertan o avisan o !@#$%^&* con el minuto exacto para el que fueron programadas , o timbres que suenan en busca de un inquilino al que acabamos de saludar en la escalera y del que a penas sabemos el nombre una vez que lo hemos indagado en los buzones comunitarios de la entrada.

Como en la caverna de Platón pueden ser imaginados los rostros y los motivos, las razones por las que a estas horas se enciende una luz que ilumina parte del patio y resplandece sobre la calma que atesora el vecindario las tardes de algunos días de la semana. Si se vive en un bloque de pisos en el que es frecuente el cruce de los allí residentes, en el hueco del portal o en la siempre comprometida prueba de fuego del ascensor, más tarde, cuando se escuchan esos movimientos de los hogares cercanos, les ponemos caras a sus personajes y nos impacientamos o no le damos la mayor importancia, en función del prefigurado retrato, ejemplar cargado de prejuicios, que le hemos dado a esas personas que respiran y duermen, que se duchan y cocinan, que hacen el amor y discuten, que entran y salen de sus moradas como nosotros pero sobre los que ahora se centra nuestra atención y se nos desvía el pensamiento por unos instantes, en esa novelesca fabulación con la que intuimos acontecimientos cercanos de los que a penas nos separan los centímetros de anchura de un ladrillo, como es mi caso cada vez que a las siete de la tarde suena una alarma a la que aún no le he encontrado motivo que no sea propio de una historía a lo Scott Fitzgerald y que de momento ha dado pie a que me ponga a escribir estas líneas.

Aprendemos a vivir con ello, con los ruidos y  los sonidos de las moradas de al lado, igual que con nuestros achaques y nuestros vicios, con naturalidad. De hecho, si no acontece alguno de esos golpes a la hora que le es presupuesta, parece que algo nos falta, que echamos de menos el tintín o el tictac de turno, y pasa a ser diferente el rato de la mañana sin el simpático estruendo que hoy no ha hecho acto de presencia y que en ocasiones puede llegar a ser el inicio de una preocupación. Todo lo que atesore vida ha de ser bien recibido, siempre y cuando no intervenga de negativa manera en el dulce transcurrir propio del civismo, y nada mejor para darle la bienvenida al nuevo año haciendo ruido con risas y bailes, con compases de burbujas y cantares, con un poco de esa alegría de la que van quedando solo los vestigios de épocas memorables, y rejuvenecer el afán por encomendarnos a la tarea de emitir todos los sonidos posibles a favor de semejante participación en la algarabía de la fiesta. Esta noche serán descorchadas botellas, rozadas copas, mojados labios, humedecidos ojos, llenados estómagos y entonados himnos familiares con los que pasar de un año a otro en a penas un momento, todo ello con un amable soniquete de benevolencia que nos hará felices por un rato en el que todos pondremos un granito de arena en que el ruido y las nueces se encuentren por fin compensados como nos gustaría que lo estarán el resto de ruidos que nos acompañan, de una u otra forma. Por lo tanto, tengan ustedes una Feliz entrada de año, compañeros, y espero que el alboroto sepa a gloria durante mucho tiempo. 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Hipocresías aparte.





desde la niñez he mantenido una especial predileción por la Navidad. Llegar a esta época del año haciendo recuento de lo encontrado en los meses anteriores, como recapitulando lo que el futuro me tenía reservado en esta píldora de trescientos sesenta y cinco días, es una inequívoca señal de que uno sigue vivo y contando los ciclos por navidades, como bien podría hacerlo por primaveras, que es otra buena manera siempre y cuando ese contar no resuma en demasía lo que merecedor de la pena del recuerdo tiene el inventario. La tonalidad de los atardeceres, que se vislumbra desde comienzos de Noviembre, aporta serenidad a cualquiera de los objetos de la calle convirtiéndolos en transeúntes forjados por la sigilosa espera, en pacientes testigos de las compras de regalos, en observadores de las hojas caídas, en benefactores de la inofensiva humedad del invierno. No sé si por tradición personal, debido a la felicidad acontecida en los Diciembres de mi infancia, pero el caso es que aun no se ha visto atenuada mi tendencia a sentirme especialmente bien una vez que han sido alcanzados los primeros susurros de finales de Noviembre. No entiendo eso que para mí se ha convertido en una especie de tendencia, lo de calificar de tristes a las fiestas navideñas, cuando, salvo que uno se sienta completamente afectado por el síndrome del consumismo atroz, habiéndolo convertido en motivo irrevocable de su existencia y ahora haya aterrizado el tío Paco con sus rebajas en la explanada de su vida, todo tiene una pinta de monótona dulzura y alegre nostalgia, creencias e hipocresías aparte, que pocas veces es conseguida en otras épocas del año. Pero claro, esto es tan subjetivo como la apreciación de los diferentes aromas de un vino. Si algo me pone triste es saber que existen miles de personas que no tienen ni con quien ni donde pasar estos momentos que tradicionalmente suelen vivirse en buena compañía.

Si separamos el grano de la paja y abrimos los ojos, si dejamos de mirar a los escaparates y a la tele, si salimos a la calle a llenarnos los pulmones con el aire del invierno turronero, a pasear por la nieve imaginada y por la arropada comodidad de la bufanda, dedicándonos a echarle una ojeada al panorama con una tendencia algo más modesta y al mismo tiempo vitalista, es fácil comprobar que las reminiscencias de los años de la niñez son capaces de recuperarle el aliento al desconsuelo generalizado, y que la poesía es saludable cuando se es consciente de la importancia que supone el mero hecho de estar vivo y coleando. Además son fechas muy indicadas para sacar un poco los pies del plato, aunque haya que sustituir el brut nature de antaño por un más modesto trago con el que calentarnos, y actuando con la debida cautela, ya que siempre se corre el riesgo de que todo lo eche a perder la maldita resaca, existen un par de cogorzas a las que parece que no se les pone peros; y si no es el caso podemos hacer como un poeta amigo mío que, una  vez retirado de manera radical de la bebida, imaginaba que la cerveza sin alcohol que bebía era procedente del particular lúpulo de un país asiático en el que era elaborada semejante maravilla de líquido. Siempre la imaginación, y la parte más importante de nosotros que se encuentra en la infancia, obedece al corazón con razones de peso para salir a flote, e instalarse por un momento en la almendra garrapiñada y en el caramelo de miel de la pascua no deja de ser un buen remedio para desvelar la parte humana que no nos ha abandonado y con la que se puede ver reforzadas nuestras defensas ante la mas que probable amenaza de huelga de sensibilidades, que anda al acecho y a la que hay que esquivar con elegancia. Por lo tanto, compañeros, ánimo y fuerzas, buenas voluntades y esperanzas, grandes apetitos y bellezas, y por supuesto feliz Navidad.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Huracán Ojeda.






- Muy buenas tardes, queridos telespectadores, les saludamos desde el Lagartija's Dream Arena de Las Navas de Tolosa D.F. en el que a partir de unos instantes tendrá lugar uno de los acontecimientos deportivos más esperados del año, el All Star que cada temporada reune a la flor y nata del baloncesto navero y por el que han pasado los mejores representantes de nuestra selección. Como cada navidad los especialistas en el siempre difícil lance de uno de los más bellos movimientos del baloncesto, el mate, se han dado cita en este patiolacio de los deportes cuyas gradas presentan un inmejorable aspecto. Las baldosas han sido enceradas una a una, el equipo técnico se ha encargado de soldar el aro que dejó literalmente hecho trizas uno de los favoritos durante los ensayos con los que ha ido dando muestras de su habilidad a lo largo de todo el año, y justo ayer fue retirado un cargamento de troncos de encina de uno de los laterales de la pista para que en este momento la cancha se encuentre en perfectas condiciones. Como pueden comprobar han sido colocados asientos supletorios y el lleno será absoluto, en unos minutos no cabrá ni un alfiler. La emoción está asegurada, así que no se muevan de su asiento porque volvemos en unos instantes después de la publicidad...

En estos momentos se encuentran calentando los competidores, de entre los que cabe destacar al siempre esperado Andrés Ojeda, popularmente conocido como el Huracán, con el que recientemente mantuvimos una entrevista en la que nos confesó ser un incondicional seguidor del americano Vince Carter, y en la que nos ha hecho mucha gracia una referencia a un tío suyo del que comenta que seguro que hoy estará empujando y animando allá donde se encuentre para que todo salga bien y el trofeo vaya a parar a sus manos. También hemos tenido la oportunidad de charlar con sus padres y con su hermano Juan, que en todo momento han manifestado su alegría, afirmando, en tono jocoso, que después de los sobresalientes en sus calificaciones les llena igualmente de orgullo la dedicación de su hijo al baloncesto, recordando una y otra vez las anécdotas referidas a los días de entrenamiento en las que, el joven aspirante a la corona de este maravilloso espectáculo, Huracán no pensaba en otra cosa. Pero ha merecido la pena la espera y la paciencia porque hoy contamos con uno de los más consumados especialistas que continuamente nos deleita con sus exhibiciones...(...)

(...) Bueno, bueno, señoras y señores, más emoción imposible, nunca habíamos asistido a una final tan reñida; los jueces no dan crédito a lo que ven, la competitividad está alcanzando cotas que eran difíciles de prever antes de que comenzará el concurso, pero lo cierto y verdad es que Huracán tendrá que hacer velar todas sus armas para poder conseguir el ansiado premio por todos los jugadores que se han dado cita en este Lagartija's Dream Arena que en estos momentos es un auténtico hervidero; el nivel mostrado por los competidores roza la perfección y la imaginación con la que han presentado sus actuaciones está poniendo el listón muy alto y difícil de superar en sucesivas ocasiones. Asistimos a momentos de gran concentración por parte de Huracán, que se dispone a realizar su último y definitivo intento y para el que solo le vale la máxima puntuación, es decir cincuenta puntos, diez por cada uno de los jueces.... Se hace el silencio en el patiolacio de los deportes... ahora el público comienza a corear el nombre de Huracán... rujen las palmas, Huracán incita a que el público anime con más insistencia, bota el balón, parece que se dispone, un paso, otro mas... vuelve atrás... calcula bien las distancias, tiene claro lo que va a hacer, se arranca, ahí va..., toma carrera..., enfrenta el tablero..., vuela sobre la zona..., se encuentra en el aire... este hombre vuela, señoras y señores, este hombre vuela... dios mío, dios mío, quién da más, Huracán acaba de realizar lo inverosímil, lo impensable, lo propio de un hombre de otra galaxia, el patiolacio se pone en pie, esto es una fiesta, esto es la fiesta del baloncesto gracias a jugadores como Huracán Ojeda, los jueces no salen de su asombro y empiezan a puntuar, a alzar sus calificaciones, ahí va un diez, y otro, y otro más yyyy....... lo imposible se vuelve realidad, la ficción acaba de ser superada, señoras y señores, si, si, si.. eso es, vemos bien, no se froten los ojos, no soñamos, vemos bien, damos fe, si, si....., cincuenta puntos y el graderío enarbolando en estos momentos una parcanta gigante en la que aparece el nombre de su ídolo junto a la palabra FELICIDADES y coreando un CUMPLEAÑOS FELIZ que se escucha desde Huelva.

FELICIDAES, HURACÁN.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Mundos paralelos.





La compañía de los libros solventa cualquier tipo de espera por incómoda que pueda resultar ésta, como es el caso de la acontecida sobre una butaca junto a la puerta de la consulta del médico, en ese ambiente apto para fotografiar el panorama social en una instantánea cuyos variopintos matices reflejan las consecuencias de los índices de audiencia radiofónica y televisiva, al menos los vislumbran o los dejan entrever, en los comentarios que se hacen en estos lugares para matar el tiempo antes de que la abnegación nos mate a nosotros. Con un ejemplar en las manos, sea de la obra que sea, da igual el género, uno puede campar a sus anchas por el mundo que se encierra más allá de las pastas y dejar de tener constancia de que lo que le espera es un diagnóstico  o una receta, a los que se les va curando en la incertidumbre de la salud con el siempre saludable hábito de la lectura y con el premio anticipado de no tener que sentirse comprometido a asentir a ningún disparate o trance de dramatismo cutre e impertinente bajo el que subyace una capa de alcanfor hediendo a falso testimonio.

En los momentos en los que se lee en desinteresada y desconocida compañía, como en esos fortuitos encuentros que el azar nos regala en cualquier rincón del mundo, parece como si los oídos mantuviesen alerta su sensibilidad para acomodarla al transcurso de las lineas junto con el de los comentarios con los que se adereza la atmósfera, ya sea la del metro, la del tren o el autobús, o la de la siempre lúgubre sala de espera de un ambulatorio. Puede suceder que en mitad de la lectura se recuerde a determinado autor o a una de cuyas obras no estaría mal disponer en este momento en el que parece que el cuerpo pide dosis de otro tipo de fragmentos diferentes a los del capitulo de la novela en el que la dedicación se centra ahora, o puede, por el contrario, que lo que más se deseé en el mundo sea parar el tiempo o querer ser el último en ser atendido por el doctor, o esperar la posibilidad de un retraso en el horario del trayecto, para que el enfrascamiento mental en el que nos encontramos, por culpa de un personaje o detalle de acción, no cese o lo haga lo más tarde posible.

Lo cierto es que en compañía de un libro uno nunca se encuentra solo, por no decir que en ocasiones la comitiva de personajes es una imaginaria familia con la que se vive en otro mundo paralelo al que pisamos, compareciendo de esta forma en otra vida, fuera de esta que respiramos, gracias a la cual las penas son menos penas y las ilusiones parecen más fáciles de conseguir. Es importante, hoy en día que el individualismo se encuentra al acecho de cualquier sospechosa maniobra y la deshumanización está alcanzando cotas preocupantes, encontrar arrobo en la voz escrita de cuantos autores nos brindan su obra en los estantes de las bibliotecas y las librerías, y dejarse llevar por el mar de esa experiencia resultante de la asistencia a clases de múltiples materias de la mano de la sencilla comparecencia de un libro entre nuestras manos y el ejercicio de las facultades mentales al servicio de esa entrega. Además de no sentirse solo, de esta manera, uno aspira a otras cosas más nobles que a luchar por luchar sin saber el cómo, el para ni el  porqué, y la flora y la fauna humana que acontece ante nuestros ojos nos puede conceder el beneficio de ser mirones, seres contemplativos que no dejan de asombrarse, perpetuos perplejos, asombrados espectadores del mundo que se ve más nítido cuanto más se visiten los universos que se encuentran en cualquier libro.

martes, 4 de diciembre de 2012

Más de lo mismo.





De la situación actual se están sacando muchas conclusiones; que si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que si no hemos sido lo suficientemente ahorradores, que si no hemos sabido valorar lo que teníamos, que si esto o lo otro, pero todo marcado y manchado por el tinte del cinismo que nadie mejor que los empresarios sabe poner de manifiesto. Ahora te contratan por cuatro perras, argumentando que los tiempos que corren no son buenos, y cuando menos te lo esperas se les escapa, a esos mismos que te entrevistaron, algún que otro comentario que viene a significar que no van tan mal las cosas, para ellos, sacando pecho por el progreso realizado, pero cuando se avecina la hora de la verdad en las conversaciones que giran en torno a la economía reculan poniendo cara de sufridores por miedo a que les pidas un aumento de sueldo, que bien mirado no sería tal sino más bien una equitativa adaptación de la remuneración con respecto al trabajo desarrollado.

Hace tiempo compartí escenario durante algo más de un año con un mundialmente conocido chef que se jactaba de haber sido el primero en obtener el máximo galardón de la restauración en Cataluña. Era una época de bonanza en la que los equipos de trabajo estaban formados por gente joven con espíritu de superación y con mucha afición por el oficio. Pues ni entonces se tenía la humildad necesaria para saber hasta donde se puede apretar a la hora de cerrarle el grifo a los derechos de los trabajadores. La respuesta de el susodicho chef, cada vez que alguno de nosotros insinuaba que iba siendo hora de buscar otros derroteros, era que no le importaba porque había cien esperando en la puerta deseando entrar; cosa que dejaba muy claro el grado de agradecimiento que sentía por lo que estábamos dando a cambio de un contrato de media jornada ejecutado en doce horas diarias, y eran tiempos de un más o menos esplendor económico.

Por lo tanto cabe añadir que el problema va a seguir siendo el mismo, solo que durante algún tiempo se puede atenuar porque el índice de paro sea menor, pero las injusticias y los descabellados planes de acción de los que quieren llevarse el gato al agua a base de explotar a sus trabajadores, de una u otra forma, véase los tipos de contratos y las condiciones de los mismos como representación de la más deleznable tiranía contra el obrero, continúan estando ahí, en una Europa que se las da de madre pero que no sabe actuar sin látigo, sin imponer el miedo, sin americanizarse, sin encubrir la miseria de sus pueblos. Si a ello le añadimos la poca conciencia social reinante, como si todo lo hubieran puesto para nosotros por nuestra cara bonita, y la poca capacidad de empatizar, de ponernos en la piel de los demás, el coctel resultante es un reguero de sangre provocado por la ruptura de la arteria de la evolución que, saturada de tanta grasa de motor y mantequilla, ha reventado salpicando a los de siempre, a los que no tienen con que taparse porque no suelen esconderse de nada: a la gente del pueblo.