viernes, 2 de agosto de 2013

Privilegios del siglo XXI







No deja uno de sentirse un privilegiado al ver cómo día a día le va perteneciendo con un poco más de insistencia el sano ejercicio de la escritura, casi como uno de esos deseados hábitos a los que cuesta trabajo darles alcance y acaban incorporándose a la nómina de placeres diarios con los que uno, a falta de dios, no sabe a quien darle las gracias. El silencio de la biblioteca, la luz adecuada sin llegar a contener las tonalidad propia de un quirófano, el sigilo con el que se mueven los estudiantes que entran y salen; las estanterías en las que reposan cientos de ejemplares como a la espera de ser consultados, la mesa y el sitio en el que suelo ponerme y desplegar en ella el escueto campamento de mis anotaciones, los ordenadores que aportan signaturas con las que adentrarse en la emoción de la búsqueda de una referencia extraída de alguna lectura, el lentamente agradecido paso del tiempo en el interior de este refugio al que venimos a parar náufragos de todas las calañas; todo esto junto con el paseo desde mi casa, en el que me voy dando cuenta de que cada vez son más los héroes de la acera alistados al batallón de los nacidos para perder, hacen de la leve caminata un vagón propenso a que se vayan fraguando a fuego lento muchas de las ideas que después serán escritas en la pantalla. Todo esto hace que uno se sienta, como decía, un privilegiado, aunque no desaparezca dentro de mi el sentimiento de inutilidad que tengan estas palabras, como las de tantos otros bloggers que andan desparramando sus opiniones por el espacio cibernético, sus reclamaciones e indignaciones, su derecho al pataleo y sus reivindicaciones, quejas y lamentos e incluso inteligentísimas propuestas para salir del atolladero. Bueno, cada cual hace y escribe lo que puede, todo suma, sobre todo la buena voluntad y el empeño en no dejar de insistir en que ha de llegar en día en el que nos dejen de tomar por lelos.
Vive uno entre continuas contradicciones, entre una amalgama de soberbia política y sucesivos embustes que desbarajan la baraja y esparcen las cartas de la esperanza por el suelo, por debajo de la mesa. Vivimos en el siglo XXI; ya se nos supone una cierta pacífica pericia en los pormenores diplomáticos y en la consideración de la individualidad. A veces, cuando me tomo un par de cañas con alguno de esos amigos a los que no les aburre hablar de la cosa sin remordimientos de conciencia ni presentimientos de pérdida de tiempo, salgo reconfortado de la reunión, como si me hubieran inyectado algo con lo que ir tirando, con la sensación de no sentirme solo; y es que, aunque no consigamos arreglar el mundo con nuestros comentarios y discursos cargados de un idealismo sinceramente infantil, del que tristemente sabemos que jamás tendremos constancia, al menos nos expresamos con libertad, decimos lo que pensamos, discutimos, nos interrogamos y debatimos, incluso cambiamos de postura, aprendemos a rectificar, echamos un rato de pláticas que bien merecidos se lo tienen el cuerpo y el cerebro; aunque nunca se sabe, ya que en ocasiones tiene uno la sospecha de que las paredes hablan, en pleno siglo XXI.
Con esta panorámica, en la que no se deja de tener la mosca detrás de la oreja, el enojo máximo puede ser alcanzado al escuchar en la radio una noticia en la que se cuenta la severa restricción comunicativa existente en los países de Oriente Medio; entonces, por poco que sirva lo que uno escribe no tengo más remedio que sentirme un privilegiado. En Arabia Saudi está terminantemente prohibido cualquier ejercicio de manifestación o protesta. En las últimas semanas siete personas han sido condenadas a consecuencia del contenido de sus portales en Facebook. Las restricciones en Sky, Wasap y otro tipo de vías telefónicas son estrictas sin compasión, ni piedad. La libertad de expresión, en el país del petróleo, es un ejercicio de riesgo en el que un ciudadano se la juega arriesgándose a pasar unos años en la cárcel después de haber recibido la inquina de la tortura. Hace unos días, en Arabia Saudí, un blogger fue condenado a cinco años de prisión y a recibir seiscientos latigazos, además de la posibilidad de que una vez cumplida la condena se le impida salir del país por un buen número de años, por hacer uso de su blog para decir lo que piensa, para conectar con el mundo que hay más allá de las fronteras de aquel reino de la mentira que sale a borbotones por los dorados grifos de los yates. Nueve millones de mujeres, y otros tantos de turistas, viven con el el alma en vilo debido al terror que provoca semejante cerco a la capacidad de raciocinio. Incluso los abogados defensores de estas personas están siendo atacados viéndose, ante las amenazas, obligados a salir del país para tal vez no volver. Me he referido a Arabia Saudí, pero podría haberlo hecho con Túnez, China, Egipto e Irán, por poner otros claros ejemplos de naciones cuya población ve cómo a nadie más allá de sus fronteras le importa un bledo su situación, cuyos derechos están siendo pisoteados mientras desde las Naciones Unidas parece que tampoco sienta del todo mal eso de que unos cuantos millones de humanos no sepan más de la cuenta. No deja uno de sentirse un privilegiado dejando deslizar los dedos por el teclado a pesar de que resulte baladí el esfuerzo.

4 comentarios:

  1. Tenemos una suerte inmensa de nacer libres,aunque todo es susceptible de mejorar y cambiar,está claro que resulta increíble que en pleno siglo XXI todavía un ser humano tenga menos derechos según en que punto geográfico nazca o habite,que triste...Un abrazo privilegiado!!

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    1. Y prepárate, Amoristad, porque viene una ola de frío. De momento, en los países en los que esxiste más libertad, están manipulando toda la información de la red, que es tanto o más vergonzoso; después, en un tiempo, y veremos a lo que podemos llegar.

      Mil abrazos.

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  2. Siempre hay alguien en peor situación, Clochard.
    Salu2.

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