martes, 25 de noviembre de 2014

Formar parte





Dentro de esta burbuja infranqueable, de la que tanto trabajo cuesta salir, nos encontramos quienes no tenemos otra alternativa, quienes estamos al otro lado, la mayoría. La minoría la forman los que han diseñado el plan, esos tipos desconocidos que usan a la perfección a las marionetas del gobierno, esos que quién sabe si se reúnen en una especie de logia o en conciliábulos obscenos cuyas premisas son ir más allá, más lejos en el desastre sin querer darse cuenta, sin percatarse de la inminencia del derrumbamiento tanto de los valores como de la especie, de todo. Una de las penas que más empiezo a sentir es que no me cuesta trabajo alguno ponerme a escribir sobre esto, como si fuera la piedra angular de mis pensamientos, como si siempre tuviera que recurrir a este estado de indignación para pasármelo bien delante del papel en blanco. Muchas veces, mientras me ducho o friego los platos, mientras quito el polvo de los alféizares de las ventanas o cambio las sábanas de mi cama, mientras ordeno mi cuarto, suelen venirme ideas en torno a las que escribir algo en este espacio, en estos peces de hielo que aún permanecen intactos, no derretidos. Pero con frecuencia acabo sucumbiendo y dejándome llevar por un poco de lo mismo, por lo que, como decía José Saramago, comienza a oler a comida recalentada. Siempre contra viento y marea, siempre en dirección contraria a esos ejecutores, a esos señores a los que les da igual por donde salga el sol; siempre en la misma tesitura, en el mismo aburrimiento, en el mismo tedio, en el mismo odio que raya la impaciencia. Va empezando ya uno a sentirse harto de tanta reincidencia, pero es que sólo con el hecho de salir a la calle empiezan ya a sobrar los motivos; sólo con abrir los ojos y agudizar el oído es latente el desencanto, el desencuentro entre lo que iba a ser y la mierda que ha sido. Por poco que uno preste atención comprobará cómo en una llamada telefónica lo que trata de pedirse es un crédito; por poco que se abran los ojos se contemplará cómo las miradas de los seres que pueblan la calle rozan el desafío; por poco que uno tenga sus sentidos alerta se dará cuenta de que es mentira la engañifa de noticias mal contadas bajo el influjo del interés; por poco que uno quiera interesarse en ver cómo está la situación sentirá un estado cercano a la náusea tras sintonizar un par de emisoras de radio o tras hojear dos periódicos distintos, encontrando en ellos tanto el rastro de la desconfianza como el velo del comercio con las verdades a medias y las presunciones de inocencia. Hace poco asistíamos al cansancio de Muñoz Molina diciendo en uno de sus escritos en un instante que ya estaba harto de lo mismo, del contagio que unos a otros nos transmitíamos con esto de darle vueltas al descontento generalizado, y es verdad. Es así. Decía Pablo Neruda que el poeta tiene cierta tendencia a alejarse de la realidad viva, actual, viviente, aunque envidiara la condición de los novelistas que se acercaban mucho al suceso real; pero claro, Neruda se refería a García Márquez y a su realismo mágico, a esa forma de contar historias basadas en la realidad, en la vida misma, en lo que nos sucede, enfrascándolas del perfume de los sueños, para lo bueno y para lo malo, que nada tiene que ver con esta enfermedad de caer continuamente en la fatídica piedra del desengaño de unas circunstancias de las que, entre otras cosas, uno forma parte.

2 comentarios:

  1. ¡Sería bueno vivir en una realidad mágica, o echarle magia a la vida, o aliñarla un poco!
    Salu2, Clochard.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Echarle magia a la vida es posible, sólo hay que proponérselo; y además es muy recomendable para luchar contra las adversidades.

      SALUD, Dyhego.

      Eliminar