martes, 18 de noviembre de 2014

La calle del medio




Que la vida sea vivible o no, que lo lleguemos a poner en duda cuestionando la misma esencia de nuestra existencia, es de una obscenidad harto frecuente que acaba siendo una reflexión tristemente lúcida. A tenor de las circunstancias en las que más de medio planeta vive envuelto digamos que no precisamente se puede ir por ahí enarbolando la bandera de la libertad y del bienestar común como quien no quiere la cosa, entre otras razones porque además de no ser posible, debido a esa mezcla de conmiseración, impotencia, resignación y asco, empieza igualmente a parecernos inimaginable que puedan resolverse de una manera sencilla los problemas de más imperiosa necesidad de solución: los problemas que suponen que la gente coma, lea, escriba y goce de unas mínimas garantías sanitarias; los problemas que suponen la posibilidad de dormir debajo de un techo y saber a dónde dirigirse cuando uno se levanta por la mañana; los problemas derivados de la total falta de seguridad para hacer cualquier cosa que dependa de una decisión gubernamental. No sabemos qué hacer cuando nos enfrentamos a la duda de tener que decidir por dónde tirar, de modo que por eso, por esa constante duda, optamos siempre por la calle del medio; porque es más fácil y menos comprometido; porque desde ella se pueden ver los toros desde la barrera; porque con los juicios morales en esa posición las conversaciones parecen aunar más camaradería de pacotilla, de esa que siempre se dice si si mientras se está pensando contra quien despotricar cuando termine de hablar quien tiene la palabra y acto seguido vuelta a empezar con la misma martingala; porque así da gusto arreglar el país: porque a ver quién es el valiente que viene a decir lo contrario; porque mientras tanto llénanos Fermín que con una rueda no anda un carro; porque esto lo arreglaba yo en un santiamén; porque da pena oírnos hablar de una tontería detrás de otra y de otra y encima mintiendo y expresándonos con una vergonzante falta de propiedad en un país en el que llevamos décadas riéndonos del esfuerzo de quienes más estudian, de los aguafiestas y aburridos empollones y de los ratones de biblioteca que por si mismos tratan de forjarse un nivel cultural que los convierta en personas con más discernimiento, y no valorando el mérito de quienes trabajan duro y con pasión por conseguir sus metas con toda la legalidad habida a su alcance. Por lo tanto, y dicho esto, con este panorama lo que nos espera es una larga carrera de sálvese quien pueda y maricón el último. La conciencia con la que actuamos es uno de los peores ejemplos que les estamos dando a quienes un día tendrán que ejercer responsabilidades en nombre de la sociedad entera. Va ya siendo hora, de una vez, de decidir qué o qué no hacer, pero de hacer algo. Me da la sensación de que a todos un poco nos da igual lo que suceda al día siguiente de irnos para el otro barrio, así se funda la tierra y se desintegre en el espacio.


2 comentarios:

  1. Clochard:
    Cuando no se pueden hacer grandes cosas, mejor hacerlas pequeñas. Todo puede servir para hacer de este mundo algo mejor.
    Salu2 mejora2.

    ResponderEliminar