viernes, 28 de agosto de 2015

El Jueves


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Una calle da de sí todo lo que hay en las almas que la transitan, en las personas que viven en ella, en la iluminación de los objetos que la decoran y la conforman, en lo que transmiten sus fachadas, en las manchas de su asfalto, en la imaginación de sus balcones, en la mirada de sus ventanas, en los tatuajes del cemento uniendo piezas de adoquín. Dice Muñoz Molina que la vida de las ciudades está en sus esquinas, y en las esquinas de la calle Feria de Sevilla hay tanta vida como la pueda haber en esas plazas de Marrakech en las que no hay atracción que se encuentre a salvo de la contemplación. En la calle Feria uno se siente realmente en el sur, por la moderación de su anarquía, por la ligereza de equipaje en el espíritu de sus vecinos, por ese vivir y dejar vivir que se agradece, máxime durante las mañanas de todos los Jueves, cuando el mercadillo en forma de rastro que se monta en buena parte de ella acapara la atención de miles de personas y atenúa las ansías del álgebra de la vida moderna. Teléfonos en desuso, cuadros, marcos, pulseras, relojes, anillos, colgantes, periódicos, revistas, paraguas, pañuelos, bufandas, juegos de mesa, tableros, sillas, mesas, abanicos, fundas, conchas, carcasas, figuras, esculturas, muchos libros, láminas de épocas pasadas, ordenadores a los que les falta la tecla de una letra y carecen de cable, jarrones, pinturas de iniciados, cartillas de racionamiento, antiguos reproductores de cintas magnéticas y de películas que le hacen a uno acordarse de Totó en Cinema Paradiso; volúmenes sueltos de alguna enciclopedia, cajas de todos los tipos y tamaños, zapatos que como todo lo que aquí se expone gozan del romanticismo que no dejan de tener las cosas cuando son de segunda mano y a uno le da por fabular a cerca de quién habrán sido, por qué caminos habrán transitado, en qué estanterías habrán estado antes. Espejos, discos de vinilo, cedés, una montaña de cargadores para móviles, botellas, caballitos de madera, ceniceros, lámparas de Aladino, vendedores que no desesperan, que ejercen la virtud de la paciencia, que aguardan con calma la aparición de la pregunta sobre algún precio, almas benditas, transeúntes solitarios y acompañados, parejas que se advierten el uno al otro sobre la presencia de aquello que ahora ven sobre la sombra y antes, cuando paseaban por el sol, les llamó la atención. El mundo encerrado en este planeta de chamarileros ambulantes, en esta abundancia de objetos perdidos y gastados que yacen como en un sueño eterno del que vendrán a ser rescatados a cambio de unos cuantos euros. Un sinfín de obsoletos materiales en un pañuelo, una retahíla de documentos gráficos, de cuadernos, de útiles; una letanía de nombres que voy escribiendo de memoria sin que tú lo sepas, procurando que no te des cuenta, a disposición de quienes sientan nostalgia por todo eso que un día formó tanta parte de la casa de sus padres o de sus abuelos como de ellos mismos. No deja uno de sorprenderse de la vida de las cosas, y de la belleza que éstas nos transmiten aún después de haber pasado muchos años.

2 comentarios:

  1. Me agobian las calles muy concurridas. Si uno quiere hacer un estudio etnográfico, no hay nada mejor, desde luego. O para reírse. O para llorar.

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