viernes, 21 de agosto de 2015

La lengua del alma


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Han pasado varios meses, casi he perdido durante el tránsito de estas semanas la noción del tiempo, desde que me puse a escribir por última vez. Ahora que lo hago de nuevo parece como si los dedos sobre el teclado fueran los meros médiums de un instinto redactor, de una voz que les va dictando dónde posarse. Esa ha sido una de las cosas que por fortuna no me han abandonado: la voz, el reino de las voces, ese monólogo interior que uno lleva consigo a cuestas mientras pasea y ve como en estos días de calina el viento pasa de levantar la falda de Marylin. Hacía tiempo también que no cruzaba la frontera de la plaza del Duque en dirección a la plaza Nueva para inmiscuirme en la recreación de la avenida de la Constitución y de la puerta de Jerez, en la contemplación de las terrazas y los tranvías de mi querida calle San Fernando que es el lugar en el que mejor se me da disfrazarme de estudiante. Todos los días el mismo recorrido: Jesús del gran Poder, plaza del Duque, Alfonso XII, callejón del Silencio, Sauceda, breve inmersión en San Eloy hasta doblar la esquina para desembocar en la Magdalena y desde allí a Méndez Núñez para luego meterme en Otumba, momento en el que el recorrido es recibido con el amortiguado silencio de las zonas peatonales del casco antiguo en las que le da a uno por recapitular sobre todo lo que ha ido viendo; sobre los clochards que siguen pidiendo, sobre las gentes que a primeras horas de la mañana aún duermen bajo cartones manchados de aceite al resguardo de algún soportal, sobre los escaparates que exhiben carteles de dudosas ofertas, sobre los autobuses rojos en los que viajan personas pensativas y calladas, sobre los papeles desparramados por las aceras, las colillas y los envoltorios de un helado, las cajetillas de tabaco aplastadas, las meadas de perros humanos y beodos trasnochados, sobre la vida, sobre lo que nutre el intríngulis de la ciudad, de esta ciudad que no ha dejado nunca, ni dejará, de ser un pueblo grande. Paseo por Sierpes y Tetuán, por O´donnell y Velázquez y voy ya casi de memoria escribiendo estas líneas acordándome de eso que decía Cervantes cuando apuntaba que la pluma es la lengua del alma. Me enriquezco de los fotogramas que configuran mi desapercibido deambular entre las gentes, entre los turistas que a las dos de la tarde toman churros con chocolate o platos de apócrifas paellas, entre furgones de policía aparcados en la Campana a la espera de no sé si de algo más que imponer su respeto o de cazar de una vez por todas al maco de turno. Paseo y vuelvo a sentir la libertad de disfrutar de un día libre a mis anchas, haciendo lo que más me gusta mezclado con el recalcitrante hábito de la imaginación puesta al servicio de esa voz que me habita. Mientras la tierra gire y nade un pez, hay vida todavía.

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