domingo, 30 de agosto de 2015

No sé


Resultado de imagen de locura

Decía Tolstoi que no se puede matar a un ser humano con quien se ha compartido una mirada semejante. No tenía intención de escribir sobre esto, ni me agrada demasiado hacerlo, pero lo cierto y verdad es que ante la actual oleada de locuras que desencadenan una tras otra el torrente de noticias sobre asesinatos de mujeres a manos de sus cónyuges, de decenas y cientos de personas que a lo largo de las últimas semanas se han ido quedando atrapadas en la bodega de un barco o en el remolque de un camión para terminar asfixiándose en su interior, o han sucumbido a la siempre espeluznante muerte por inanición, muertos de hambre y de sed, a bordo de una patera que en la mayoría de los casos ha naufragado antes de tocar tierra, o sencillamente ha sido abatida por los sicarios del mar impidiendo que llegaran a buen puerto en esa remendada barcaza en la que navegaban seres humanos engañados ante la desesperación, ante la falta de alternativa, ante la soga al cuello que ya no puede apretarse más, como la de ese matarife que estrangula a su mujer en un apartamento de Granada o de Jaén, o como el cuchillo del loco perdido de Lugo o de Cuenca o de sea cual sea el maldito lugar de los hechos, prefiero no dejarme estas líneas en el tintero para no morderme la lengua. Hasta tal punto nos estamos volviendo locos que nos estamos acostumbrando, que es otra forma de locura y de esquizofrenia, la nuestra, la de los otros, la de quienes lo vemos en la tele y lo escuchamos en la radio, la de quienes alimentamos el morbo con la poca vergüenza incluida de inventar chistes que corren por la red a los cinco minutos de tener constancia de la última expiración, la de quienes van perdiendo el sentido de la responsabilidad y del valor de la vida, la de quienes, como nosotros, acaban acatando que la cosa está muy mala y no reparan en que mañana será pronto para que algo así suceda en nuestras propias casas. Cuánta ingenuidad y falta de criterio, cuánta cobardía, cuánto desdén y ramplonería, qué desastre. Dice Luis de Lezama que cuando empiezas a decantar lo bueno de lo malo, lo lícito de lo ilícito, el defecto de la virtud, te viene a la mente una cantidad de dudas sobre tu comportamiento y nacen los escrúpulos. Pero ahora parece que eso de la reflexión, ya sé que es mucho, demasiado pedir, ha empezado a dejar de formar parte de la cadena de montaje de nuestra madurez hasta haber desaparecido. No sé si nos están metiendo veneno en las conservas o si, como en esos famosos invisibles fotogramas de Coca cola insertados en las reproducciones de las películas, nos están propulsando al crimen y al desorden mediante endemoniados mensajes camuflados en las emisiones de todo lo que vemos en Internet y en la tele, en el cine y en la prensa. No sé. No sabe uno ya qué pensar. 

2 comentarios:

  1. Lo que pasa es que, a veces, tienes que desconectar ante tanta mala noticia. Eso no quiere decir que se banalice o que uno pase de esas situaciones atroces.

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    1. Desconectar no es lo malo, lo malo es no querer saber nada de nada, o no darse cuenta de que eso nos está pasando, lo de no darnos, o no querer darnos, cuenta de nada de nada.

      Salud, Dyhego.

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