sábado, 8 de octubre de 2016

Un paso


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Hay un poso de absolución para con uno mismo cada vez que se decide a hacer algo por los demás, un estado de relajación encargado de eliminar toxinas, una sensación de purificación del alma, de tranquilidad aposentada en los confines de la dichosa benevolencia que tanta falta nos hace y a la que a menudo recurrimos en última instancia y como tratando de resarcirnos de nuestros remordimientos, impulsados por la creencia en una ley de la compensación de la que, como de Santa Bárbara, solo nos acordamos cuando truena. En esto de los buenos gestos como factor determinante a la hora de alcanzar cierta plenitud coinciden, al fin y al cabo, todas las religiones, pero tal vez no se hayan aproximado, a excepción de algunas de origen oriental, a la repercusión instantánea que sobre el cuerpo y la mente tienen los actos más nobles de nuestros quehaceres cotidianos. Bien mirado no hay que esforzarse demasiado, o a lo mejor es que ante la avalancha de estímulos y esa otra religión basada en la creencia de que se pueden conseguir los objetivos sin esfuerzo alguno, mermando la capacidad de concentración de las persona sobre el presente que les ocupa no llegando más allá del cuadrilátero del televisor en el que los púgiles de las finanzas y la política, los de la adormecedora flor de las crónicas rosas, los de las tertulias de cicerones a unas horas en las que se deberían estar emitiendo programas culturales, nos abren las puertas del morbo y nos cierran las ventanas del conocimiento y la conciencia. Sale uno a la calle y tiene ya la oportunidad de hacer algo para que el mundo sea mejor, a pesar de los pesares a cuya resolución no llegamos ni para ello cuentan con nosotros; porque con nosotros se cuenta cada cuatro años, que en los países que se las dan de desarrollados es la ridícula forma de demostrar que viven en democracia. Ayudar a una señora a cargar las bolsas de la comprar, acompañar a un señor invidente a cruzar un paso de cebra, saludar a los vecinos que se hacen los despistados, no adelantar en la calle Sierpes al resto de viandantes con el riesgo de atropellarlos, esperar a que los semáforos enciendan la luz verde que nos permita el paso, o sencillamente ir pensando que el día ha vuelto a nacer como un lienzo en blanco, son algunas de las cosas que pueden condicionar de forma casi inmediata el acto reflejo de nuestras más rutinarias decisiones. Predisposición es una palabra terapéutica, como ese esfuerzo en el que consiste ajustar los músculos de la cara hasta llevarlos a la expresión de una sonrisa cada vez que uno se encuentra enfadado; parece mentira pero una especie de reacción química se activa en nuestros cerebros y sale a flote algo que nos induce a pensar que la vida no es un valle de lágrimas al que hayamos venido a sufrir. Lo del valle de lágrimas, y su consecuente abnegación infectada de un pueril papel de víctimas, por parte de aquellos que abogan por convencer al resto de que eso es una realidad palmaria y una verdad universal, nos trae por la calle de la amargura, y hay que andar al tanto para no verse envuelto en la encrucijada de la desesperación ni de la desoladora imagen que proyectamos, sin proponérnoslo, como autómatas a los que les diera vergüenza parase a pensar que hay otras vías, como si desestimar el credo en la pesadilla ordinaria del trajín del melodrama nos convirtiera en bichos raros, sobre el resto, en ese juego en el que consiste el efecto dominó de las malas influencias que optan por el borreguismo resignado en lugar de pararse a pensar qué es lo que se puede hacer empezando por uno mismo, qué podría salir de nuestros adentros en forma de onda expansiva que como mínimo empezase a cambiar el rumbo de nuestros propios y turbios pensamientos de fracaso. A mí qué más me da ver o no el horizonte, yo lo que quiero es da un paso, cada día un paso.

2 comentarios:

  1. Eso va por días. Unos días se levanta uno con ganas de ser agradable: dejas que te adelanten con el coche, permites maniobrar a los demás conductores, los dejas que se incorporen aunque tengas que frenar mucho, y cosas así. Otros días, te hacen una jugarreta bien temprano, y se te quitan las ganas de ser amable. Va por días, ya te digo.

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    1. Si, va por días, aunque no hemnos de menguar nuestros esfuerzos en que esos días se encadenen unos con otros.

      Salud, Dyhego.

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