viernes, 1 de agosto de 2014

A puerta cerrada





Algunas veces me da por reír sin venir a cuento, porque me da la gana, como un loco perdido que necesitara ese momento de solitario exilio para recrearse en una realidad que a sus ojos se presenta incoherente pero cierta, en soledad o acompañado por las sombras de mi habitación, o en la calle que es donde más placer da reírse a corazón abierto, como hacen los desdichados borrachos que llevan muchos días durmiendo sobre el suelo. Algunas veces me da por pensar en cosas raras, de esas que aburren a quienes lo que más les gusta es escuchar lo que quieren escuchar, y me da por ponerle nombre a mis personajes, a esos seres que aún no conocen una página de su vida, o a los que llevo dentro, a los que me habitan, a los que malviven conmigo y tantas veces me hablan a la cara; a veces me da por ponerle título a los libros que me invento mientras estoy despierto, como quien sueña que vive en otro planeta porque con éste no se siente satisfecho. Algunas veces pienso en el miedo a la locura de quienes llevan mucho tiempo solos, sin distancia y sin concierto, sin almohada fija y sin asilo poético, sin chaleco salvavidas ni antibalas y sin prorroga para pagar sus impuestos. Algunas veces sale el sol en mis campos de concentración, en mis pesadillas y en mis desiertos, en mis dudas sin maquillaje en su interrogación, en esas cuatro paredes, en las que mi alma habita, y se me encoje el corazón en un tirabuzón de renovados pensamientos que pronto sufren el mal de querer salir corriendo: ilusiones por cumplir y promesas a duras penas realizadas, de cuentos de hadas recién peinadas al alba de un descubrimiento, de un algo interesante que contar que consiga salir de lo que la noche anterior a penas era un boceto, de un despertar más cercano a la dignidad de la frescura de una rosa que al de los siempre temibles síntomas de mis resacas, de mis ojeras de fantasma, de mis habilidades como arquitecto para la desidia que no encuentra el momento idóneo para poder reconocerlo. Algunas veces uno calla y se enfada consigo mismo, enfurece y se desmalla en silencio, ensanchando las autopistas de sus duermevelas, paseando por el desierto, camuflado en la jaula de una desalojada biblioteca, porque todo el papel que presumía fecundo ha quedado en blanco, inmaculado, sin rastro de sed ni de sufrimiento, pero tampoco de alegría ni de ápices de destellos alfabéticos, ni de trabajo ni de correcciones ni de ensayos ni de borradores medio vivos ni  más bien muertos, en una de esas penas como otra cualquiera pero que carecen de nombre, de adjetivos, de atributos, de apellidos, de sangre, de latidos, de sujetos ni verbo ni predicado, resumiendo de significado. Algunas veces, cuando cierro los ojos, me dejo llevar por la presunción de algún buen agüero, y trato de ponerle cara a los seres que no se impacientan a mi espera, a mi consuelo pasajero en ese vagón con dirección hacia el infinito de lo eterno tan simple y tan cercano, de lo no vivido nada más que en ese magnífico universo en el que las cosas reposan y callan bajo el paño limpio del anhelo: soñar, qué más se le puede pedir a la vida que sea tan verdadero.

4 comentarios:

  1. El mundo mágico de los sueños que a veces se convierten en realidad o,¿la realidad son los sueños donde nos vemos haciendo lo que queremos ser o vivir?Quizás simplemente nos debiéramos alimentar de soñar dejando que sean eso,sueños...
    Un abrazo soñado-realista!!

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  2. Ojala cuando vuelvas a abrirlos, veas lo que necesitas y quieres, Clochard.
    Salu2 abiertos.

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