domingo, 23 de noviembre de 2014

El hombre orquesta



El hombre orquesta cada tarde se sienta en un rincón de la avenida de la Constitución de Sevilla, abre la funda de su guitarra y casi sin mirar a nadie y con una especie de susurro comienza a entonar los versos con los que inicia la primera de las piezas que conforman la letanía de canciones elegidas para la sesión. El hombre orquesta es un señor que usa gafas y lleva ese tipo de gorra con la que visten los bohemios, los seres que han ido y han vuelto y han vuelto a ir y a venir insistentemente al mismo sitio con la presunción de no haber descubierto todo lo que la naturaleza de las calles encierra. A veces pasan días enteros sin que la posición del hombre orquesta cambie, siempre en el mismo lugar y en la misma postura durante siglos enteros que van desde las cinco a las ocho o las nueve, con su botella de cerveza y con su tubo metálico y con su bandolera y con su armónica, con sus púas y con sus uñas de bluesman, con su amplificador y con su carrito cargado de cedés en los que pueden ser escuchadas sus mejores versiones, sus preferidas, sus fetiches, sus argumentos para haberse mantenido durante tantos años en la brecha y en la cuerda, en la calle y en el bar, en la Carbonería que fue el primer sitio en el que yo vi al hombre orquesta hace ya casi veinte años convertido en un Rory Gallagher. El hombre orquesta toca una detrás de otra canciones de un blues puro y duro y contante y sonante y sentimentalmente cargado del alquitrán del camino, un blues que sabe y de verdad suena a música emanada del pueblo, a coro triunfal en la partida de parchís de los pobres, a litro de cerveza compartido, a cigarrillo recién encendido, al perfume que usan las musas del tabaco, un blues al fin y al cabo auténtico como el calor que el whisky deja en el estómago. El hombre orquesta se saca el charles de un tobillo mediante una pandereta que a golpe de tacón acompaña las piezas que canta, siempre en un inglés perfectamente pronunciado, en unos giros de garganta inspirados en la voz de un Willy Dixon o de un Buddy Guy. Las gentes que pasean por los alrededores no tardan en reunirse en torno a él  para espontáneamente formar un corro. Grandes y pequeños, jóvenes y maduros, entrados en años y adolescentes, madres con sus niños cogidos de la mano, parejas que se besan mientras el hombre orquesta puebla la atmósfera con las armonías emanadas de ese, como diría Juan Ramón, pozo que tiene aire en vez de agua que es la guitarra. El hombre orquesta puede durante un momento ser un Robert Johnson que acto seguido se transforma en un B.B. King; puede camuflarse de Ray Vaughan para acabar luciendo el talento de Eric Clapton; el hombre orquesta puede ser un manos lentas o un manos rápidas según le convenga, según salga el sol, según sople el viento de su imaginación. El hombre orquesta es otro más de los mágicos seres que pueblan la ciudad ideal en las horas más brillantes; la ciudad en la que todos bailan y nadie se acuerda de enfadarse con nadie.

4 comentarios:

  1. Y regala momentos gratos a los ciudadanos.
    Salu2 musicales, Clochard.

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    1. Qué fortuna poder contar con este tipo de seres en la calle.

      SALUD, Dyhego.

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  2. Un Clochard con alma de blues, corazón libre y seguramente;esclavo de sus recuerdos...
    Un abrazo de mi-fa-Sol...!!

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