lunes, 9 de noviembre de 2015

Etimología


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Dice mi amigo Miguel Vallecillos que la mayoría de la gente se apaña con trescientas palabras para entenderse con todo el mundo. La verdad es que teniendo un idioma como el que tenemos es una pena que se vayan quedando en desuso muchas palabras, y que con frecuencia acaben instalándose otras en nuestro argot diario, debido a la reiterada utilización de las mismas, hasta el punto de desplazar a las que llevan años en el diccionario como desamparadas, arrinconadas, por no se sabe qué motivos o falta de interés. Imagino que muchos académicos se tirarán de los pelos al comprobar cómo se aprueba la introducción de determinados vocablos en cada nueva edición del diccionario de la RAE, porque no les queda más remedio, porque la costumbre se impone y si no es así no hay quien se aclare. Lo cierto es que una de las cosas que hacen interesante a una lengua es su constante evolución, su carácter dinámico, el fluir de sus cambios en función de la época; la etimología como ciencia es una admirable fuente de riqueza sobre la procedencia de las palabras y al mismo tiempo sobre el cúmulo de curiosidades de dichas procedencias, pudiendo con ella llegar a explicarnos no sólo el por qué del origen de una palabra sino las diferentes formas de vida de los hombres a lo largo de la historia, la insistencia, la constancia, los hábitos que hicieron que las cosas se dijeran, y se digan, de una u otra forma; en la etimología encontramos al hombre que necesita relacionarse, ponerle nombre a las cosas para organizarse y conseguir lo que quiere, a la voz que encierra todo raciocinio y que a la vez le sirve de instrumento con el que comunicarse, al pensamiento mismo de un querer decir, a la esencia del significado y todo lo que rodea al acto cognitivo de la conjetura, la suposición y el desarrollo de los silogismos empleados para llegar a una conclusión. Siempre me ha atraído la semejanza entre palabras pertenecientes a distintos idiomas, el poder de permanencia que suponen los troncos lingüísticos, el sello que los caracteriza, a partir de los cuales poder intuir el significado, mediante las similitudes, en un juego de resonancias, de vasos comunicantes, que establece una relación que marca el destino del ejercicio del descubrimiento, de la investigación instantánea cuando uno se pone a leer unas líneas en inglés o en francés o en italiano, como si en ese inicio del vocablo existiera ya la premonición de un desenlace adherido a la familiaridad de un recuerdo marcado por algo dicho o escuchado otras veces, y que aún estando escrito en otra lengua ha por fuerza de referirse a algo que tenga que ver con esa connotación que le da cuerpo a la palabra para ser empleada en una determinada dirección y no en otra. Es grato sentirse ciudadano del mundo en Sevilla escuchando a muchas personas de distintas nacionalidades hablar en lenguas de las que uno no entiende ni una palabra pero de las que se imagina su significado.

2 comentarios:

  1. Cuando oigo una lengua totalmente extraña siempre me pregunto ¿qué estructuras tendrá esa lengua? ¿será difícil aprenderla? ¿qué sonidos tendrá? ¿sería yo capaz de hablarla?

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    1. A mi me da por pensar en cómo se organizarán esos pensamientos, de qué manera se piensa para hablar así; es apasionante.

      Salud, Dyhego.

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