martes, 3 de noviembre de 2015

Siesta



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A muchos extranjeros les resulta curioso el hábito español de la siesta; se sorprenden cuando les decimos que nos es algo tan natural, tan consustancial, como lo es el aceite de oliva en nuestra dieta. Los españoles no seríamos lo mismo sin la siesta, sin ese gozoso regodeo con el que le damos un respiro al cuerpo; de hecho nos caracteriza de tal forma que entendemos como una ausencia importante, como una pequeña desgracia a la que nadie tiene derecho, no poder dormir durante un rato, aunque se trate solo de unos minutos, o no poder echar una cabezada, que es una de las maneras que más me gusta para referirme a ella, durante la tarde, después de comer o entre turno y turno. Echar la siesta es una manera de refrescar el alma con reposo, una forma de reponer fuerzas mediante unos momentos de retiro en el país de las musarañas, con o sin música de fondo, incluso con la radio o la televisión encendidas emitiendo uno de esos programas a los que no se les hace mucho caso pero que ayudan a conciliar el duermevela de ojillos entornados en el que consiste dejarse llevar con la intención de no ser atrapado por la trampa del sueño profundo. Sobre la duración de la siesta existen todo tipo de opiniones a partir de las cuales se podría diseñar una teoría: la teoría de la siesta, en función de la afición por las artes de la holgazanería y el desdén; pero lo cierto es que unos cuantos minutos de inmersión en el lago de Morfeo le dan a uno la sensación de haberse quedado nuevo y preparado para el siguiente asalto. No suelo echar la siesta, debido a una acentuada y casi perenne falta de tiempo tatuada en la piel de mi trabajo, hasta el punto de que en mis días libres se me olvida que una de las posibilidades de las que uno dispone después de comer es la de sumergirse en el atolondramiento y el gustazo del suspiro que se pliega como un gato sobre el sofá. De vez en cuando caigo en la idea y ejerzo dicha posibilidad tratando de no caer en el remordimiento de conciencia, más bien instalándome en mi condición mediterránea y andaluza, haciendo uso de ella dejándome caer sobre el colchón. Hoy he echado una cabezada y me siento tan extraño como quien no sabe a dónde dirigirse una vez que lo ha perdido todo en el casino, como si me hubieran robado uno de los pocos ratos libres de los que dispongo entre servicio y servicio, y he despertado enfrascado de una confusión que he tenido que remediar con café. Después, cuando devienen esas ganas por hacer lo que a uno más le gusta, se me ha ocurrido que podía escribir sobre esto, porque para escribir solo se necesita estar vivo y tener ganas de contar algo, de hablar con uno mismo en busca de ese lector misterioso y solitario que lea esta parrafada. Nulle die sine linea, esa es la cuestión, lo deseado, dejar correr los dedos sobre el teclado, escribir una palabra tras otra, abrir la ventanilla del diccionario, encontrar el vocablo indicado, usar la oración subordinada sin saberlo. Escribir sobre cualquier cosa tiene la ventaja de, además de resucitar el tiempo, atenuar el síndrome de abstinencia del álgebra de la vida moderna. Dice Mario Vargas Llosa en su última entrevista que él cuando se pone a escribir una novela lo hace sin la premeditación de saber a dónde le conducirán los hechos que relata, que éstos le van dando forma al desarrollo de la historia, como si el mundo que se va generando en el texto gozara de una autonomía tal que acabara por ser el autor un medium que sigue las ordenes dictadas por los acontecimientos que se van desarrollando sin a penas ser él muy consciente de ello; como en el dejarse llevar de las ensoñaciones de la siesta.  

6 comentarios:

  1. Me encanta la siesta de sofá,la cabezada de después de comer y además hay estudios que afirman que es muy sano para el cerebro.Así que démosle...
    Un abrazo de ensoñación!!

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    1. Qué linda me imagino esa siesta, seguro que te sienta fenomenal.

      Mil abrazos de sueño y siesta.

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  2. Los que trabajamos de noche, necesitamos una siesta sana y reponedora cada vez que podemos. Mi vida sin siesta serìa deambular arrastràndome como un zombi sin enterarme de nada. Bendita siesta...zzz.
    Besos. Reyes.

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    1. Una siestecita está bien; lo malo es que se ponga uno a roncar y no deje disfrutar a los vecinos de la telenovela.

      Besos, Reyes.

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  3. En climas más fríos no sé, pero en estas latitudes, es que la siesta es inevitable.
    Una vez estuve en verano en La Coruña y eso de salir a las tres de la tarde a la calle con veinte grados era una GOZADA. Ni siestas ni leches. No se necesita.
    En cambio, en agosto, en Murcia, o Sevilla, a las tres de la tarde, con 50 grados o más, ¿qué se puede hacer?

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    1. Hay que hacer la siesta de vez en cuando, le sienta muy bien al cuerpo, incluso en invierno.

      Salud, Dyhego.

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