martes, 15 de diciembre de 2015

Martingala



Resultado de imagen de ideal

A medida que escribo me voy dando cuenta de lo lejos que me encuentro de lo que quisiera exponer blanco sobre negro sin liarme la manta a la cabeza, sin enrollarme, sin dudar ni un instante en decir esto es esto y no lo otro, de lo que me gustaría lograr enlazando a penas unas cuantas líneas llegando a englobar el significado de ese mínimo todo en el que se resume una idea cargada de sentido; otra cosa es lo que uno puede, a lo que llega, lo que da de sí. Los mecanismos del cerebro encargados de reflejar en la ilusión del individuo el boceto de la creación deseada casi siempre nos muestran imágenes diferentes a lo que después se acaba consiguiendo; ni mejores ni peores sino diferentes. El punto de partida desde el que cualquier ideal empieza a proyectarse es el germen de una proeza a conseguir, la perfección que no existe, el arco iris con el que sueñan todos los fotógrafos, el amanecer imposible, la aurora boreal acompañado del amor de tu vida, lo inaudito e inabarcable, la canción más hermosa del mundo, lo que uno quiera aún a sabiendas de que no va a conseguirlo pero con la convicción de que le va a ayudar a hacer de la vida un viaje por lo sobrenatural con la imprescindible colaboración de la imaginación. En toda dedicación en la que haya cierta vocación hay una parte de ideal, una visión estética en la que se ve reflejada el alma de quien ejerce un oficio. Salir a la calle con ganas de sentirse participe de lo que sucede ya es una aventura, y si además uno se propone beberse el zumo, el elixir, la esencia, de ese rock and roll del asfalto y el escaparate, de ese blues de la soledad y la agonía, de ese vals de los inquietos y los desterrados, de esa armónica flotante en un aire perjudicado por las desventuras de los tubos de escape, acaba por convertirse la imagen que uno ve y se proyecta en el reflejo de un pensamiento que tarde o temprano acabará por llegar al destino de la estación de las musarañas en el preciso instante en el que uno es testigo de sus propias fabulaciones: eso es literatura de calle y de paseo, de encuentro fortuito y de ocasión, literatura de a pie y de vistazo, de oteo y de francotirador, eso es lo que uno obtiene a cambio de meterse de lleno en las esquinas y en los sótanos de las malas lenguas, en las escuchas furtivas de quienes hablan detrás de uno mientras anda pensando en sus cosas, metido en las guaridas de las insatisfacciones a las que nadie le ha llamado pero acude como sediento de historias, en las penumbras de los eternos llorones, en la resplandeciente humedad de los sin techo, en las catacumbas de la gente que ríe alegre la insignificancia de su progreso mientras otros se frotan las manos, en la no explicación que le doy a muchas de las noticias que emiten esos telediarios que se han convertido en pasarelas del sensacionalismo con el que mantener entretenido al vecindario. A menudo me pregunto por tantas cosas que no sé, que solo por ello, por ese sencillo motivo, por esa ingenuidad, por esa supina ignorancia, merece la pena ir en busca del encuentro, como quien trata de encontrar un tesoro en una bolsa de basura. A menudo me pongo a escribir sin saber de lo que voy a escribir y acabo escribiendo, como por instinto, como por necesidad, como por vicio, siempre de lo mismo, siempre la misma martingala, la que uno lleva a cuestas de sus ensoñaciones.

2 comentarios:

  1. Me gustan mucho tus "martingalas", como tú las llamas, porque no me dejan indiferente y me anima saber que hay alguien que disfruta tanto con lo que hace.

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    1. Gracias, Dyhego. Qué más quisiera yo que dedicarme de lleno a lo que más me gusta; pero quién sabe, nunca se sabe.

      Salud.

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