viernes, 22 de enero de 2016

Disfraz de estudiante



Resultado de imagen de lectura y café

La soledad que el estudiante del que me disfrazo envuelve en música clásica sabe a gloria bendita y a serena cadencia de las horas, a regaliz de biblioteca, a emoción de prólogo y epílogo enciclopédico, a maquillaje sin efectos secundarios, a estremecimiento de alegría sin pena de muerte ni riesgo de infarto; sabe a terrón de azúcar bañado por el jugo de unas cuantas imprescindibles metáforas, por el contenido de una excitante biografía contada en primera persona desde el otro mundo, la soledad del estudiante del que me disfrazo se encuentra acompañada por la ciencia del descanso, por el rocío con el que cada mañana cantan los pájaros, por el cronómetro con el que los grillos componen el reloj de la madrugada hasta que se hace muy tarde; el retiro, el descanso, el tiempo disponible que uno ansiaba y quería conquistar para sentirse libre y solo como Montaigne, a lo suyo, en su urna de madera, en su pecera de líquido mármol soñador, en su botella de pintor de acuarelas, en su rincón de jornalero al que no le faltan galletas ni queso ni pan ni pastas para el té; hacer lo que a uno más le gusta, frotarse las manos, desayunar tostadas con aceite y sentirse reconfortado por una taza de café, por el estímulo de una copa de vino, por la brisa que entra por la ventana aireando la casa y hablando con los espejos de los armarios empotrados, contemplando la presencia de los papeles sobre la mesa, y ese montón de libros que dejan entrever una señal sobre la página en la que los dejé anoche, ayer, hace un rato, no sé, no quiero saber lo que significa un adverbio temporal. Hay un grupo de gigantescas macetas que pueblan un patio sevillano rebosante de poesía que ayudan a aumentar los renglones de mi diario sin acordarme de los cuadernos de pastas blandas que se llevó el tiempo y en el tiempo se quedaron, volverán porque la memoria a veces necesita un antídoto contra la el exceso de fantasía, y en ellos encontraré lo que no imaginé que hubiera vivido, que hubiera roto o destrozado, que hubiera sido capaz de creer que pudiera crear algún día; Sísifo, la piedra, la montaña, subir y bajar, la reinvención como promesa, el repetitivo método de no parar y volver a intentarlo, la connatural sustancia al hombre, al ser civilizado o eso dicen. Hay un techo sobre el que clavar la mirada de después de un buen rato de lectura, Proust, Muñoz Molina, Umbral, Chesterton, Izquierdo, Romero Murube, Laffon, Ortega, Gómez de la Serna, Russell, letras, imágenes, géneros, cercanías de distancias que se superponen y se entienden las unas con las otras, versos, literatosis de otoño invierno al amparo del refugio, de un bunker con agua caliente y zapatillas de andar por casa, con sábanas y mantas de esas que uno se echa por encima sin necesidad de ir a acostarse, retozos y bostezos, huidas que se quedan en la somnolencia de los gatos, estiramientos de brazos y de piernas, lápices que subrayan, medidas que se apuntan, fechas, datos, palabras que desean tropezarse con el diccionario y en fin buena vida que aspira a ser guiada por el conocimiento. Nulle die sine linea, ejercicios respiratorios, tablas de gimnasia para el alma de este estudiante del que me disfrazo.

2 comentarios: