domingo, 24 de enero de 2016

Domingo


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El domingo, este domingo más endomingado que de costumbre, este domingo que es una aguja en el pajar de mi horario, sabe a mesa camilla de Umbral, a boina de Baroja y a enaguas de Josep Pla, a papel empapado por el aceite de los churros que se hacen en el quiosco de la esquina, a una televisada misa que me sorprende cuando salgo de la ducha, a zapatillas de paño que se niegan a despojarse de los pies, a chupa de cuero que viste el respaldo de una silla, a planes de silencio y desahogo, al natural abandono filosófico de los perros andaluces contagiados por la literatosis y las musas del humo del tabaco, a sorteo de lotería nacional, ah no, eso es los sábados. El domingo es una piedra angular a partir de la cual se reconcilian todas las desesperaciones juntas, todo el alboroto mental que uno ha ido acumulando a lo largo de la semana, es la fruta de la silenciosa reconciliación con el mundo que madura en veinticuatro horas, es el día que como ningún otro se delata a sí mimo por su luz, por su paz interior de perro labrador. No escribe uno sobre el domingo, es el domingo el que viene a escribirle a uno en cada página que lee, en cada nota que toma, en cada vez que se le pierde el lápiz entre las manos; es el domingo, este domingo, el que le descubre a uno las costumbres que no se deben olvidar, el que me lleva por la senda de la dulce monotonía de Machado que no me canso de escribir; el domingo se resume en las paellas de los domingos y en las lecturas en pijama, en las crónicas deportivas, en la película de la tarde, en nuestro retiro del tráfico y del atasco, en nuestro exilio de las cámaras de gas de las atiborradas avenidas por la lenta y letal arma del  monóxido de carbono. Gracias  a domingos como este uno se acuerda de que existen Ludovico Einaudi y Chopin, de que los árboles también respiran, de que es imposible que el mundo fuera hecho en siete días y de que hay más vida dentro de los rectangulares centímetros cuadrados de un libro que en todo lo alto y ancho del Building Empire. Este domingo, que no es un domingo cualquiera, me retorna al clasicismo de las músicas del hogar, al sonido de locomotora que emite la cafetera y a la manera en la que la plancha le sirve el café a las camisas, a los trompazos de la lavadora al centrifugar, a la música de la música de los vecinos, al ruido de quienes abren la puerta de la calle, al silencio del patio que también sabe que es domingo, que es ese domingo en el que se agudizan los sentidos, en el que la mejor inspiración reside en el buen descanso. Uno no quisiera irse nunca de un día como este y hacer todo lo posible por elevar al cuadrado el tiempo disponible con textura de domingo, con sabor a clorofila ensayística, con aroma al aroma que le faltan a algunos cuadros para ser obras maestras, con la sencilla honradez del menú del día despachado en día festivo, con la pausa en la que hay tiempo para todo, para serlo todo, para ser domingo.

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