jueves, 21 de enero de 2016

La palabra


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La palabra, su alma y su sentido estricto o figurado, repleta de significado o trufada de una mecha de ironía; la palabra y su sonido envolviendo las fosas nasales y llegando a la caverna del paladar antes de escurrirse entre el desfiladero de los dientes que da pie al acantilado de los labios; la palabra y su dibujo en forma de epigrama o de suave onda expansiva que se duerme en una duna, esa línea que a veces parece como si saliera de entre los dedos de la mano guiada por un médium que habita en los tendones; la palabra y sus curvas peligrosas y adyacentes, sus torrentes de meticulosa diplomacia para no meter la pata, para quedar bien y que no se diga que las palabras no saben vestir una corbata; la caligrafía errante y vagabunda, cosmopolita y extranjera, ciudadana del mundo, vecina del pueblo de las frases hechas, de los dimes y diretes y de los refranes, de esa coletilla en forma de rúbrica que le pone la puntilla a la conversación en el momento menos pensado, que suele ser cuando salta la liebre y las lenguas más tranquilas se desatan y se sueltan los pelos que no tienen en la lengua; la  palabra se cruza con la coma encauzando las direcciones que le dirigen a los versos nacidos bajo la aurora ante la que caen rendidos los poetas, en el ocaso del alejandrino primo hermano de la inocencia, en la puesta de sol de la canción más hermosa del mundo, donde habitan las persistentes ecuaciones de la rima rimada y rimosa y rimera que toda buena imaginación se permite desarrollar para matar las tardes, con sus hiatos y sus diptongos y sus huellas indelebles y sufridoramente dactilares, con sus manchas del carbón que sobresale de los cuerpos de madera en los que se refugia la palabra como si en ellos anduviera esperando el momento mejor para salir a pasear sobre la llanura blanca, a tomar el aire y a decir esta boca es mía y como prueba estos signos, esta boca que dice y que canta y que grita y que exclama y que pregona y que enfatiza y que nunca se calla; la palabra y el sujeto detenido y contemplativo, sugerente, que no se sabe a quién irá a parar ni en nombre de quién irá a decir lo que diga la palabra, esa trenza de sílabas que bailan un tango con las cuerdas vocales, esa musa que suena dentro del reino de las voces del que escribe un cuento o un relato o un fragmento o un ensayo o una carta en forma de novela; la palabra y ese tren interminable en la vía de las oraciones subordinadas que son capaces de encerrar un mundo entero dándose a entender sin hacer ni una parada; la pluma que esboza un intento, los tinteros borrachos de tinta, las tildes que bailan en su carnaval coherente y perpetuo, en sus arrecifes de longitudes nunca sospechosas, cascadas de la pronunciación, vientos que soplan y llenan las velas del diccionario; la palabra y la devoción que por ella profesan los sedientos, los que miran y los que tocan, los que huelen y contemplan, los que hablan y divagan en la ciudad de la belleza.

4 comentarios:

  1. Madre mía, qué bellezón de texto y homenaje a la palabra...
    Me quito el cráneo, el sombrero, y despliego la alfombra roja, y no te beso, sencillamente porque no te llego ni al meñique del dedo izquierdo del pie.
    Te aplaudo admirada porque se me quedaron en suspenso entre la glotis y algún punto y aparte del corazón esas mismas palabras mientras te iba leyendo.
    Belleza, elegancia, y clase.
    Chapeau, Maestro!


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    1. Muchas gracias por tu generosidad, Madreselva Rebelde, Zarzamora a todas horas. No es para tanto pero, repito, es de agradecer, me agrada que te agrade esta forma de dejarme llevar por las palabras. Yo si que te mando un beso, pero precisamente porque admiro tu arte.

      Salud.

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  2. Con razón no sé quién decía que no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra salida de la boca.

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    1. El hombre vive de los sueños que se cuelan por las rendijas de la frágil realidad que lo inunda todo, y dichosos de aquellos que los sepan saborear con palabras.

      Salud, Dyhego.

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