domingo, 17 de enero de 2016

Láminas incompletas



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Todo se renueva, cambia de piel, de tacto, de aroma, de perfil, evoluciona, cada hueco es ocupado por algo que le precede, la continuidad, la línea ascendente de la que nunca se sabe, ese rastro que dejan los aviones tatuando el cielo de un gris misteriosamente blanco; todo fluye constantemente, en un movimiento voraz que puede llegar a traspasar los límites de la simetría de las reglas. A la luz del día le sucede la leve penumbra de la tarde que culminará en oscuridad, en tiniebla, en sueño, en duermevela e insomnio, en velas encendidas, en sombras por los pasillos, en silencio durmiente, en duendes y en fantasmas, en hadas madrinas y espíritus y almas benditas doctoradas en las habilidades de la bondadosa presencia del tiempo detenido entre paréntesis. Los años pasan y con ellos los cursos, las estaciones, los aniversarios, los tacos de almanaque desparramados en el recuerdo, en la memoria, en el olvido, en las arrugas y en las canas, en los pliegues de la camisa, en los desfile de moda, en las direcciones, en los códigos postales, en la resistencia a la resaca, en los dígitos que ocupan los diferentes espacios de un diagnóstico, en las medallas de hojalata y de gloria de pan de higo, en la paz con la que se afronta este minuto, en los diarios y en las notas a pie de página, en los abecedarios de la luna que nos mira desde arriba y nos acurruca la cabeza para que reconciliemos el sueño con la pesadilla que acaba de darse por vencida, para que no nos lo pensemos más y sigamos viviendo, respirando, contándolo, esgrimiendo razones para no cesar, a voz en grito, a cuello abierto, a por todas, sin locura pero sin pausa, en la órbita sideral del rayo que no se detiene en gazmoñerías, incrustando de un plumazo en los labios del arco iris el frenesí disponible, como quien lo tiene muy claro y no claudica y persiste en su empeño y se regocija aunque le queden dos telediarios, en su más profundo hábito de dormir tranquilo y alimentarse de manzanas pintadas en láminas incompletas, sin terminar, que crecen y suben y quieren más, quieren cerezas y guirnaldas y peras y mendrugos de mazapán con polvo de oro, quieren sílabas de las que nazcan poemas, y marcos ideales para pensar que lo mejor está por llegar, por venir, por resucitar. Lo que antes era ha dejado de ser; lo que fue ya nunca más ha sido: Heráclito, el río, la corriente, las dos veces, un es y no es; la llanura es zona montañosa y las playas se pueblan de palmeras bajo las que no quemarse al sol; la experiencia es selectiva, vuelve a tropezar en la misma piedra que no es la misma piedra porque es otra distinta aunque aparentemente igual, y eso nos distingue y nos define, nos da un aire de Dylan y de JJ Cale, un aire de Scott Fitzgerald y de Bertrand Russell, un algo que cambia pero que se mantiene firme y en consonancia consigo mismo hasta ver a dónde se llega, qué más hay, por qué no intentarlo, perfilando, esculpiendo, apostando por un paso más, un empujón, una sonata perdida en el limbo de oriente, un rastro, una pista, una semilla, un dato si se quiere, pero un paso con el que acercarnos a la fuente del conocimiento.

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