jueves, 18 de febrero de 2016

Frío sevillano


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Sevilla es una ciudad en la que no es raro que le pille a uno el frío por sorpresa. El frío de Sevilla es húmedo, cosa que hace que no sepa el caminante cómo sacárselo del cuerpo, cómo quitárselo de encima se ponga lo que se ponga, tome lo que tome, vaya donde vaya, a excepción de cuando se recurre a esa leve exposición al sol, cumbre de la templanza invernal sevillana, tregua para la tiritera, patria de la contemplación poética, eco del mensaje de las casas del casco antiguo; es por eso que de la misma manera que siempre hay un roto para un descosido, en Sevilla siempre hay un rayo de sol para un pedazo de frío. Da gusto en días como el de hoy cambiarse de acera, parece como si por un momento entrara uno en la deseada templanza de una sala de cine cuando están cayendo chuzos de punta afuera a partir del instante en el que decide refugiarse al amparo del Lorenzo. Esa dualidad climatológica que convive en Sevilla, ese ser y no ser y al mismo tiempo ser demasiado, es uno de los rasgos significativos que se emparenta con otras dualidades, con otros binomios característicos, idiosincrásicos, marcas de la casa, códigos de barras de la ciudad de las contradicciones y las ironías más sagaces. Tan cerca y tan lejos, tan presumida y tan dejada, tan protocolaria y tan informal, tan ciudad de la gracia y de la hipocresía, tan Sur de la España profunda y tan cosmopolita. En esta época de tiempos revueltos, en todos los sentidos y sin sentidos, parece como si estuviera el clima echándonos un pulso retrasándose o adelantándose a su antojo, o no, a su antojo no, tal vez al matemático y lógico antojo de las consecuencias de la era del plástico y el petróleo, en ese sube y baja de escaleras mecánicas y de carburantes desfondándole los bolsillos a la capa de ozono, provocando la caries de las nubes, incendiando los bosques en otoño, rasgándole el camisón a los rocíos, defendiéndose como puede de las embestidas con las que el hombre se ha propuesto la mortalidad prematura al bajo precio de morir asfixiado. Pero a lo que iba, que no se lleva bien el frío en esta ciudad, falta algo en ese cuadro de enero y febrero de hojas caducas de platanera, se echa de menos el sol primaveral, el eterno sol primaveral que en cualquier momento se instala como bajado de las órbitas celestiales y los cielos regentados por un meteorólogo ángel de la guarda. Cada estación se solapa con la siguiente, cada punto cardinal del presente nos lleva a sucumbir a la belleza de la iluminación de los callejones cuando cae la tarde, cuando amanece que no es poco, cuando todavía hay sitios a esa hora de la mañana que huelen a pan como aquella calle de Baroja. Pronto estaremos en mangas de camisa, supongo, y eso es ya un anticipo de la felicidad florida y aromática que nos aguarda; mientras tanto habrá que ir refugiándose del frío insospechado que ahora se siente en Sevilla. 


5 comentarios:

  1. Que ricos saben esos rayos de Sol cuando arrecia el frío de la mañana.Sientes como penetra el calor en la poca piel que el invierno deja al descubierto.
    Un abrazo soleado!!

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    1. En Sevilla esos rayos de sol saben a etérea gloria bendita.

      Mil abrazos.

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  3. Aquí pasa lo mismo, Clochard. El frío de Murcia (al valle del Segura) no es que sea rudo, sino húmero. Como tú dices, se mete en los huesos y te pongas lo que te pongas, no desaparece. ¡Y encima, este otoño-invierno tan caótico, que parece que estuviéramos en las Canarias!
    ¡Y si te pones al sol, te estorba todo!

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    1. No hay quien se aclare; tal vez eso le aporte más belleza, si cabe, a esta ciudad.

      Salud, Dyhego.

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