viernes, 18 de marzo de 2016

Todo sigue igual


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Se aproxima la Semana Santa, una de las semanas grandes de Sevilla, una semana en la que la pasión cristiana será la protagonista. El ayuntamiento ha mandado pintar los márgenes de todas las calles del centro, todos los pasos de cebra, en un intento de adecentar el aspecto deteriorado a causa de las vivencias urbanas del otoño y el invierno que han dejado sus secuelas en forma de desgaste. Se ve a gente con palmas rizadas dispuestas a ser expuestas en los balcones de sus casas, algunas son auténticas obras de arte, imaginativas trenzas que trepan por el cuerpo de esa palma que simboliza uno más de los gestos del ritual semanasantero. Las zonas del centro están atestadas de personas pululando de un lado a otro como buscando la templanza de la que ya se goza durante buena parte de los días, o como queriéndose anticipar a la celebración de las procesiones, observando cómo se terminan de montar las tribunas que invaden el casco antiguo de la ciudad; pero en el fondo, y más allá de la pasión y del misticismo, no carente de un particular sentido de la exhibición, todo sigue igual. La preocupación se centra en si lloverá o no, en si podrán o no salir las diferentes hermandades, en el debate en torno al recorrido que unas y otras efectuarán. La preocupación del trabajador que va y viene a pie de su casa al trabajo es si podrá o no llegar a tiempo y si podrá o no descansar las horas que necesite su cuerpo después de una larga jornada en la que se ha visto sorprendido por callejones cortados a cal y canto por la aglomeración de fieles en silencio a la espera de que pase el Cristo o la Virgen de su devoción. El sentido artístico de la Semana santa es innegable, admirable, en lo representativo, en lo musical, en lo retórico de los movimientos y el balanceo de los palios al son del dictamen de un capataz, en el arrastrar de los pasos de los costaleros, en el llanto que se escucha debajo de algunos tronos, en la arquitectura de las flores, en el brillo del pan de oro, en las siluetas esculpidas a imagen y semejanza del hombre, en los ojos y en las telas bordadas; pero todo sigue igual. Hay un velo de incertidumbre en el que el ciudadano se amodorra durante estos días desentendiéndose de los problemas que aquejan a la sociedad y se refugia en su predisposición a que el ejercicio del rezo y de la petición vengan a arreglar como por arte de una magia espiritual los males que golpean nuestra estabilidad diaria; eso siempre me ha llamado la atención desde pequeño: ese esfuerzo por no creer en nosotros mismos y dejarlo todo en manos de la providencia divina, ese pensar que somos inferiores, ese no intentar ser nosotros mismos, ese no cuestionarnos nuestras propias razones y mucho menos las que nos han inculcado como si se tratarán de irrefutables convicciones que hay que llevar a rajatabla para ser buenas personas; y eso me sigue preocupando porque no encuentra uno demasiadas almas libres de criterio que al mismo tiempo sean capaces de disfrutar de las maravillas artísticas de semejante acontecimiento. Otra más de nuestras contradicciones.

2 comentarios:

  1. La devoción, si es sincera y se traduce en no fastidiar a los demás...

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    1. Ese es un buen camino, siempre y cuando se mantenga la suficiente autocrítica que de pie a la posibilidad de un mínimo matiz de progreso.

      salud, Dyhego

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