domingo, 27 de marzo de 2016

Carnes de cañón



Es casi imposible no reparar en la toxicidad que se va acumulando en el ambiente, en las miradas de desánimo, en el cansancio de quienes se han hartado de esperar, en la codicia que tatúa con ojeras los semblantes de los hombres a los que les da lo mismo el prójimo, en los desplantes de soberbia que el día a día nos regala como forma de enseñarnos lo bajo que hemos caído. La imparable tendencia a tener que triunfar cueste lo que cueste y a costa de lo que sea y de quien sea transforma el clima social en una especie de iceberg que acaba poco a poco por derretirse e inundar los valles de la dichosa benevolencia de la calma, anegando de un perverso cieno las cuentas corrientes de las venas del sentimiento existencial. Por otro lado se encuentra el conformismo, el no hacer ni el huevo al estilo del perro del hortelano al mismo tiempo que no se deja hacer a nadie nada o se critica con dureza el esfuerzo de quienes se entretienen en los sanos planes que se proponen envejecer con dignidad, madurar siendo algo más cultos y sensatos; eso también está causando estragos en nuestra manera de vivir y en nuestra forma de aprovechar el tiempo, porque el concepto de tiempo, lo que por él entendemos, está tan deteriorado y ha acabado siendo algo tan relativo, que no lo vemos como nada más allá de las menecillas de un reloj o de los dígitos de un teléfono móvil. Además nos encontramos con la sobresaturación de estímulos, de formas de enseñarnos a emplear el tiempo en cosas fútiles y sin sentido de desarrollo personal, encauzando el pensamiento hacia la modorra, hacia el hastío y una incongruente prisa por tener, tener trastos inservibles y no tener ganas de hacer nada que suponga mover nuestras neuronas, sin darnos cuenta de que toda obra bien se merece un esfuerzo, de que la belleza de los logros se encuentra en la dedicación aplicada durante el trayecto, un sacrificio que la dignifique y que la convierta en merecedora de cierta estabilidad. Lo malo es que ese sacrificio generalmente lleva implícito en su significado algo que nos recuerda siempre a una pérdida, a un infierno, a un desgaste, y por lo tanto nada mejor que resolver el problema tratando de imitar a aquellos que ganan mucho haciendo poco y haciendo muchas trampas. Un galimatías, un enredo, un desastre, una tela de araña plagada de culebras y de carnes de cañón, de insatisfacciones y de dilemas absurdos, una pena envasada en el vacío de falsas ideologías, un entuerto  que no ha hecho nada más que empezar y que culminará con millones de personas depresivas y obsesionadas en la triste idea que de ellas mismas se hayan hecho cuando se den cuenta de que nada de lo que se les vendía tan fácil acabó por resultar estable, beneficioso, de provecho, duradero, creativo, vivo, sino una mercancía que ha quedado obsoleta y que ha causado daños irreparables. Estamos a tiempo de todo lo mejor y de todo lo peor, estamos a tiempo de nosotros mismos.

2 comentarios:

  1. Creo que no nos esmeramos en hacerlo todo lo mejor posible porque... ¿para qué? Todo se convierte en viejo al segundo. Todo está condenado a durar un segundo de gloria. ¿Para qué esforzase?
    salu2, Clochard.

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    1. Esforzarse para sentirse uno mismo realizado y más auténtico; eso nos hace ser mejores.

      Salud, Dyhego

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