viernes, 22 de abril de 2016

Vivir y dejar vivir



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No hay peor receta para la recaída en la sinrazón del aletargamiento del alma y del aliento que dejarse llevar por las inclinaciones conservadoras cuyo único objetivo se resume en un cínico vagabundear sin mirar para otro lado, por el miedo y por la incertidumbre que frena todo empuje al que pueda acceder la valentía personal del pensamiento. Nuestra autonomía como seres sociales se ve mermada por el hecho de la autocomplacencia que promete mejores resultados haciendo lo mismo, cosa que la aproxima a la locura, y por el estado de confort que una vez alcanzado nos ciega y deja seca la planta del incentivo a crecer mirando hacia delante. De todo un poco y  ya sé que es muy difícil; de todo un poco pero cada vez menos nosotros mismos. Se confunde hoy en día el diálogo con la improvisación dialéctica de medio pelo y el análisis con la crítica; andamos muy tensos, muy susceptibles, muy poco preparados para el proyecto de la humanidad, tan poco que nos estamos enterrando en vida dejando que pase el tiempo y dedicando el poco del que disponemos, después de malgastarlo en pensar todo lo que no nos conduce nada más que a darle vueltas a las mismas cosas absurdas mediante el mecanismo del molino de viento de la discordia como deporte nacional, del no escucharnos y de solo pretender oír/escuchar aquello que queremos y que nos aporta el suficiente calorcillo banal como para echarnos a dormir y el que venga detrás que arreé, a hipotecarnos en la caverna vital de una serie de estímulos que nos conducen por las vías de lo falsamente lúdico. La necesidad de tener razón es signo de una mente vulgar, nos recuerda a menudo Albert Camus; otras muchas veces esos decididos ataques en busca de una compensación son la más firme prueba de no tener nada que hacer, de no tener razón lo mires por donde lo mires, según Victor Hugo. De par en par abiertas las ventanas de los días que pasan, y cada vez más cerrado el círculo de la posibilidad de hacer entrar en razón al Homo de a pie que viste y calza, quien más y quien menos anda ya un poco harto, pero el corazón sigue ahí, dando señales de vida, latiendo con su motor Diesel a prueba de bombas. Hay que ver lo que aguanta un corazón, lo que soporta, lo que se ve obligado a tragar, la de veces que se muere de aburrimiento, y de pena, y de siempre la misma martingala. Con todo lo que hay, con todo lo que tenemos, y no hay manera de salir del túnel de la eterna insatisfacción ni del juego de naipes de los ombligos. Por más que uno lo piense, por más que uno trate de hacer algo, siempre se topa con la incompetencia de los egos, con las cuentas corrientes de la indulgencia, con la sobredosis de arrogancia que no deja títere con cabeza. Afortunados aquellos que lo puedan contar sin caer en la trampa del demonio que tan poco sabe sobre las posibilidades de aquellos seres humanos que tienen conciencia de la fortuna de haber nacido para vivir y dejar vivir. 

2 comentarios:

  1. Es muy fácil caer en la tentación de lo cómodo, de lo fácil, de lo sencillo...
    Necesitamos sacudidas.
    Salu2.

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    1. Hay que estar atento porque si no viene la desidia y se te instala creyéndote otra cosa.

      Salud, Dyhego.

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