martes, 4 de octubre de 2016

Aroma a papel



Cuando entro en una librería siento de inmediato el aroma a papel, la geometría de los sigilosos movimientos de quienes en ella trabajan, el olor de la sabiduría, la textura de un aire que predispone a quienes allí se encuentran a guardar ese tipo de silencio en el que se adivina la reflexión, el susurro del verso interior, los ojos que discurren mientras las manos sostienen un ejemplar que da qué pensar, que da qué recordar, que invita a montarse en el tren de las ideas; el silencio de la palabra leída para uno mismo, el silencio de la duda sobre si comprar o no otro libro que correrá el riesgo de quedar colocado sobre la mesa junto a esos otros que van conformando una lista de espera a la que se mira con la impaciencia propia de quienes no disponen de mucho tiempo para leer pero les encanta la lectura; libros que van formando parte de la familia, libros que entre ellos hablan mientras uno duerme, libros en los que se encuentra la promesa de la dedicación del próximo periodo de vacaciones, esa gloriosa semana y pico de invierno en la que al placer del estudio se le unirá la belleza de los amaneceres enfrascados de la humedad con la que el Río Grande irá empapando de rocío las futuras fragancias del azahar con las que la Diosa Primavera pasará por su tocador a la ciudad de la Gracia. El silencio en el que se transporta el pensamiento, con esa comodidad que ofrece el ambiente de las librerías como dando pie a no pensar en el tiempo, a dejarlo aparcado, detenido, quieto, callado, metido en el bolsillo de la paz que necesita la mirada para no perderse ni un detalle del virtuosismo con el que construyen las oraciones subordinadas los maestros del relato, a restituirse durante ese rato de fuga, de libertad,  en esos minutos de pausa acicalada por el perfume de la tinta, por la originalidad de los dibujos de algunas portadas, por los nombres tatuados sobre los lomos de los libros que parecen estar esperándonos, es un regalo caído del cielo, otro de los privilegios accesibles para los que no hace falta gastar ni un duro; el silencio que confieso haber guardado mientras he ido leyendo más de un libro sin haberlo sacado de la librería, de pie junto a un estante o sentado en uno de esos cómodos sillones que últimamente ofrecen comercios como los de La Casa del Libro. Una de las situaciones que más poesía le han dado a mi transitar ambulante por las librerías ha sido toparme alguna vez con libros que me han encontrado, para cuya reunión no ha habido acuerdo previo ni búsqueda ni interés, sino solo  el simple desdén de dejarme llevar por la haraganería que casi siempre en mis días libres me conduce a una librería. Comprar libros es uno de los hábitos que infaliblemente más felicidad instantánea me han producido nunca, hasta el irónico punto de haber libros que he creído haber comprado y cuando he ido a buscarlos para consultar algo en ellos me he percatado de no tenerlos, y no por haberlos prestado o perdido, sino sencillamente porque no los había comprado, porque dicha supuesta posesión era fruto de mi imaginación, tal vez extraída de una de mis visitas a una librería de saldo de esas a las que uno se dirige con el optimismo del cazador motivado por la corazonada de que volverá a casa con una buena pieza, como si esa premonición fuera ya en sí misma parte de la novela o el ensayo en los que el lector acaba convirtiéndose en su principal personaje.

2 comentarios:

  1. El olor a papel es tan intenso y tan evocador como el de la más bella flor.
    ¿Has ido ya a una nueva librería en Sevilla que se llama "Isla de Siltolá"?
    Seguro que te gustará. No puedo hablar de primera mano porque hace ya varios años de mi última estancia en Sevilla y no sé cuándo podré regresar, pero seguro que te gustaría visitarla.
    Salu2, Clochard.

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    1. No conozco esa librería, y creo que escuchado varias veces hablar de ella. Ya te contaré. Gracias por la recomendación.

      Salud, Dyhego

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