jueves, 20 de octubre de 2016

Prejuicios


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Uno de los prejuicios en los que suelen caer algunos lectores, como yo, una vez que han alcanzado cierta experiencia como tales es en el de desestimar la lectura de obras a priori consideradas como menores. A partir del momento en el que uno se aficiona al gusto por la expresión y por la maestría del lenguaje de quienes considera sus referentes, ese tipo de amigos que se van encontrando en la literatura, es como si ya no se conformase con nada que no tuviera que ver con la metáfora esculpida, con el desconocido vocablo cuyo significado se intuye dentro del contexto, o para cuyo descubrimiento haya que recurrir al océano del diccionario de cuya lectura nunca sale uno igual que ha entrado. Es por eso por lo que resulta frecuente atreverse con lecturas de orden filosófico, con ensayos en los que encontrar las claves, con más o menos trabajo, que según algunos autores explican la forma de vida actual en base a un pasado que puede ser tan cercano como el día de ayer; todo ello por las ansias de seguir nadando, de no perderse la oportunidad, por intentar avanzar y ponerse uno a prueba, por darle a uno en el fondo un poco de coraje saber que existen decenas de autores de los que siempre ha escuchado que son difíciles de leer y ante los que un impulso entre como de morbo y de voluntad de estudiante le hace a uno ponerse delante para ver qué es lo que pasa, de qué forma se transforma la percepción y la agudeza de los sentidos, en qué manera determina el crecimiento de sus pensamientos hasta desembocarlos en la parte noble del análisis, con su pelo y con su lana, con sus esfuerzos dialécticos, con esas trabas tan gratas de resolver y que casi siempre gozan del deleite de una introducción en lecturas más sencillas con las que ir acercándose a la figura que se trate de estudiar. Pero el caso es que desde hace unos días hay un par de obras que ocupan el lugar de mi escritorio reservado para esa lista de espera en la que se van acumulando libros que no siempre sabe uno si leerá o no, y esta vez, movido más por un afán de reconciliarme con el prejuicio sobre el valor literario de algunas obras que por el interés que pudieran haber despertado en mí tales libros, he decidido leer La luz que no puedes ver de Anthony Doerr y El pintor de sombras de Estebán Martín. Como en muchas cosas que suceden en torno a la literatura este tipo de encuentros vienen marcados por algo que nada tiene que ver con la afición, ni con las ganas de estar uno disfrutando de la soledad en un apartamento del barrio de san Lorenzo de Sevilla en el que ha encontrado ese hueco por el que se cuela un rayo de luz que incita a la reflexión, sino por la fortuna de mantener amistad con personas que, aún no siendo aficionadas a la literatura, han tenido la generosidad de obsequiarme con ambas obras. No sale uno de su asombro cuando comprueba el buen tino que han tenido Amandine de Soussa, Rafael Charquero y Manuel Ramos en elegir estos libros, tan despegados como andan ellos de las lecturas que nada tengan que ver con su oficio que es el mio. Se siente uno no sólo reconciliado con esas presupuestas obras menores, que no lo son tanto y con las que estoy disfrutando como lo pueda hacer un niño con Julio Verne, sino con el prejuicio aún mayor de pensar que nunca lo conseguiría. Siente uno al mismo tiempo gratitud por estar rodeado de personas que saben cómo agradar a los demás arrimando el hombro a la noble causa de regalar libros. 

4 comentarios:

  1. Reconozco que tengo muchos prejuicios literarios. Hay autores que no leo porque me caen mal (y no porque los conozca, sino por su cara, o porque en alguna entrevista han dicho algo que no me molesta y cosas así de arbitrarias). También pasa al revés, que me cae bien el escritor y leo algo de él por curiosidad. Hay escritores "grandes" que me parecen un rollazo y otros malísimos cuyas obras me han divertido.
    Hace poco leí uno libraco de un personajillo y me lo pasé bien. El libro malo con avaricia, lleno de gerundios. Gerundios por todos lados, pero me hizo reir. No diré el nombre por orgullo (mío, claro).
    :)
    Creo que hay que leer lo que a uno le guste y cambiar de registro. Siempre se puede llevar uno una sorpresa. A veces, me he bajado del burro y me he tenido que tragar mis prejuicios.
    Salu2 desprejuicia2.

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    1. Libro que no has de leer, déjalo correr. No está mal, de la misma forma que se intentan lecturas más difíciles, introducirse en textos aparentemente más sencillos pero de los que puede salir uno gratamente sorprendido.

      Salud, Dyhego.

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  2. Querido Juan,me encanta leerte y aún así no me nace la afición de leer a diario...¿Qué es leer?¿Qué te aporta?¿Todos tenemos el gen de la lectura o de la escritura?Un lector,¿Nace o se hace?
    Un abrazo ???

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    1. Leer es vivir más vidas dentro de ésta que tenemos. Leer aporta serenidad para ver las cosas con el suficiente y sano grado de escepticismo como para pararse a pensar lo que se dice, ayuda a entender el presente, a respetar el pasado, a tomar conciencia de lo que somos gracias a los que fueron. Todos nacemos lectores, todos interpretamos, es decir leemos, extraemos conclusiones, aprendemos a manejar códigos de comunicación; solo que echa uno un poco en falta una cierta dosis de libertad de pensamiento y de atrevimiento al gozoso acto de pensar, imprescindible elemento para que la lectura acabe convirtiéndose en una necesidad, en uno de los principales alimentos de nuestra dieta.

      Mil besos.

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