lunes, 3 de octubre de 2016

Sacando en claro


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Algo que se aprende con los años es a saber extraerle la sustancia a la fruta compartida del trabajo bien hecho, tal vez por esa información que se va acumulando y de la que va sacando uno en claro cuáles son las cosas que realmente importan, qué es lo que merece la pena, en qué consiste eso que llamamos satisfacción y de qué forma repercute de forma directa en nuestra vida para que lo profesional acabe complementando a lo personal manteniendo en buenas condiciones los niveles de nuestra estabilidad, dejando de un lado los egos y las rencillas, los nudos marineros del desengaño. Con el paso de los ciclos vitales que atraviesan de cabo a rabo las primeras experiencias traumáticas se va haciendo uno más vulnerable a los síntomas de la condición efímera del hombre, a ser consciente del tiempo del que dispone y a cuestionarse en qué desea emplearlo, y tarde o temprano se van apaciguando los raptos de soberbia y los arranques de ira que mueven las inmediaciones de nuestra voz, que hacen temblar la tierra cada vez que un seísmo hace que nuestros antojos se miren al ombligo. Esto tiene la ventaja de poner en práctica todo lo que se haya ido aprendiendo, y la responsabilidad de ser coherente con uno mismo, con sus valores, con su condición de humano que, de no mantenerse firme en la supervisión de sus planes, será capaz de cometer los mismos errores. Toda juventud es rebelde, y dichosa aquélla que aún manteniéndose disconforme con lo que tratan de imponerle se mantiene al margen de la discordia con esa admirable pasividad tan cargada de activismo que siempre he admirado de los grandes estudiosos, de los que le van enseñando a uno el tesoro guardado en el cofre de la constancia y la perseverancia con las que se construye el edificio que nos mantiene en pie gracias a la solidez de unas convicciones emanadas de la cultura, de la relación con los demás, de la transigencia, de la pacífica observación de la riqueza puesta a nuestra disposición, del ejercicio de gratitud que hay que llevar constantemente a cabo por sentirse uno medianamente sano y a salvo de algunas de las más detestables incongruencias de la realidad, saliendo más o menos a flote y, como dice mi amigo Javier Castro, disponiendo de un plato de lentejas que cada día llevarse a la boca. Llegado a este punto, en el que parece que uno hace recuento y comienza a plantearse otras cosas, es más fácil detectar la belleza de muchos gestos que antes pasaban desapercibidos, porque la venda en los ojos de nuestro espíritu ventanero nos tapaba la visión de los abrazos y de las desestimadas confianzas. Eso es lo que va sacando uno en claro de este galimatías tan complejo del oficio de vivir, de momento. Por eso son ahora para mí tan importantes los miembros del equipo al que pertenezco, con una media de edad muy por debajo de la mía, esos jóvenes que me llevan en volandas y de los que no dejo de aprender otra de las cosas que llegan con el tiempo: a ver las cosas con mis ojos pero a través de los suyos, como si le hubieran sacado brillo a los cristales de mis gafas, como si me hubieran regado el cerebro con la perfumada espuma que yo creía ida para siempre por los orificios del desagüe de los años.

2 comentarios:

  1. Del contacto de la juventud, algo se aprende. Algo nos queda. Algo se nos pega.
    Salu2, Clochard.

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