jueves, 29 de mayo de 2014

Qué hartura



Qué hartura, de verdad. Qué cansancio y qué aburrimiento. Siempre lo mismo. De un tiempo a esta parte parece como si nos hubieran puesto un petardo en el culo, que es como se decía cuando yo era un niño para querer decir que se iba muy deprisa a cualquier lado. La modernidad de los adelantos informáticos, más que habernos ayudado a lo esencial, a incrementar nuestras posibilidades para solucionar problemas, para mejor comunicarnos, para salvar vidas, para estar más y mejor informados, para tener acceso a textos y a diccionarios, a enciclopedias y a buenas películas, por poner unos cuantos ejemplos, parece que se está encargando de contagiarnos con el absurdo virus de lo inmediato; virus que se extiende como una epidemia sobre los comportamientos cotidianos, sobre los hábitos que de otra manera resultarían placenteros y nos acercarían al presente haciéndonos tener verdadera constancia del significado de la vida. Parece como si nada tuviera el vigor de sostenerse por su propio peso más allá de lo efímero, y parece también que esa cualidad de brevedad empieza a ganarle la batalla a la solidez de lo constante, a lo bien cimentado y duradero. Una noticia deja de ser primicia a penas unos minutos después de haberse publicado, porque hay otra que inmediatamente viene a sustituirla y a tratar de suscitar más interés; y en medio de todo eso hay un halo de banalidad en lo publicado, un hedor a mercadería barata que ya no hay quien lo aguante. Y del mismo modo vamos a un bar y cambiamos dos o tres veces de opinión si no nos es servida al instante aquella bebida que hemos pedido hace un par de minutos, porque dentro del virus de las prisas se encuentra el mal mayor de la inseguridad, del no saber qué es lo que se quiere en cada momento, el apabullamiento de una oferta inundando los cerebros de modas y de ridículas tendencias que ponen los nervios de punta. En las colas de los supermercados no hay tregua que valga; ya cualquiera se hace el tonto antes que dejar pasar a un anciano que a duras penas puede sobrellevar el peso de su escueta compra. Los pasos de cebra son auténticas parrillas de salida cuya señalización la mayoría de las veces no se respeta. No sé a dónde vamos a llegar, pero esto se está volviendo poco a poco en una casa de locos el más cuerdo de los cuales es ese bicho raro que se contenta con su turno, pide disculpas y ruega que nadie se preocupe de su supuesta pasividad. El caso es que si la vida fuera una Marathon, a mi me gustaría llegar de los últimos a la meta. Qué hartura, de verdad.

4 comentarios:

  1. Vamos tan deprisa para que la paciente conciencia no nos pille pero,lo cierto es;que a pesar de tanta vorágine de horarios,tráfico,prisas y saltos de mata..."arrieros somos y en el camino nos encontraremos".
    Me encanta el nuevo fondo y tu nombre completito...Un abrazo lento y con poso!!

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    1. Pues si, a ver si se nos quita de una vez la manía de ir pisándonos..... aunque no seré yo quien lo vea.

      Mil abrazos.

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  2. ¡Qué rqzón tienes! ¡Vamos acelerados y nos hacen ir acelerados,que es lo peor!

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    1. Al menos disponemos de algunos momentos de calma para darnos cuenta de eso.... afortunadamente.

      SALUD, Dyhego

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