domingo, 11 de mayo de 2014

Deplorando la injusticia




Me sucede con Albert camus lo que le ocurría a Borges con Stevenson: que es uno de esos amigos que uno se ha encontrado en la literatura. No deja de asombrarme la cercanía con la que la voz de la dicción se acomoda al transcurso de la lectura, al punto y seguido del ensayo, a la atención que no mengua y se alía con esa descarada sinceridad sin arrogancia de quien en todo momento tuvo muy claro el significado de la palabra hombre. Ha sucedido siempre que la lucidez de algunas personas ha incomodado el estado de arribista bienestar de muchos de los que constantemente se han ido encargando de que en el curso de la historia, sobretodo en la de los últimos doscientos años, no cesara de mantenerse firme la cuerda de la injusticia consentida y amparada en falsas excusas e incumplidas promesas de rectificación. En ese aspecto Camus es uno de los legados más importantes, tal vez que el que más, del pensamiento que inteligentemente desmonta el Mecano de lo acontecido durante la fundamental parte del siglo XX que le tocó vivir, cuya impronta habla por si sola de lo que el ser humano es capaz de conseguir si se propone exterminarse así mismo de la faz de la tierra. 
Dice Muñoz Molina que entender lo que supuso y cómo sucedió todo lo que rodea a la Segunda Guerra Mundial es entender todo el siglo pasado. Sus causas y consecuencias, la aplicación de la irracionalidad consumada, la justificación de los medios a costa de cualquier fin, el separatismo, la dogmatización de los nacionalismos, el sucio negocio de la ruleta rusa del interés jugando con los pueblos como si fueran las fichas del tablero de un enfermizo pasatiempos egoistamente macabro, desechando toda idea de pararse a pensar en la condición humana ni en el desarrollo social, en la aplicación de las normas de una convivencia que aspire a alfabetizar a todos sus miembros, a crear ni más ni menos que ciudadanos libres gracias al criterio de los cuales se hagan los unos a los otros posible el reto de una existencia cívica y consecuente. Todo ello ha ido configurando el desmadejado puzzle resentido por una crónica agonía con la que ya hemos superado más de una década del XXI, hasta el punto de que se nos ha transformando en costumbre todo aquello que se sustente bajo un punto de uniforme crueldad vestida con los paños calientes de la tan bien explicada sociedad de la transparencia por Byung-Chul Han.
No deja de asombrarme, como decía, la cercanía con la que Albert Camus me inspira una confianza que nunca mejor que en tiempos como los de hoy se puede encontrar en los clásicos. Sus Cartas a un amigo alemán son una más de las firmes pruebas que atestiguan la solidez de un espíritu consciente de que en el riesgo que supone decir lo que uno piensa se encuentra la libertad de las almas que persiguen un mundo mejor deplorando la injusticia.

2 comentarios:

  1. El mito de Sísifo es de una lucidad demoledora.
    Salu2, Clochard.

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  2. Como todo lo que escribió. Para conocer a Camus hay que leer "El primer hombre".

    SALUD, Dyhego.

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