domingo, 19 de octubre de 2014

Un par de horas




Desde las ventanas del café Píola, en la sevillana Alameda de Hércules, puede saborearse la visión del paisaje urbano de una mañana de domingo perfumada con la fragancia literaria que el aroma a café le aporta al pensamiento. El lujo accesible de la la lectura del periódico, como si de un pan recién salido del horno se tratara, le hace a uno pensar en la importancia de las pequeñas cosas con las que la soledad es capaz de sentirse acompañada. Tras unos cuantos sorbos de café con leche con los que se estimulan los sentidos nota uno que la mente le va pidiendo al cuerpo la aventura de leer incansablemente, comenzando con unos artículos  y prosiguiendo con el libro elegido para esa mañana, como quien se deja llevar de página en página manteniéndose tan abstraído como un hipnotizado, y haciendo de una de las mesas con vistas a la calle el escritorio soñado para la mejor biblioteca del mundo: ese trocito de planeta en el que tú eres sólo tú y el resto es el decorado de tu fragilidad de lector amparada en el exilio poético del tiempo libre gozosamente disfrutado por la concentración en una historia o en un destello de tu imaginación, en un cuento o en un ensayo, en un particular estado de gloria. Hay sitios que nos atraen con la poderosa sensación de que en ellos encontraremos la  justa cantidad de tranquilidad que necesitamos en ese momento, y en el Píola uno sabe a ciencia cierta que ha acertado incluso antes de llegar, a medida que se va acercando y va dejando atrás las calles adyacentes a la Alameda, sintiendo que eran ciertos los presagios de conseguir aparcar la realidad a un lado sin desprenderse de ella. A pesar de que en este sitio se sirven desayunos hasta las tres de la tarde, cosa que le proporciona una originalidad basada en una admirable transigencia hacia el sueño y las horas de irse a dormir de la mayoría de su clientela, desde primeras horas de la mañana empieza a llegar gente con ganas de ocupar uno de sus sitios para reconfortarse con el calor juvenil que rezuma de sus paredes, con esa sensación de sentirse algo más joven para encomendar la tarea de disfrazarse de estudiante improvisado, o premeditado como quien asiste a un carnaval del que solamente él sabe las claves. No dejamos de acercarnos constantemente a lo que deseamos, de imitar lo que anhelamos con la fuerza de la infancia, y llegada cierta edad por eso aún nos entusiasma meternos en un papel que, aunque rutinariamente no nos corresponda, desearíamos para nosotros, como a mi me pasa cada vez que dispongo de una mañana de domingo libre para hacer lo que me dé la gana y pasar un par de horas leyendo en el Píola.

4 comentarios:

  1. Hay sitios especiales para cada actividad.
    Espero que hayas disfrutado del lugar y de la lectura, Clochard.
    Salu2 hercúleos.

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    1. Es un lujo disponer cerca de casa de sitios como este, y yo no estoy dispuesto a perder la oportunidad de disfrutarlo cada vez que puedo. Me encanta.

      SALUD, Dyhego.

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  2. Pequeños momentos de magia cotidiana :)
    Cuando te leo siento que estoy en Sevilla otra vez, jaja.

    Abrazos!

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    1. Es tan hermosa la vida gracias a la inmensidad de esos pequeños momentos. Me alegro de que te sientas aquí al leer cosas así, eso es que te llevaste muy buen recuerdo de esta tierra; lo celebro.

      Abrazos!

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