jueves, 19 de noviembre de 2015

Basta un nombre


Resultado de imagen de feria del libro antiguo

En medio de la turbiedad de un ambiente contaminado por una especie de terror disimulado salgo a la calle con la convicción de que me vendrá bien pasear un rato, dejarme llevar por los callejones en los que siempre me sorprende la aparición de un detalle nunca apreciado antes, esa manera de andar en la que se van fraguando las frases, los versos y los motivos, los detalles, las apariciones de los fantasmas de la creación, el rumor interno que le da a uno pie a decidirse a escribir. Salgo y trato de hacer largo mi camino hacia la Plaza Nueva, como quien no quiere que se acabe ese recorrido en el que siempre hay algo sobre lo que posar la mirada, dejándose sorprender, aprendiendo de lo que ha visto cien veces, tratando de seguir las huellas de un pasado del que muchas veces se pregunta cosas que a penas encuentran respuesta en una imaginación ensimismada en el placer de los pasos sobre las aceras de esta bella ciudad. Voy en dirección a la Plaza Nueva, donde ahora se encuentra la feria del libro antiguo, y gozo de los preámbulos de la emoción anticipada de saber a ciencia cierta que en unos minutos me encontraré con el mundo de los libros, esa abrumadora sensación que es comparable a la de quien se relaja mirando la inmensidad del mar. Cómics y enciclopedias, manuscritos, serigrafías de épocas pasadas atadas con una débil cuerda como si fueran pequeños fardos que me recuerdan a los periódicos que dejaban a las puertas de los quioscos de mi pueblo mientras yo iba hacia el colegio, a primeras horas de la mañana, y que contemplaba incrédulo porque nadie se los llevaba y se quedaban ahí esperando a que llegase el dueño del negocio a decidirse a abrirlos y colocarlos; ejemplares de ediciones muy antiguas que ostentan ese color marrón que les proporciona la tonalidad propia de lo que aún tiene mucho que transmitir a pesar de la edad, esa cualidad de las cosas por las que ha pasado el tiempo dejándoles las sanas secuelas de la sabiduría, ese ser de esta época que tienen los clásicos. Hay en esta feria cientos de novelas no tan antiguas, más bien recientes, novelas que pertenecen a la última mitad del siglo XX y a los primeros años del XXI. Hay libros de pastas duras y blandas, inmaculadas y deterioradas, forradas con papel transparente y amontonados en torres sobre el suelo de algunas casetas; algunos de ellos tan bien encuadernados que aún permanecen intactos, libros que gozan de ese brillo que nos anticipa el olor a papel impreso y bien cuidado que tienen los ejemplares recién expuestos en las estanterías de las librerías modernas. Recorro con la mirada el lomo de muchos de los libros que se encuentran formando ese tipo de grupos verticales de lectura horizontal que permiten averiguar de un vistazo varios autores y títulos, como si se dispusieran mis ojos a conducir por un sendero en busca de una señal que les haga detenerse al detectar el indicio de algo que les pueda interesar mucho; basta un nombre para pararse a hojear uno de ellos, una palabra que sea la de un apellido o la de una ciudad o la de un país o la de un recuerdo que como un fogonazo o una alarma o una contraseña vinieran a hacer que sea hecho un alto en el camino para leer durante unos breves instantes algunas páginas al azar. Me meto de improviso en las calles de Dublín mientras acaricio una antología de James Joyce; entablo conversación con Theo y con Vicent Van Gogh en un magnificamente encuadernado volumen de sus cartas, y hallo tal relación entre todo ello, entre el Dublín de Joyce y la casa amarilla de Van Gogh, que vuelvo a caer en la cuenta de lo cerca que todo se encuentra de todo, de la capacidad de unión que nos regala la literatura, de lo admirablemente fácil que se puede pasear por las calles de la historia encontrando en el interior de los libros los puntos que unen el presente y el pasado con un pasado remoto mediante el hilo de Ariadna de la literatura.

4 comentarios:

  1. Es muy saludable pasear y si te lleva a un buen lugar,mejor.Oxigenas la sangre,el cerebro y el corazón.Me encanta el olor a libro antiguo y marrón con ganas de contar...
    Un abrazo caminante!!

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  2. Visitar librerías y mercadillos de libros es todo un placer,la verdad.

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    1. Es como estar visitando las vidas de los demás, de los que escribieron, de sus personajes...

      Salud, Dyhego.

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