sábado, 7 de noviembre de 2015

El lujo de la prensa


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Leer el suplemento cultural del diario de los sábados es un bálsamo para el alma con el que se recuperan las energías necesarias para sentirse reconciliado con el mundo, para olvidar el nerviosismo y el ajetreo propiciados durante las jornadas pasadas en sintonía con el molinillo de la responsabilidad, una manera de refugiarme en una de las cosas que mas me gustan, en la letra impresa con olor a pan recién salido del horno. Leer la crónica de Muñoz Molina y hojear las páginas de Babelia, del diario El País, en las que siempre aparece una interesante entrevista realizada a un escritor, es un regalo caído del cielo, un motivo para reencontrarse con esa forma de literatura que aparece en los periódicos, la posibilidad de recibir una lección de parte de mentes lúcidas cuya inteligencia uno admira, y de las que extrae las razones suficientes para creer en los valores personales que emanan del gusto por todo aquello que tenga aroma a cultura. Hacerlo a la vera de un café con tostadas se convierte en la celebración del comienzo de un día dichoso, en un dejarse llevar durante un rato en el interior de esa dulce niebla en la que la soledad sabe cómo encontrar refugio en la inmejorable compañia de la fuente del criterio. Cuando uno se acostumbra a leer en los bares es capaz de hacerlo en casi cualquier otro sitio, consiguiendo con ello la habilidad del niño que es capaz de hacer los deberes en la misma habitación en la que el resto de su familia ve la televisión. Sucede lo mismo cuando uno lee en un vagón del metro o en un autobús urbano, que el a penas perceptible soniquete de la música de la radio, o el leve murmullo de quienes se cuentan sus cosas agarrados a una barandilla o compartiendo el espacio de dos asientos, quedan como formando parte del decorado para que se genere el íntimo silencio necesario con el que  introducirse en un relato o en un artículo, o en unos cuantos poemas de esos que se leen rápido y repetidas veces durante el plazo de tiempo que dura el trayecto a través de tres o cuatro paradas; es como cuando de niño me acostumbré a dormir con un runrun de fondo que procedía del molino de aceite que había junto a mi casa y cada noche, completamente inmerso en la monotonía de esa repetitiva secuencia de sonidos, de repente, al detenerse el ruido de las máquinas a la hora en la que los trabajadores del molino hacían un descanso, abría los ojos a las seis en punto de la madrugada como si el silencio que acababa de apoderarse de la parte trasera de la casa hubiera actuado con el infalible efecto de un despertador a todo volumen. Leer el periódico por la mañana, muy temprano, es una de las cosas con las que uno empieza a poner los pies en el suelo, es como esa brújula que al capitán de un carguero le indica la dirección a seguir para sortear el estado de la mar; y tener todo el tiempo del mundo que cabe en una mañana para poder hacerlo es uno de los lujos y de los privilegios con los que la imaginación se nutre de la misma manera que lo hace el cuerpo con el aceite de oliva escanciado sobre las tostadas. 

2 comentarios:

  1. Antes compraba el periódico los domingos para leer un dominical donde escriben un par de articulistas que me gustan, pero últimamente, ni eso. Estoy harto de tanta página de moda, perfumes y ropajes.

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    1. No hay que perder la ilusión por esas pequeñas cosas que nos hacen estar vivos.

      Salud, Dyhego.

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