lunes, 14 de diciembre de 2015

La visión de la ceguera


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Cada vez que hablo con el escritor Emilio Durán me paro a pensar en la manera de canalizar la información recibida que tienen quienes se ven privados de ver, de mirar, de observar con sus ojos, quienes han perdido la vista y lo contemplan todo mediante esa especie de antenas receptoras como puestas en las yemas de sus dedos. La mirada de un ciego es de tal transparencia que todo lo que sus palabras emiten son emoción pura, sensibilidad en forma de un continuo querer decir emanado de la dicción clara y concisa propia de los poetas. Ayer, mientras le comentaba a Emilio Durán a cerca de mi hábito de ir fijándome en la cara de la gente con la que me cruzo, a cerca de la costumbre que tengo de ir inventándome la vida de esas personas que pasean por la calle, me dijo que eso no es ni un vicio, ni un hábito, ni una costumbre ni una manía, que eso es una obligación, la obligación de mirar como diría Góngora. Gozar del sentido de la vista y saber discernir entre lo que puede ser material literario y latente de la vida, y lo que corresponde a ese torrente de futilidades con aspecto de deterioro humano, de palpable deshumanización, que no dejan de ser literatura aunque ayudan muy poco a vivir con tranquilidad y a mantener ciertas esperanzas sobre un positivo devenir de la sociedad, es como sentir el privilegio de quien se encuentra permanentemente en el cine de la realidad formando parte de ella, pudiendo intervenir y asumiendo el papel con el que se le ocurra disfrutar de la libertad del conocimiento sin intervenir en el feudo privado del jarrón de porcelana en el que pueda encontrase la delicadeza del resto. Un hombre sin vista es como una de esas vasijas de los cuentos de las que no dejan de salir objetos maravillosos, o como una lámpara de Aladino, un manantial de purismo interior que no admite chantajes, un lo que es es como es, una interminable letanía de locuciones que calan hasta los huesos incluso con el silencio. Borges quedó ciego de tanto leer, o de tanto ver hasta que no le cupo más a sus pupilas, no sé, o de tanto inventarse mundos dentro de este; puede que quedara ciego de aglutinar tanta imaginación dentro del presente que se presentaba delante de sus ojos. El padre de mi amigo Javier, inédito poeta, estuvo trabajando con denuedo durante toda su vida para coleccionar una admirable biblioteca de más de cinco mil ejemplares de la que disfrutar a partir del momento de su jubilación, y poco después de instalarse en los aposentos de su tranquilo retiro en el que ejercer un poco a su manera de Montaigne fue sacudido por los temores de una ceguera que no mucho después se convirtió en una inexorable realidad. Uno no le teme a la muerte, uno le teme a la enfermedad, a la desdicha del sufrimiento desconsolado de enmienda que venga a enderezar el entuerto; uno le teme a la ceguera que le impida seguir disfrutando algún día de la lectura y de lo que pasa en las esquinas, pero si ha de llegar que me pille con tan buen talante como es capaz de llevarla mi querido Emilio Durán.

4 comentarios:

  1. Lo que pasa es que en la sociedad actual, mantener dos segundos la vista sobre alguien es incómodo. Me molesta sentirme observado y, por otro lado, me gustaría recrearme en ciertas caras, pero claro, pueden pensar lo que no es. Tampoco me gusta utilizar gafas de sol para ser mejor "voyeur". De todos modos, me cuesta mirar a la gente, no por orgullo, sino por timidez.

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    1. tampoco es cuestión de quedarte quieto y clavado; con la experiencia va uno adquiriendo la habilidad de mirar sin se visto y sin molestar, siendo partícipe de lo que pasa pero sin inmiscuirse en los asuntos, viendo la vida pasar.

      Salud, Dyhego.

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  2. Yo tambièn conocì a un escritor invidente. Ganò el premio Darro de poesìa en 198... y algo, mi mala memoria no me permite recordar su apellido, Fran. Cuàndo pregunte te darè los datos, te gustarà leerlo. Tenìa una sensibilidad especial,un universo particular sòlo accesible para él que traducìa en bellìsimas imágenes escritas. A mì me reconocìa por mi olor, antes de que me acercara ya sabìa que era yo. Es una pena la pèrdida de cualquiera de los sentidos, la percepciòn del mundo se reduce, aunque algunos lo suplen con una maravillosa imaginaciòn. Yo estarìa perdida.
    Un beso. Reyes

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    1. Se aprende a sentir la textura de lo que sucede de otra manera, cada vez que uno habla con una persona que no ve pero que sabe mirar mejor y más adentro que cualquiera de nosotros.

      Besos, Reyes.

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