lunes, 28 de diciembre de 2015

Una tarde que no arde


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La calle está llena de almas en pena que piden limosna y de otras tantas que no lo hacen porque no saben qué hacer con lo que tienen, con todo lo que tienen, con todo lo que tenemos, con todo lo que dejamos en ascuas y de lo que no nos volvemos a acordar. Metales nocturnos, alegrías diarias, caricaturas de terciopelo, homogéneas semblanzas del mapamundi de la discordia que hace aguas por los cuatro costados de un telediario aborrecible y aborrecido, infranqueable para los francotiradores del sarcasmo, idílico paraíso de las condecoraciones del medio pelo de la crueldad enmascarada de bondad. La calle está llena de gente, de bolsas, de paquetes, de frenazos sellados en el asfalto, de manchas de aceite, de penumbras insólitas, de arañazos por la espalda, de felicitaciones y carteles y lazos que envuelven regalos, de ídolos concentrados en sus asuntos tan pasajeros como para no acordarse de nadie: movidas de hoy en día, esperpentos pasajeros que no dan la talla, lo que nos queda por ver. Quiero despedirme de este año con unas letras, con unas palabras, con esa entrañable ecuación del sujeto, verbo, predicado, que tanto se echa de menos cuando se leen los carteles publicitarios, cuando atiende uno a los políticos, cuando pone la oreja y el oído y tiene la fortuna de no suscribir lo que escucha en la radio. Siempre escribe uno sobre lo mismo, qué barbaridad, qué pereza, qué manera de caer en la misma piedra filosofal y en el mismo entuerto, en el mismo desengaño que tiene su origen en la oración del renglón y del punto y seguido, en la transformación de los sentidos en serenatas de un placer reconvertido en la hazaña de despertarse de repente. Racimos de pétalos de sal, ironías del destino, aglomeraciones portuarias, ciempiés que no atinan a atarse los cordones, hijos de puta a los que no les llega su condena. Otra tarde que no arde, otra tarde sin pasado mañana, como dicen los caballeros de la quema; otra tarde de nubes que amenazan lluvia, de ilusiones pasajeras con la remembranza de una acuarela desmedida y aferrada a la vida; otra tarde que se deja leer en la mirada de una mujer, en el furgón de cola de las prisas que atestan los centros comerciales, en las sucursales y las posdatas y en los manojos de tomillo de las gitanas que nunca los regalan. Hay que joderse, con lo que uno ha sido. El sol, este sol del sur que no mengua ni descansa, que desayuna de chiripa, que anochece a las seis de la tarde, mal y pronto,  nunca es tarde, menos da una piedra. Este sol que cada día nos resucita, que nos amortigua las verdades universales con las que creemos descubrir el Mediterráneo, América, la luna, lo que tenemos delante de los ojos, y nos invita a tomar una cerveza para que acabemos dándonos cuenta de nuestras falacias, de lo poco que somos, de nuestras miserias, de las clandestinidades con las que nos las vamos dando de listos, con las que nos lavamos las manos y sálvese quien pueda, a mi que me registren, de hijos predilectos de la fanfarronería y el orgullo, de saltamontes en medio de una selva de alquitrán, ahí es nada; esto es una cosa, esto es un zoo, un jugar al despiste, una magistral manera de saltarse a la torera las normas y las leyes y los códigos y lo que haya que saltarse. Cajones de Pandora, universos laterales, dinamitas a prueba de bombas, incendios forestales sin ton ni son ni hijos ni dueños ni explicación, un desastre, un sinvivir que vive en la cuerda floja del desencanto; manda huevos a estas alturas del partido. Escribo por vicio, vuelvo a repetir,  por ansiedad, por encanto, por fidelidad a los cinco sentidos, por inercia a hacerle caso a mi paupérrimo instinto de ida y vuelta, por inocencia. Escribo por necesidad, coño, porque quiero, porque me da la gana, porque me sale así, de una, de una vez por todas, y todo seguido hasta el final de los principios, hasta la eternidad de lo que empieza dentro de un rato. Y mañana vuelta al trabajo, eso es otra cosa, harina de otro costal, eso es sagrado, el fondo y la forma, el tiempo detenido, la transformación de la poesía en experiencia; eso es como pisar un escenario, como jugar en Old Trafford, como encontrarse con lo que hacía mucho tiempo que uno deseaba hacer, dejarse llevar, escuchar, hablar, recomendar, entender, vivir, respirar, hacer lo posible, no perder la esperanza. Mientras la tierra gire y nade un pez, hay vida todavía, cosas del flaco. No me lo creo, se acaba el año y no me lo creo; trato de resumir lo sucedido en los últimos doce meses y esto ha sido un suspiro, intenso pero un suspiro, una de esas décimas de segundo en las que se decide un récord mundial, una primavera que sube de dos en dos las escaleras, un sorbo, un pedazo de hielo que se derrite en un santiamén, ese río de Heráclito en el que no te bañarás dos veces, ese agua que no volverá a pasar por la garganta, esa melodía embalsamada de la dulce melancolía con la que Ludovico Einaudi inspira estas líneas, ese ser y no ser, esa tarde que no arde pero a la que le quedan cosas que ir contando, con las que ir tirando.

2 comentarios:

  1. Esperemos que esa rabia, esa esperanza, esa energía, esa furia te anime a seguir escribiendo, viviendo y mostrándonos tu particular forma de ver la ciudad y la vida.
    ¡Feliz 2016, Clochard!

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    1. La vida pasa delante de nuestros ojos sin cesar de darnos su poesía; esperemos que continúen las ganas de seguir en la brecha.

      Salud, Dyhego

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