martes, 22 de marzo de 2016

Más de lo mismo


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Se necesita muy poco tiempo para darse cuenta de cuándo le gusta a una persona lo que está haciendo. La distancia más corta entre dos puntos puede que sea la línea recta, pero la distancia más corta entre dos personas, qué duda cabe, es la sonrisa. Nos falta a los españoles un poco de ese pensamiento que iguale la dignidad de las profesiones, y nos hace falta también un poco menos de mala leche y un poco más de reconocimiento para con nuestros compañeros. Estoy seguro que si hoy mismos se hiciese una encuesta en torno a la disgregación de los equipos de trabajo dentro de una empresa, por motivos de envidia y de cabezonería a mantener firmes una serie de razones aún a costa del riesgo de pérdidas graves, las empresas españolas se encontrarían a la cabeza de esa lista. Ese lastre nos acompaña de una manera tan fija que es inconcebible la creación de cualquier proyecto sin dar por hecho que durante el proceso de maduración de las ideas, por otra parte temidas, aparecerán las consabidas rencillas, las chinitas en el camino como le gusta decir a los clásicos de la gestión aprendida a base de codazos, y claro está se devalúa el valor de la sonrisa porque no se concibe ésta sin ciertos tintes hipócritas, enlatada, pervertida, no fecunda, podrida por las ignominiosas estratagemas de las malas intenciones, de los tiros por la espalda, de lo que caracteriza a la inagotable fuente de nuestras miserias como denostadores de todo lo que tenga que ver con el afán de progreso de las mentes lúcidas que nos vamos encontrando por el camino. Es una pena, y causa el tema una sensación de aburrimiento que desploma al más pintado. Luego venimos con el cuento de que si los mejores se marchan fuera del país; pero qué nos pensamos, pero en qué parra nos hemos quedado: en la del nepotismo y el chisme, en la de los reinos de Taifas, en la del arribismo silencioso como el arrastrarse de las serpientes; nos hemos quedado en la estrategia de las termitas, miren ustedes, o cómo hay que decirlo. Da pena pararse a escribir sobre esto porque no se merece uno semejante recuento de incongruencias, pero a la vista de mis arrugas está que por algún lado hay que salir, por algún sitio hay que darle rienda suelta a la tecla que atenúe los males del alma. No hay peor declaración de intenciones para motivar a un equipo que la basada en el esfuerzo como si la vida fuera un valle de lágrimas al que hemos venido a sufrir, como si el ejemplo que da el valiente de turno, porque a él le resultó muy difícil llegar donde ha llegado, fuera prueba más que suficiente para justificar que ese es el método a seguir, el de la guerra, el del disfraz, el de rodearse de chivatos y de gente que se cambia constantemente de chaqueta. Es por eso que hoy en día, en las empresas españolas, se prefiere un perfil cómodo, fácil, amoldado, con mucha necesidad de un puesto de trabajo, un tipo de persona que no cuestione nada y a la que se pueda tener en cualquier momento, llámese despiste, cogida por ahí para hacerle abdicar de sus sanas intenciones creativas. Qué pena.

2 comentarios:

  1. Sólo sabemos alabar a alguien cuando ya está muerto, o si es extranjero.
    Salu2 sin envidias, Clochard.

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    1. También se nos da muy bien alabar a alguien para conseguir algo a cambio, con ese exceso de generosidad propio de quienes no tienen la conciencia tranquila.

      Salud, Dyhego.

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