viernes, 11 de marzo de 2016

Mirar las cosas


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Me pregunto dónde se encuentra la línea divisoria entre la racionalidad y el borreguismo en esta sociedad sobrestimulada, en este baile de disfraces al son de la batuta de la incoherente imposición de lo igual. No es tan difícil perderse, dejarse llevar, comenzar a hacer algo porque hay que hacerlo, ser tragado por las arenas movedizas del peligroso flujo de la monótona y persuasiva tendencia de una estética basada en el narcisismo; hace falta un esfuerzo de reflexión, mirar las cosas, estudiar el entorno, comprender lo que uno tiene, ver hasta dónde uno ha llegado para valorar lo que le ha costado antes de que se le olvide y empiecen a caer por el precipicio sus principios, sus valores, y ser consciente de la realidad en la que malvive más de la mitad del planeta, ya que la otra mitad andamos en ese fatuo e incauto juego de rol de la fanfarronería y el mal gusto sugestionado por la corriente de moda, hoy una, ayer otra, mañana lo que sepa quién quiera y al precio que imponga la bolsa del estraperlo de lo cotidiano, que ya se comercia hasta con la naturaleza de lo cotidiano, con el aire que respiramos, con los gestos que nos caracterizan y lo que sigue. Uno de los sentidos más importantes a desarrollar en este caso, en esta actualidad contagiada por el virus de lo inminente y su consecuente tendencia a lo efímero, es el de la responsabilidad de sacar las debidas conclusiones, cuestionarse a uno mismo en un ejercicio como de miradas en un espejo o como si se viera uno desde afuera, poniendo en práctica el ejercicio de la crítica y el análisis, no conformándose, pareciéndose lo menos posible a esa estampa del burro obstinado en conseguir la zanahoria que pende de su cuello. Es La facilidad y la fragilidad con las que el intelecto se desentiende de la contienda, del análisis del que extraer el atisbo de una idea clara a cerca de cuáles serán los caminos a escoger, lo que provoca ese devenir con motor Diesel que amortigua todo intento de enmienda porque desaparece la duda, porque suele toparse con la máscara de la imposición de la transparencia que convierte el erotismo en pornografía y solapa las noticias en menos de cinco minutos debido al cáncer de las prisas, cambiando la orientación del rumbo de la ética resumiendo ésta en cuatro sencillas cuestiones que no van más allá de cometer un crimen. Las sospechas están fundadas, no hay quien lo dude, pero ahí seguimos. Necesitamos la habitación de Virginia Wolf, una de esas dosis de espacio íntimo en vías de extinción, para darnos cuenta de una vez por todas de las tonterías en las que gastamos nuestras energías repuestas en la ceguera de la abundancia.

4 comentarios:

  1. Wao, has puesto en palabras lo que ha estado en mi mente estos últimos días.

    Creo que al final hay tanto borrego porque es más fácil andar por un camino preestablecido que construir un camino propio. Suerte que algunos no nos conformamos con lo fácil.

    Abrazos :)

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    1. Se trata de ese sano continuo cuestionarse las cosas que ocurren y cómo suceden, prefiriendo el presente a la actualidad, tratando no pasar en exceso por el aro del totalitarismo de la transparencia, del infierno de lo igual. Celebro contigo esta inquietud. Gracias, Nadia.

      Abrazos :)

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  2. Necesitamos más perspectiva, más sosiego, más reflexión y la rapidez de internet nos los impide. Las modas se suceden vertiginosamente. Si no seguimos las modas, nos quedamos aislados. Si las seguimos, deciden por nosotros.
    ¡Dios mío, qué hacer cuando uno está cansado!

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    1. Podemos dedicar un poco más de tiempo a pensar por nosotros mismos, que siempre es una sana receta.

      Salud, Dyhego.

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