sábado, 5 de marzo de 2016

Vida inteligente


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Que todos los días salga el sol para poder salir a la palestra, al escenario, a la calle, para despertarnos satisfechos por disponer de la posibilidad de llenar nuestros pulmones con el aire que respiramos y por el que tan alto precio han de pagar muchos, debería ya darnos el empujón necesario para emprender la jornada con la idea de hacer algo bueno por alguien, aunque solo sea por nosotros mismos, cosa que con frecuencia se nos olvida; otra historia, otro cuento de nunca empezar es el del craso error que nos conduce a confundir lo que significa ayudarnos a nosotros mismos, hacernos mejores personas aspirantes a ostentar un sitio, un hueco, un rincón, en el confortable desván de la naturaleza de lo dignamente ético y coherente, creyendo que la impaciencia, las prisas y el egoísmo camuflado son los resortes que hacen girar el mecanismo del progreso y fructificación del mundo interior; pero así las cosas hay que recordarlo, hay que recordar aquel ejemplo que ponía un economista reuniendo a toda la humanidad en una aldea habitada por cien personas en la que a penas sabían leer y escribir unos cuantos y la propiedad se repartía entre tres o cuatro. Es preciso recordar que dentro de todo lo que conlleva la agonía del Eros, esa catástrofe que ha inclinado la balanza hacia el lado del narcisismo y hacia la desolación de la creencia en la existencia del amor, existe igualmente el riesgo de que el hombre acabe por autodestrozarse, de inmolarse forrado por las bombas de la eterna insatisfacción que irreversiblemente le condenan a no llegar nunca a nada, por definición, por sentido común, porque las cosas pasan por algo y caen por su peso, porque las razones de las leyes de la naturaleza no pueden trastocarse sin riesgo de hecatombe. Cada día se nos escapa de las manos la riqueza que tenemos y continuamos empeñados en querer meter la cabeza por un agujero por el que no cabe a no ser que nos la rompamos; cada día interrumpimos torpemente el sano fluir de la necesaria monotonía que sustenta el lógico proceder de los acontecimientos encerrándonos cínicamente en callejones sin salidas de emergencia ni escalerillas contra incendios, porque la arrogancia, nuestra consentida y fiera arrogancia, no nos ha dejado pensar en ello. La capacidad de improvisación del ser humano ha pasado a ser una de las vías principales del disparate y no de la resolución in extremis de problemas que bien podrían formar parte de la parte de imperfección que toda naturaleza lleva implícita, y la desembocadura del río de los actos precedentes al silogismo acción-reacción se ve taponada por la red de la cabezonería, por el galimatías del aburrimiento saturado de estímulos. Con todo lo que tenemos, con lo que hay, con lo que somos. Sigo pensando que hay vida inteligente en otros planetas, y la más firme prueba de ello es que aún no han venido a visitarnos.

4 comentarios:

  1. Si son listos no se acercarán porque creo, desgraciadamente, que no vale la pena conocernos, se espantarían. Magnífico texto.

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    1. Bueno, a lo mejor les vendría bien darse una vuelta por aqui para aprender a cómo no hacer las cosas.

      Gracias, Amparo. Salud.

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  2. Nos falta aplicar nuestra inteligencia en cosas provechosas.

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    1. Nos hace falta quitarnos el pijama y despertar de tanto sinsentido.

      Salud, Dyhego.

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