lunes, 12 de diciembre de 2016

Veinte céntimos


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Acabo de comprar una novela, en una librería de saldo situada en la calle Tarifa de Sevilla a la que raro es el día que no vaya, aunque sólo sea por el gusto de pasearme entre sus estanterías y quedarme allí unos minutos mirándole el lomo a los libros en busca de un nombre que haga saltar la señal de alarma que desde el cerebro envíe una orden a mis manos para decidirme a como mínimo mostrarme interesado por la obra en cuestión que se presente ante mis ojos, abriéndola por cualquiera de sus páginas, oliéndola, descifrando los mensajes secretos que el destino se ha encargado de llevarla hasta allí, y nada más salir a la calle compruebo algo de lo que no me percaté mientras manoseaba el ejemplar, cuya primera frase, como siempre, fue en su momento el reclamo más interesante de mis intenciones; de lo que me doy cuenta es de que está firmado por una tal Rosario Carrasco; la fecha de la firma coincide con la de la edición, 1982, en aquel año del Mundial de fútbol y de la paloma de la paz de Picasso, cuando Felipe González todavía no era sospechoso, aquel año en el que los niños de un pueblo de Jaén jugábamos al trompo, a  la lima y a las canicas y soñábamos con ser Maradona, cuando coleccionar cromos era una de las aficiones más irreductibles para los que, como yo, hacíamos de un trozo de calle lo más parecido al terreno de juego en el que llamarnos Juanito o Quini o Arconada o Satrustegui, y apenas sobresalían de nuestros brazos los bíceps perfectos en los que el Capitán  Trueno se tatuaba calcomanías con saliva. Ese libro ha sido dejado allí sin más pretensión que la de adquirir unos cuantos céntimos a cambio, veinte en concreto, despojándose así su antiguo propietario de la carga que puede que supusiera durante años un montón de volúmenes adocenados casi con el propósito de no distorsionar con la decoración del salón; de hecho creo que muchas de las enciclopedias que se vendieron durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado fueron presentadas bajo el atractivo disfraz que hacía de ellas inmejorables candidatas a ocupar un puesto/el puesto privilegiado en ese mueble en el que se iban guardando las piezas más cotizadas de la vajilla y la cristalería con las que agasajar a las visitas en momentos especiales, con esa manera de ser generosos que se ha cultivado en esta España nuestra consistente en no disfrutar de nada de lo que tenemos reservando el ajuar menos convencional para aposentar en él la creencia de que han merecido la pena los esfuerzos y sacrificios que durante años han sido acompañados de platos y vasos gastados de tanto uso. Rosario Carrasco puede ser el nombre ideal para uno de los personajes de una novela basada en la vida de una familia que un buen día decidió vender todos sus libros, en virtud de un consensuado acuerdo familiar que la llevó a tomar esa decisión para salir del apuro de no tener ni para pan; puede también ser el nombre de una mujer, de una dama o muchacha o chiquilla o joven estudiante, el de un ama de casa o el de una oficinista a la que no le interesa guardar las cosas que acaban acaparando ese polvo que se posa sobre las estanterías como dejando la muestra de la naturaleza de un reloj cuyas manecillas son los corpúsculos y las limaduras que el paso de los meses traduce en una capa de blanquecina apariencia de desidia. A veces se encuentra uno con la sorpresa de que los detalles mínimos de la vida cotidiana, todo eso que está vestido con el sayo de la trivialidad, conforman el entramado o el complemento de la plenitud de la existencia, delante de nuestros ojos, a la vuelta de la esquina de nuestros más simples movimientos, tras el rastro que deja la huella de un libro a cambio del cual se han recibido veinte céntimos de Euro.

4 comentarios:

  1. Esa Rosario Carrasco tiene mucho que contar.
    Ánimo, Clochard.

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  2. Alguien me dijo alguna vez:Las personas le damos un valor a las cosas y luego le ponemos un precio y que normalmente no tiene nada que ver..O algo así.
    Un abrazo Navideño!!

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    1. Esa es la parte inverosimil de la relatividad. Gracias, Amoristad.

      Mil abrazos.

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