jueves, 2 de febrero de 2017

Estímulos


Resultado de imagen de inspiración

Decía Ana María Matute que cuando no escribía leía muchísimo, y que cuando escribía se encontraba tan absorbida por la escritura que casi no pensaba en otra cosa, ni siquiera en lo que más le gustaba que era leer, la cuestión era hacer lo uno o lo otro en una especie de recíproca alimentación entre los dos hábitos que mantenían viva la llama de su existencia, la razón de ser de su persona; aún la recuerdo, durante el almuerzo previo a la entrega del premio Cervantes, acompañada de Sus Majestades los Reyes Sofía y Juan Carlos, tomando medio Gin tonic, que era una de las costumbres que jamás había desterrado de su dieta. Onetti escribía cuando le venía en gana, cuando le apetecía, cuando no era necesario que la inspiración, como decía Picasso, le pillara trabajando; lo mismo estaba tres meses sin escribir una línea que se sumergía en una pasión desenfrenada sobre el mundo de su imaginaria Santa María, lo mismo se pasaba semanas sin dejar de leer novelas policíacas que de golpe y porrazo, y con una caligrafía perfectamente calculada en la que era perceptible la separación entre letra y letra, sin salirse de los márgenes establecidos en las hojas de su cuaderno, iba escribiendo una palabra tras otra conformando el entramado de los sucesos que en aquellos mezquinos y portuarios ambientes le acontecían a Larssen y compañía. Stendhal conoció lo que significa trabajar sin parar varios días seguidos para entregar una nueva obra con la que obtener el dinero suficiente que le permitiera salir de un apuro, a base de tazas de café que llegaron a propinarle alguna que otra crisis nerviosa. Antonio gala reconoce que siempre le ha venido bien ese primer empujón ayudado de un intranquilizante. Para Lord Byron era inexplicable la vida creativa sin el láudano de la misma manera que para Thomas de Quincey lo fue el opio. Francisco Umbral nombra en varias ocasiones a lo largo de su obra al Optalidon, al Valium y así todo seguido hasta el final, que mezclados con whisky le daban la posibilidad de permanecer en el trance de la escritura sostenida y siempre deliberada, además de la sana receta del buen descanso de la que siempre hizo gala y que con frecuencia puede uno comprobar que se trata de uno de los más inteligentes y accesibles estímulos antes de ponerse a escribir. Siempre ha existido el mito de la sugestión a base de drogas o de algún tipo de fármacos en la creación literaria, como si los escritores, más allá de su lucidez natural, necesitaran instalarse en una especie de trance que los llevara al encuentro con la metáfora y los raptos de genialidad. Recuerdo haber leído de Muñoz Molina que a él cuando era joven le parecía imposible la imagen de un escritor sin un vaso y un cenicero formando parte de lo indispensable para ponerse a trabajar, como si la presencia del alcohol y la nicotina fueran imprescindibles. No es raro que cuando nos hablan de un bar emblemático, ese tipo de sitios cargados de bohemia y de poesía, de tatuajes en el alma de sus paredes, salga a relucir el nombre de algún artista que lo usaba de oficina o lo frecuentaba como tratando de encontrar en él su lugar de reunión con las Musas, su rincón para el desahogo de la embriaguez transformando una de sus mesas en escritorio, sobre todo antes, que se podía fumar en los bares. Para Virginia Woolf lo que un escritor necesitaba era una habitación propia, y para el escritor granadino Rubén Dario Vallés Montes lo que se necesita para escribir es tener algo que decir. A mí, que he visitado los confines de los polvos y de las botellas y de las volutas del humo de Pakistán y lo que se resume en un cúmulo de puntos suspensivos, cada vez que me preguntan por las drogas, por aquello con lo que arrancar a escribir, ahora me da por describirles tu sonrisa.




8 comentarios:

  1. Cómo no sonrerir¡¡¡¡.........

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es tan fácil sonreir ante el milagro de la sonrisa; es tan fácil escribir sobre el recuerdo de la palabra bienestar.

      Besos

      Eliminar
  2. Supongo que todo el mundo echa mano de algún sistema para atraer la inspiración, pero, desde luego, de donde no hay no se puede sacar...

    ResponderEliminar
  3. El hecho de escribir no debiera ser una imposición,ni del exterior,ni hacia uno mismo y está claro que si das de comer al lobo que tenemos dentro,ese crecerá.Las drogas son malas musas y pesadas maletas de viaje...Vuela libre y alto amigo mío!!
    Un abrazo sanote!!

    ResponderEliminar
  4. Respuestas
    1. Muchas gracias, Rubén; es reconfortante saber que te haya gustado.

      Abrazos

      Eliminar