lunes, 27 de marzo de 2017

Después del invierno


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La Primavera se viste con minifalda y con pañuelo de seda, con calcetines a rayas blancas y rojas, juega a la pata coja sobre la rayuela del abecedario de los días de llovizna y soleados, y se perfuma de azahar y de amapolas, de auroras boreales en los despertares del cambio de hora. La Primavera luce en sus primeros días una versión a lo Marilyn con melena suelta y ondulada por la brisa, con su carmín imperioso sobre la faz de la tierra de los campos de la distancia más corta entre ella y el invierno, vislumbrándose entre lo efímero y lo eterno el contorno de sus senos, entre el futurible fuego del sol de algunas esquinas y el hielo de los Gintonics de la Alameda de Hércules. Tiene la Primavera una templanza infalible por persuasiva, de la que sacamos las fuerzas necesarias para ir tirando del hilo de las tardes que se alargan, en ese recorrido que hace el deseo con tal de que no se acabe el día llevándonos de una terraza a otra, vivos y coleando y con los cinco sentidos alerta para que ninguna fragancia pase desapercibida, para que el aburrimiento de las gabardinas chorreando y los paraguas olvidados se nos olvide, para que la vida siga siendo vida y se quede la muerte en el andén de la estación de los trenes perdidos, para que el mercurio haga uso de la plenitud de su sentido aristotélico y se marque con nosotros el detalle del todo por delante, entre el milagro de las sonrisas y los aconteceres inesperados a los que siempre se les saca la lección de la sustancia de la experiencia, porque es ésta la estación del clima favorable a la reflexión por más que digan que la sangre altera, porque las pupilas dilata y la perspectiva sentimental agranda, y cayendo lo que cae eso es mucho. La Primavera es una alumna de notable alto que aspira a sobresaliente en los cuadernos del Amor, el ama de llaves del logro y el punto y seguido, del milagro de la floración de los campos como si una inundación de colores lo arrasara todo con un ignífugo manto de alegría eterna mientras dura; la Primavera es una de esas golondrinas que cantan como ruiseñores y viceversa. La primavera entra por la ventana sorprendiéndolo a uno en la ducha, con esa luz que ilumina los hogares con las claridades de las épocas de esplendor que el recuerdo recuerda porque no tiene más remedio, porque si no el recuerdo se convertiría en uno de esos maniacos de los valles de lágrimas a los que no hay derecho ni revés, por si hay dudas en los confines de la memoria de que la esperanza existe y por algo se viste de verde, de duende, de milagro, de Musa, de efervescente plastilina contra los infartos de la tristeza. La Primavera nos sorprende con el café que se suelta la coleta sobre una Moleskine en un abrir y cerrar de ojos, en un visto y no visto admirado y revisado a diario, en lo escrito en el instante de la fuga de la idea hacia el placer del sonido de la punta del lápiz sobre la página inmaculada. Hay sensaciones temporales, aromas sellados al órgano del olfato, fragancias inmiscuidas en lo que se quiere y en lo poco que se tiene y sobre lo que se sostiene la cadencia del pensamiento positivo; hay olores que huelen a plenitud, inciertos hedores propicios a confundirnos, mensajes que nos manda la nariz, catas olfativas, avenidas gustativas que respetan los semáforos del polen en ciernes de convertirse en elixir de juventud; hay interferencias en los glóbulos y en la tensión arterial de la imaginación, hay una lista de espera llena de los planes guardados para la llegada del buen tiempo, como la Primavera misma. 

4 comentarios:

  1. Demos la bienvenida a la primavera.
    Y yo creo que va a sacar un 10, o mejor aún, una matrícula de honor, o una mención, o un cum laude.
    Salu2, Clochard.

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    1. jajajaj... gracias por tus halagüeños pronósticos.

      Salud, Dyhego

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