sábado, 7 de julio de 2018

Geromo


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Hay personas cuya presencia percibimos mediante el recuerdo instintivo de los gestos cotidianos, en ese matiz del aprendizaje que nos lleva a acordarnos de ellas, porque la influencia de su manera de actuar sobrepasa los límites de lo ordinario convirtiéndose en parte de nosotros. Hoy, que tan en boga está el tema del liderazgo, el personal gasta miles de euros en cursos y conferencias y másteres y así todo seguido hasta el final, saliendo embutido en una mermelada de conceptos que lo único que hace es encauzar la autoestima de quienes responden por las ventas delante del consejo de dirección de cualquier empresa; pero de los que salen al campo a batirse el cobre en cada jugada/jornada, a echar ocho o nueve o diez o doce o catorce horas, como hay cola, pues no hay por qué preocuparse, salvo excepciones. Los equipos se reciclan con una facilidad inusitada; vamos de puesto en puesto porque necesitamos coger la postura y sentirnos cómodos para dar lo mejor de nosotros, para que no nos tomen el pelo, buscando dónde poder hacer bien lo que hagamos, esperando el ejemplo de los de arriba que casi nunca llega, hasta que nos encontramos con alguien tan afanado y volcado en su oficio como en sus sueños. Uno, que ha tenido más de cuatro jefes, y que desde hace tiempo se encuentra harto de escuchar discursos sobre liderazgo, ha tenido también la suerte de conocer a Gerónimo Patón Martínez. Geromo era Maestro pastelero, y entrenador de fútbol de niños que, desde que yo recuerde, han tenido el privilegio de contar con sus consejos en La Carolina. Geromo trabajaba un montón de horas en el obrador de la pastelería Los Alpes y después iba a entrenarnos al campo de tierra de la Ciudad jardín. Recuerdo la noche que, estando Geromo a punto de jubilarse, mi amigo Pepe Lázaro, dueño de Los Alpes, me dijo: "No te lo vas a creer, pero hay días, de esos en los que hay mucho trabajo y nos quedamos hasta más tarde, que cuando estamos a punto de salir vemos que en la puerta hay un grupo de chiquillos que ha venido a buscarle, esperándole para ir a entrenar". Geromo estuvo así, de forma altruista, durante más de cuarenta años, recordándole a los chavales que para ser buenos futbolistas tienen primero que aprobar los exámenes del colegio, ser educados y disciplinados, que la soberbia, la altanería y la arrogancia son malignos excesos o defectos que pueden llegar a hacer que, como dice Muñoz Molina, una frase trivial segregue el veneno que intoxica una vida. Siempre en su sitio. Geromo insistía en el valor de la humildad y en el significado del esfuerzo, en la honradez y en la deportividad; era un amante de la estrategia, le encantaba hablarnos de sistemas de juego, de formas de pensar el fútbol; Geromo era un Beckenbahuer a su manera, un amante de la docencia balompédica transplantable a cualquier otro ámbito, porque a pesar de que casi ninguno de aquellos niños acabásemos ganándonos la vida con el fútbol, hoy todos ponemos en práctica sus enseñanzas en nuestras distintas profesiones, recordando al auténtico maestro del liderazgo para quien el respeto al trabajo y a los demás constituía la base de su método. Todo el pueblo sabe que Geromo ha sido el mejor ojeador de la historia de La Carolina; descubría al instante la capacidad de aquellos de nosotros que con doce años tuvieron la suerte de ir a hacer pruebas para equipos de primera división; nos revisaba los balones y las botas para reprendernos que debíamos cuidar el material, que debíamos tener tacto con los tacos y los cordones y las medias y las espinilleras y la camiseta, con la limpieza del vestuario; Geromo enseñó a cientos de niños a vestirse de futbolistas como si se encontraran frente a un espejo para sentirse a gusto con la indumentaria; y esa dedicación y ese talante y ese talento no tienen precio. El rastro de algunas personas es indeleble por naturaleza, por esa tendencia a entusiasmar que tienen los seres humanos a los que no les cabe el corazón en el pecho, corazones que nos siguen alumbrando después de haber dejado de latir. Ahora nos queda el consejo que Geromo transmitía a los más pequeños, y que sería aplicable a cualquier equipo de trabajo que se proponga sacar adelante sus proyectos con esa deseable sensación de paulatina solidez que significa que se están poniendo bien los cimientos: "todos para adelante, todos para atrás, y a meter muchos goles". Siempre contigo, Maestro.


4 comentarios:

  1. Siempre reconforta saber que hay gente así.
    Un saludo, Clochard.

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  2. En mi caso se llamaba y llama Molino,menudos gritos que pegaba desde el otro lado del campo,igual de fuerte que aplaudía cuando hacíamos algo bien o metíamos un gol.Un aplauso para esos seres humanos excepcionales que altruistamente y a veces incluso gastando de su dinero para que pudiéramos disfrutar del deporte y sentirnos parte de algo bueno.Gracias.Que en paz descanse Geromo.
    Un abrazo deportivero!!

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    1. Siempre es grato tener recuerdos permanentes de grandes Maestros, como si no se hubiesen marchado, como si aún estuviesen con nosotros de esa forma tan sutil que consiste en no aparecer estando presente. Muchas Gracias, Amoristad.

      Mil abrazos!

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