miércoles, 19 de septiembre de 2012

Contrastes de hierro y piedra.




Los bordes de las aceras se siembran de roces de neumáticos. Los tubos de escape descargan su tos, contaminando de ruido y humo la atmósfera. Frenadas señaladas en el asfalto como prueba de la existencia de las máquinas. Colas en la entrada de la ciudad, muy de mañana, a eso de las siete y media, a las ocho, a las dos de la tarde, a las seis y media, a las siete. Mucho motor y señales que guían el posible desconcierto; poniendo fácil la maniobra para que no se líe la de dios es Cristo al pasar un semáforo. Locos que andan sueltos creyéndose Fernando Alonso y sus compadres de escudería; la escudería de la calle, de la chapa, la pintura y el faro roto, la Fórmula uno del alerón tuneado y el espanto de las llantas cutres, los Fitipaldi del aloquín en dirección prohibida.

 Casi no caben de tantos como son todos estos cacharros. Los callejones se sienten más estrechos de lo que su naturaleza les concede y andan a la huida del estertor, del maloliente pánico de las bocinas y el caucho. Aparcamientos en doble fila. Luces de emergencia, intermitentes sin tregua indicando sospechas de demoras que se hacen las tontas, camuflando un quiebro. Gorras de agentes con gafas de sol. Lápiz y papel en mano. Multas, denuncias, grúas sin piedad y manos en alto del ciudadano que ha llegado tarde al rescate del vehículo. Cien, doscientos euros del ala.

 Lineas amarillas, rojas, azules, blancas. Dispositivos en los que adquirir un tique que demuestre que nos hemos preocupado, que no nos hemos dormido y contribuimos con la causa, como niños buenos. Parabrisas en los que unas manos dejan panfletos que anuncian el alquiler de plazas de garaje, a muy buen precio, aquí mismo, muy cerca, y olvídate del temor y el chasco de ver que se han llevado tu carro. Anotaciones, policía, miedo, dinero, recaudaciones, prisas por no llegar tarde, excusas de que no he encontrado sitio, jefe, de verdad, no es lo que usted piensa, que lo he tenido que dejar en el quinto carajo; pero el transporte urbano no cubre todos los horarios, ni todos los trayectos que mejor me vienen, y ya sabe. Que quiere usted que sepa; lo único que veo es la autopista llena de coches en todos los cuales solo viaja una persona, y cada vez con más frecuencia, y cada vez con menos espacio para peatones y bicicletas, y cada vez más encerrados en la lata de sardinas del contraste entre el hierro y la piedra.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    Muy bien expresado la deshumanización de la ciudad.
    Salu2.

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