Se fue el verano y la luz de los inconfundibles medios días del mes de Agosto, y los segundos que cada uno de los días de Septiembre le iba robando al astro rey hasta rematar el cuadro con la perfecta iluminación que el tiempo solicita. Los ventiladores deceleran su ritmo, se preparan las calefacciones, los radiadores, las colchas y las mantas, todos ellos a la espera de su turno, de la continuación de los puntos suspensivos del ciclo de las estaciones. Las hojas harán pronto acto de presencia sobre el suelo de las arboladas avenidas dándole la bienvenida a esa mezcla de marrones sin los que no camparía tan a sus anchas la imaginación de los prólogos del invierno. La poesía tomará del brazo a su abrigo y a su sombrero, y acariciará su cuello con una bufanda de cuadros a penas pasados un par de meses; pero entre tanto el aire se encarga de resguardar los borradores grabados en la retina del pasado estío y lanzará a volar los retratos de las memorias de la playa y la piscina haciéndolos huéspedes del recuerdo más cercano.
El otoño se caracteriza por una mesura que solo es comparable a la de la primavera, solo que mucho más templada en el riego sanguíneo, cosa que hace posible que los huracanes no se estrellen contra la muralla del desenfreno, adormecidos por el vaivén de la brisa que cuando choca en las melenas despierta a los relojes del alma avisando de la nueva etapa. Por eso creo que esta estación es la que reune toda la gama de colores en el blanco y negro que hay detrás de los castaños, pardos y rojizos tonos que acompañan a los fotogramas de los meses de Octubre y Noviembre. Huele a almendra y a miel, a madera bien ensamblada en los aromas del vino, a cobre, a ámbar, a melocotón maduro, a tabaco especiado, a cereales y a albaricoque. Huele a iluminaciones anaranjadas y crepusculares, a amaneceres refrescados, a ropa de entre tiempo, a camisa de manga larga sin camiseta debajo, a chaqueta ligera y mochila con cuaderno recién estrenado. Huele a lectura y a escritura de diario, a violín y a paraguas acostumbrado a la ley de Murphy, a paseo sin calina ni riesgo de catarro por exceso de humedad. Huele a mundo por descubrir y a esa inexorable aproximación de la navidad y el turrón que nos devuelve a la infancia y que por ahora resiste el envite de los años.
La calma con la que actúa el pensamiento, durante estas semanas en las que no hay que preocuparse de los ascensos del mercurio, da pie a contemplar desde la terraza cómo incide en las cosas el reflejo de los atardecederes reflejados en los objetos de la calle. Todo parece a la espera, mantenido en un suspense, como tratando de elegir vestido con el que caminar a lo largo y ancho de lo que queda de año. El cielo, depués de la cena, se pone un poco más serio que de costumbre pero sin llegar al enfado; se ven sobre él los cirros mejor dibujados, las nubes más algodonadas, los estratos de cúmulos formando islas amparadas por el lejano brillo de las estrellas sobre ese mar que ahora pasa a instalarse en las superioridades del campo de visión. Y como un trago de agua fresca nos entran por la garganta de los ojos el olor del otoño, los recuerdos de los instantes del comienzo de cada curso, el venidero cambio de hora que se dibuja en las sombras del momento y la inconfundible sensación de ver pasar los días desde el balcón de esta época anual en la que algo hace que la textura de los minutos tenga el sabor de la fruta escarchada, de las sigilosas gotas del otoño.
lunes, 24 de septiembre de 2012
Ropa de entre tiempo.
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Como siempre, genial. .y esa alusión a los cirros me encanta. Es lo mejor del resto de estaciones, la cantidad de tipos que hay, cada una con su significado. Yo vivo mirando al cielo, pero por supuesto, con los pies bien anclados a la tierra.
ResponderEliminarUn besazo enorme.
Otoñal.
Muchas gracias Curu por tu generosidad. El otoño evapora el calor insoportable convirtiéndolo en pensamiento, detrás de cada uno de los perfiles de esos cirros que pueblan el cielo, con la parsimonia propia de la hoja que cae con lentitud desde la rama del árbol de la nostalgia para transformar en verso su aterrizar en el suelo.
EliminarUn beso y mucha salud otoñal.
Olé el artista...
EliminarClochard:
ResponderEliminarEl colorido otoñal es lo único bonito que le veo al otoño (y el fresco).
Salu2 rojizos.
Dyhego:
ResponderEliminarDetrás de todo ese colorido se encuentra el cuadro, la ropa, el perfume, el ritmo, el verso, la canción, el repertorio de sensaciones que es capaz de generar el otoño; que no es poco, que me encanta.
Saludos con la otoñal paleta de colores.
Siempre he dicho que soy hombre de otoño,...me encanta!
ResponderEliminarEl otoño y la poesía van de la mano. Me alegro de verte por aquí. Disfruta de esta estación.
EliminarSalud y un trago por las hojas del otoño.
Pues por fin por estas tierras donde vivo ha llegado el otoño, la lluvia y el fresco que después de una primavera casi eterna, estaba echando de menos una nueva estación. Bonita imagen con la que ilustras la entrada, esos tonos marrones y ocres dejan mi imaginación a su libre albedrío.
ResponderEliminarBesos de gofio.
Es un gusto verte de nuevo por aquí, por estas lineas de otoño acompañadas del compás de un violín. Disfruta de esta estación en ese privilegiado lugar en el que te encuentras.
EliminarBesos