lunes, 8 de abril de 2013

Modernamente desinformados.







Me paro a pensarlo y muchas de las supuestas noticias que salen en los telediarios son auténticas exhibiciones de tomaduras de pelo que no alcanzan ni la categoría de curiosidad. Con la cantidad de cosas que a cada momento suceden en el mundo, con la que está cayendo y lo que nos queda, con lo que se sabe y no se dice, no me entra en la sesera. Parece mentira, pero es tristemente verdad, que la originalidad y la responsabilidad social y profesional de quienes informan se encuentre tan a la deriva en el interior de los medios de difusión: esos que nos sirven como fuente para estar al día, siendo nuestro cordón umbilical con el exterior, con la lejanía que nos separa de la demagogia y el eufemismo, con la dichosa bolsa en la que se juega con nuestros ahorros, pero de los que solo recibimos la componenda resultante de acuerdos sellados con la rúbrica del interés: banalidades para mantener contenta a la plebe de insensatos que todavía se creen el cuento de Blancanieves y los siete enanitos.
A veces se trata de simulaciones de anuncios publicitarios, de subliminal propaganda en la primera plana de un noticiario, nada encubierta si andas al quite y te fijas bien y compruebas la infamia, el regocijo que deben sentir al tomarnos por tontos. Otras veces es cuestión de sacar a relucir los trapos sucios de otras personas que no tienen nada que ver con la actualidad económica ni política ni social, que nada nos importan ni nada las relaciona con lo esencial en nuestros problemas, con las piedras de toque de todo aquello que nos guíe para saber qué se está cociendo en aquello que concierne a nuestras preocupaciones.
En innumerables ocasiones sale a la palestra el dato de un tanto por ciento sacado de un determinado estudio, de dudosa procedencia, para persuadirnos de que "la cosa" va mejor; qué seríamos los españoles sin "la cosa", o sin el "sobre la marcha" con el que se suele terminar peor de lo que hubiera podido augurar el más pesimista de los pronósticos. Esos datos basados en cifras que nadie controla y difícilmente se explica, pues cada vez nos dura menos el dinero en el bolsillo y la sensación de estar cerca del peligro y de la imposibilidad de un marcha atrás resulta mosqueantemente irremediable, son reflejados en la pantalla como si fueran el catecismo a seguir para considerarse bien informado, y son pronunciados por unos presentadores con cara de que se lo creen, de que eso es cierto y va a misa, de que no se puede poner en duda lo que dice ese canal tan serio, de modo que sospecha uno que además de idiotas se piensen que somos papagayos.
No son pocos los intelectuales que empiezan ya a decirnos que existen noticias inventadas, salidas de los consejos de dirección y de redacción de los periódicos y las emisoras de radio o televisión, por no hablar del anteriormente mencionado material de relleno: esa sarta de idioteces, cada uno de cuyos segundos de emisión cuestan un dineral, con las que distraer al personal.

Si hablamos del reparto de minutos en función de la temática, en ocasiones puede resultar insultante la importancia que se le ofrece a temas cuyo relieve es intrascendente y manido; en cambio a otros parece que nunca le llega el turno de acaparar cierto protagonismo, como ocurre con la cultura. Para el deporte, y más concretamente para el fútbol, para eso que ha pasado de diversión a vehículo para vender muchas camisetas y mantener mansas a las fieras o dejar que ellas solas se maten a insultos, no hay tregua: es uno más de los poderes, al haber tanto empresario detrás de las sociedades anónimas en las que se han convertido todos los clubes, como la verdad misma: anónima y miedosa, comprada y lucrativamente lastrada por el comercio.
Igual de bochornoso resulta escuchar los porcentajes de audiencia de algunos programas que dejan ver muy a las claras el summum del borreguismo y el descarrilamiento de los valores intelectuales, la facilidad con la que nos dejamos inyectar morfina y opio, y por si fuera poco adulterados, y el anhelo de que nos dejen en paz mientras vemos cómo una serie de individuos se tiran desde un trampolín, o cómo unos cuantos aficionados a la cocina son dirigidos por algún reputado chef, al que mejor dedicarle capítulo aparte, repartiendo premios de cien mil euros en una época en la que estamos a punto de llegar a una insostenible situación social provocada por la crisis económica.
Pero si esto es para que nos visiten desde otros planetas y no se crean que podamos estar tan ciegos. Sin duda, una de las imposturas más sobresalientes de nuestro tiempo es aquella que roza la rizada del rizo de la incongruencia: una sociedad que se supone cada vez con mejor y mayor acceso a la información de todo tipo, con los adelantos tecnológicos de más alto nivel jamás manejados con los que conectarse con el mundo entero desde el sillón, y que no es capaz de discernir entre la verdad y la mentira porque ésta y aquélla se encuentran escondidas en mitad de tanta supuesta transparencia que no es sino un dédalo de opacidad. Pero el negocio da resultado, las conciencias andan curiosamente más dormidas que nunca, es como si nos hubiesen hecho adictos a una droga a la que ahora no queremos ni podemos renunciar, en primer lugar porque nos parece cosa de tontos, y en segundo porque consideramos igualmente de necios la dedicación a todo lo relativo al pensamiento, creyéndonos así modernos: modernamente estúpidos y desinformados.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    Las contradicciones sociales: cuando parece que hay más medios para informarse, más controlada está la información. Y así con muchas cosas.
    De todos modos, todos necesitamos una válvula de escape y picotear un poco de cada plato.
    ¿Qué conversaciones son las mejores? Aquellas en las que se habla de lo humano y lo divino.
    Salu2.

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    1. Puede ser, Dyhego, no digo que no, bien. Pero un empujoncito al asunto hasta conseguir transparencia no vendría mal: me refiero a los medios, a la información, a lo que todo el mundo se cree que ocurre cuando puede que esté justamente pasando lo contrario. En cuanto a la variedad y la libertad, estamos de acuerdo, pero dentro de un contexto en el que se parta de realidades y datos objetivos.

      Salud.

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