miércoles, 29 de mayo de 2013

La serpiente que se muerde la cola.





Con más resignación que entusiasmo trato de convencerme de lo inútil que resulta pretender sacar conclusiones de las noticias emitidas por el telediario; es una tendencia mía a deshacerme de la superflua e intrascendente sustancialidad de muchos titulares y de las vueltas que se les da a las informaciones concernientes a influyentes personalidades, utilizando mediáticos polvos de talco con los que maquillar el comportamiento, cuya ejemplaridad debería ser exigible, de importantes miembros del ámbito de la economía y la política. Ha habido pequeños periodos, de una o dos semanas, en los que tras haber sentido que me tomaban por tonto, en más de una ocasión, he renunciado a la instintiva costumbre de a determinada hora del día encender el televisor para ponerme al corriente de la actualidad, pero una fuerza interior me ha dicho que puede que no sea para tanto, que no hay que rendirse ni conviene hacerlo precisamente ahora. Entonces resucito del cansancio que amenaza con maniatar mis criterios, del tedio de escuchar siempre lo mismo y de adivinar constantemente el final feliz de quienes han basado su vida en un plan perfecto para engañar a los demás, y me digo que para algo bueno han de servir las noticias: para estar informado; sí, informado de que las relaciones de espacio y de tiempo, igual que sucede con la ley, no son iguales para todos, de que al menos eso puedo saber y sacar en claro, por injusta que sea la base que sustenta esta premisa, y acabo concluyendo que me he de armar de valor para soportar, con cara de bobo que se hace el bobo, la concatenación de actos ilícitos y la desmesurada duración de los juicios contra los estafadores, el miedo y la debilidad de algunos jueces que no son capaces de poner a cada cual en su sitio, las sonrientes caras de aquellos imputados a los que parece ser que por una definitiva falta de vergüenza aún les quedan fuerzas para seguir su carrera política sin haberse despeinado.
Las cosas suceden tan deprisa que a veces siente uno que la vida se le escapa sin haberle podido prestar toda la atención que quisiera a eso que más le gusta, a las aficiones y los quehaceres que equilibran la mente y le dan sentido a la existencia. Pero, uno vive en el mundo y necesita saber qué pasa a su alrededor, cuáles son las nuevas leyes, a qué acuerdos se ha llegado en el Congreso, en qué charcos se han metido los corruptos gobernantes o directivos de una empresa, si pagarán o no, sí disolverán o no todo lo estafado, de qué manera se están recortando los presupuestos, a qué responden esos índices, esas cantidades que salen en la pantalla, y cómo se demuestran; y uno necesita saberlo porque al fin y al cabo con esos materiales también se construye el suelo que pisa, el equilibrio que le permite disfrutar del paseo y de escribir estas líneas, la energía con la que se da la bienvenida a un nuevo día y el entusiasmo con el que se siente agradecido por poder exprimir unas naranjas para el desayuno. Esta inseguridad, con la que no se anda muy lejos de la faceta más insana de la incertidumbre, crece cuando muchos días después de haber escuchado una noticia me encuentro con que vuelve a aparecer, casi intacta, sin que hayan pasado muchas cosas que la hayan hecho evolucionar, permaneciendo todo en el mismo estado de quietud y sospecha que tan peligrosamente nos acerca a la costumbre, tras la que será más fácil hacerse el sueco e incurrir en la ilegalidad sin que sea tan escandaloso. Y no sin sobresaltos, porque hay voces que no se callan, que continúan protestando, que se quejan justamente de los abusos a los que están siendo sometidos, a pesar del aparente duermevela sentido por quienes tienen sus comodidades intactas, para los que no merece la pena meterse en líos, muchos de los que podrían hacer mucho para que cambie el rumbo, pero empiezan a ser conscientes de un espíritu de pertenencia, casi de militancia, al grupo de los favorecidos, de los privilegiados que no se verán obligados a pasar por el crudo trámite de pasarlas canutas, y contribuyen sobremanera a la indeseada evolución del Chi a, e: del quien tiene, es; y entre tanto un ingente grupo pasa al plano de los que han de pasar desapercibidos, de los que se encargan de echarle leña al fuego de la locomotora, como si hubieran nacido castigados a ello de por vida, y vuelta a empezar.  La serpiente que se muerde la cola.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Cójanse varios telediarios, hállese la media aritmética, pásese por un garbillo y créase la mitad.
    Si se desea, se pueden leer todas las noticias, cotejarlas y deducir de lo dicho lo que se enconde (Lo que la verdad esconde, película de Michelle Pfeifer y Harrison Ford).
    Última opción, reúnanse todas las noticias y vacíense en la papelera.
    Salu2 coteja2.

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    1. Se juntan el hambre con las ganas de comer, porque si bien la información que nos llega no goza de la transparencia deseada, por otro lado cae sobre nosotros como una losa esa interminable continuación de los trámites judiciales con los que se ven favorecidos los de siempre, los que tienen y pueden, con lo que las noticias dejan de ser noticias. Gracias por la recomendación.

      Salud.

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  2. No matemos al mensajero,cada uno cuenta la película como cree que llegará al público más amplio pero,el trasfondo de la noticia es algo más que un titular.Matías Prats para mi,es un gran comunicador y lejos de los sensacionalismos el estar informado siempre será positivo,verás por donde te vienen...Un abrazo mensajeras!!

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    1. No se trata de matar al mensajero sino de que éste se disponga a informar sin tapujos ni demagogias, diciendo la verdad, lo que realmnte nos pueda sacar de dudas o darnos pistas para saber cónmo actuar de acuerdo con las circunstancias, sin sentirnos atados por la incertidumbre. Ahora, lo que peor llevo es el favoritismo a los que tienen y por eso son.

      Mil abrazos.

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